22 Marzo 2015
ESTÁN PRESENTE. Antes del inicio del partido, los jugadores de Atlético posaron con una bandera cuya leyenda decía “todos somos Tucumán”, en alusión a las víctimas de las inundaciones que sufrió la provincia. foto de maxi jonás (especial para la gaceta)
PUERTO MADRYN, (Andrés Burgo, especial para LG Deportiva).- Lo que para la mayoría de la gente de Atlético es el partido más descartable de la temporada, y para los jugadores resulta el más incómodo, para otros fanáticos es el más esperado.
Fue curioso, y ciertamente conmovedor, advertir cómo el estadio Raúl Conti comenzó a recibir hinchas de Atlético que viven en la Patagonia: en Puerto Madryn mismo y en Trelew, dos ciudades de la provincia de Chubut, o en Las Heras y Caleta Olivia, ambas de Santa Cruz. Hinchas radicados tan lejos de Tucumán que podrían considerarse los “expatriados del ‘decano’”, y que contra Guillermo Brown vivieron su mejor partido del año. El único.
No se puede hablar de invasión celeste y blanca, pero sí de hormigueo, un hormigueo silencioso y camuflado, en función de la prohibición de hinchas visitantes. Un amor a escondidas que se fue corriendo de voz en voz: “Mirá, ellos también son tucumanos”. Todos tenían síndrome de abstinencia de Atlético. Ariel Adornis, de 25 años, hace dos que vive en Trelew, a 70 kilómetros de Madryn.
Su migración tuvo una razón de peso: el amor de una chica. En el sur nació Valentino, que ya tiene cuatro meses, y sin embargo Ariel dice ser, sin el “decano”, un huérfano emocional: “Extraño Tucumán, pero lo que más extraño es la cancha. Sacame la foto así me creen que estoy acá”, le dijo Ariel a LG Deportiva al finalizar la tarde.
Estar cerca es muy bueno
A la salida de los vestuarios se juntaron muchos tucumanos. Querían sacarse fotos con los jugadores, jugar un poco de local, pedir alguna camiseta. Allí estaban cuatro hinchas que recorrieron 600 kilómetros desde Caleta Olivia, Emanuel Juárez, Abel y Diego Romano, y Cacho Sarmiento. “Me fui de Tucumán hace cinco años por tema de laburo. En el sur hay mucha gente trabajando del petróleo. No tengo esa suerte todavía, pero estoy bien y todos los veranos vuelvo a Tucumán. Ni loco me perdía venir a ver a Atlético. ¿Si conseguí una camiseta? No, pero Sebastián Longo le dio las medias a un amigo”, dijo Emanuel, de 32 años, de Villa 9 de Julio, barrio Murga. A su lado había otros dos tucumanos que habían viajado desde otro punto de Santa Cruz, Las Heras.
Pero además hubo hinchas que llegaron en auto desde Tucumán. “Somos cinco, mis viejos, Ariel Rodríguez y Julia López, mis hermanos, Gabriel y Máximo Rodríguez, y yo, Ángel Palavecino. Salimos el jueves y manejamos más de 2.000 kilómetros”, dijo Ángel, del barrio Avellaneda. David Carol la hizo más completa aún: terminó el partido del sábado anterior ante Atlético Paraná y viajó a Puerto Madryn, aprovechando que aquí tiene familia.
Los jugadores tuvieron, en cambio, un viaje complicado: tres trayectos de avión, Tucumán-Buenos Aires, Buenos Aires-Viedma, escala hasta Trelew, y 70 kilómetros en colectivo. La incomodidad adicional fue que hubo mucho viento en los viajes en avión. Nadie se quejó, pero está claro que Madryn no es el viaje más esperado de la temporada. Salvo para los “expatriados del decano”, los patagónicos: para ellos fue una fiesta en silencio pero explosiva, porque su procesión fue por dentro.
Fue curioso, y ciertamente conmovedor, advertir cómo el estadio Raúl Conti comenzó a recibir hinchas de Atlético que viven en la Patagonia: en Puerto Madryn mismo y en Trelew, dos ciudades de la provincia de Chubut, o en Las Heras y Caleta Olivia, ambas de Santa Cruz. Hinchas radicados tan lejos de Tucumán que podrían considerarse los “expatriados del ‘decano’”, y que contra Guillermo Brown vivieron su mejor partido del año. El único.
No se puede hablar de invasión celeste y blanca, pero sí de hormigueo, un hormigueo silencioso y camuflado, en función de la prohibición de hinchas visitantes. Un amor a escondidas que se fue corriendo de voz en voz: “Mirá, ellos también son tucumanos”. Todos tenían síndrome de abstinencia de Atlético. Ariel Adornis, de 25 años, hace dos que vive en Trelew, a 70 kilómetros de Madryn.
Su migración tuvo una razón de peso: el amor de una chica. En el sur nació Valentino, que ya tiene cuatro meses, y sin embargo Ariel dice ser, sin el “decano”, un huérfano emocional: “Extraño Tucumán, pero lo que más extraño es la cancha. Sacame la foto así me creen que estoy acá”, le dijo Ariel a LG Deportiva al finalizar la tarde.
Estar cerca es muy bueno
A la salida de los vestuarios se juntaron muchos tucumanos. Querían sacarse fotos con los jugadores, jugar un poco de local, pedir alguna camiseta. Allí estaban cuatro hinchas que recorrieron 600 kilómetros desde Caleta Olivia, Emanuel Juárez, Abel y Diego Romano, y Cacho Sarmiento. “Me fui de Tucumán hace cinco años por tema de laburo. En el sur hay mucha gente trabajando del petróleo. No tengo esa suerte todavía, pero estoy bien y todos los veranos vuelvo a Tucumán. Ni loco me perdía venir a ver a Atlético. ¿Si conseguí una camiseta? No, pero Sebastián Longo le dio las medias a un amigo”, dijo Emanuel, de 32 años, de Villa 9 de Julio, barrio Murga. A su lado había otros dos tucumanos que habían viajado desde otro punto de Santa Cruz, Las Heras.
Pero además hubo hinchas que llegaron en auto desde Tucumán. “Somos cinco, mis viejos, Ariel Rodríguez y Julia López, mis hermanos, Gabriel y Máximo Rodríguez, y yo, Ángel Palavecino. Salimos el jueves y manejamos más de 2.000 kilómetros”, dijo Ángel, del barrio Avellaneda. David Carol la hizo más completa aún: terminó el partido del sábado anterior ante Atlético Paraná y viajó a Puerto Madryn, aprovechando que aquí tiene familia.
Los jugadores tuvieron, en cambio, un viaje complicado: tres trayectos de avión, Tucumán-Buenos Aires, Buenos Aires-Viedma, escala hasta Trelew, y 70 kilómetros en colectivo. La incomodidad adicional fue que hubo mucho viento en los viajes en avión. Nadie se quejó, pero está claro que Madryn no es el viaje más esperado de la temporada. Salvo para los “expatriados del decano”, los patagónicos: para ellos fue una fiesta en silencio pero explosiva, porque su procesión fue por dentro.
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