Por Magena Valentié
12 Marzo 2015
Ha despertado y está enojado. Pero no es un monstruo. Somos nosotros mismos, el Planeta que somos y que sangramos. Flagelado por nuestra propia insistencia en el afán de progreso, confort, diversión y hasta de inclusión social. Hace décadas que esto está sucediendo y no lo queríamos ver. Quizás por esa visión antropocéntrica que nos resistimos a cambiar. Por eso reía el chamán cuzqueño Germán Huarihuilcas cada vez que alguien repetía la frase: ‘cuidemos nuestro Planeta’”. “¿Nuestro?”, preguntaba con sorna. “¡La Tierra no es nuestra! ¡Nosotros le pertenecemos a Ella!”
Somos parte del Todo. No dueños de la Naturaleza, sino animales con intelecto y con alma, que compartimos este mundo junto con otros seres de los reinos animal, vegetal y mineral, tan importantes como nosotros.
Esta parte de la Tierra está dolida porque la hemos lastimado, le hemos arrancado la piel, con desmontes para distintas actividades productivas e inmobiliaria. ¿A qué costo? ¿A quién engañamos cuando dejamos que la industria contamine con sus desechos los ríos y las acequias, o que se caven canales para llevar el agua para aquí y para allá, a gusto y paladar de los dueños de la tierra? ¿O que algunas empresas constructoras se encarguen de arrancarles piedras y arena al río, sólo porque está ahí y es gratis?
Tanto nos cuesta comprender que cuando llueve, el agua nos moja a todos, al que vive al lado del canal y al que tiene cientos de hectareas sembradas que acaso no sirvan más por este año ni el próximo.
El Planeta es un organismo vivo. Y nosotros somos como parásitos que nos alimentamos de él. No lo matemos. Y los que todavía estamos en casa, viendo por televisión o leyendo el diario por internet sobre lo que les pasa a otros, prestemos atención cuando escuchemos la frase: “a tal río le nació otro brazo”. Porque puede ser un río que busca el cauce que le hemos quitado o que tal vez sólo quiera estirar sus brazos … para ahorcarnos.
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