12 Marzo 2015
DAÑOS. El piso quedó cubierto de barro en una vivienda del barrio Miguel Lillo, al borde del canal Sur. la gaceta / foto de franco vera
No quieren un bolsón de mercaderías. No piden un colchón. Eso no sirve de nada -dicen convencidos de que es pan para hoy y hambre para mañana-. Todas las noches se vuelven un martirio, en especial cuando empiezan los relámpagos, seguidos del estruendoso ruido en el cielo. En ese momento, empieza el miedo. Es que son tantas noches sin dormir tranquilo que, la mayoría, teme lo peor.
El barrio Miguel Lillo está ubicado en el extremo de la capital. Son apenas tres manzanas delimitadas por el Canal Sur y la avenida Jujuy. El agua arrasó con todo a su paso y, como si fuese un golpe de nocaut, dejó una alfombra de barro de 20 centímetros de alto.
Las pisadas quedan marcadas como huellas en la arena, pero en este territorio mojado, el barro también muestra restos de botellas de plástico, pedazos de tela, trozos de cartón, y todo tipo de basura que arrastró el caudal desaforado.
“No queremos bolsones ni colchones”, repite por cuarta vez Ramón Medina, padre de cinco hijos. Está indignado, pero habla con un tono de resignación. “Lo único que pedimos es que manden una máquina para limpiar la calle, porque así como está no podemos pasar”, agrega.
A su lado, Marta Quinteros tiene la ropa salpicada con barro y los pies húmedos de tanto haber pisado agua. Ella explica que llevó a su hijo a la casa de la abuela, en El Colmenar, porque en su casa se puede infectar la piel con tanta basura acumulada. Un fétido olor se percibe alrededor del canal.
La calle es intransitable, pero a los vecinos nos les queda otra opción que caminar, hundir los pies en el fango y moverse para intentar seguir adelante. Una mancha marrón sigue intacta en las paredes de las casas precarias. El agua trepó más de un metro de altura en los momentos más críticos. Hay barro por todos lados.
En una tarima
En medio de la desesperación por salvar lo poco que tenían dentro de la casa, una familia improvisó una tarima de madera, a un metro y medio de altura del piso. Sacaron las cosas de la heladera, la desenchufaron y la pusieron recostada sobre la tabla como si fuese una persona en estado convaleciente. Encima de la heladera (vacía y recostada) dejaron los cuatro colchones para mantenerlos secos.
En un extremo elevado del terreno, al lado del canal, los vecinos improvisaron una suerte de refugio comunitario, construido con seis postes verticales y un techo remendado con retazos de plástico, un trozo de lona y lo que quedaba de una media sombra ultrajada por el tiempo.
En la esquina de Lídoro Quinteros y calle Antori, sobre el puente del Canal Sur, arman un piquete. Con cubiertas quemadas y troncos impiden el tránsito vehicular, mientras el agua turbia pasa furiosa por debajo. Adolfo Corbalán atiza el fuego de las gomas con un pedazo de madera. Tiene el rostro manchado por el hollín y transpira en el calor del mediodía, junto al fuego de las cubiertas. “Hace 40 años que vivo aquí y nadie nos da bola”, plantea.
Cuatro en un mes
Los daños pueden verse a lo largo del Canal Sur. Los barrios que lo bordean padecen las consecuencias del lodo acumulado y los troncos diseminados en el camino. En el barrio San Martín, una máquina retroexcavadora remueve el lodo para limpiar un trayecto del Camino de Sirga.
Dos vecinas miran con atención el trabajo minucioso del maquinista. “Ya llevamos cuatro inundaciones en este mes”, asegura. La mujer se refiere a las noches en que el cauce saltó del canal, trepó a las calles y subió a la vereda hasta las puertas de las casas.
El barrio Miguel Lillo está ubicado en el extremo de la capital. Son apenas tres manzanas delimitadas por el Canal Sur y la avenida Jujuy. El agua arrasó con todo a su paso y, como si fuese un golpe de nocaut, dejó una alfombra de barro de 20 centímetros de alto.
Las pisadas quedan marcadas como huellas en la arena, pero en este territorio mojado, el barro también muestra restos de botellas de plástico, pedazos de tela, trozos de cartón, y todo tipo de basura que arrastró el caudal desaforado.
“No queremos bolsones ni colchones”, repite por cuarta vez Ramón Medina, padre de cinco hijos. Está indignado, pero habla con un tono de resignación. “Lo único que pedimos es que manden una máquina para limpiar la calle, porque así como está no podemos pasar”, agrega.
A su lado, Marta Quinteros tiene la ropa salpicada con barro y los pies húmedos de tanto haber pisado agua. Ella explica que llevó a su hijo a la casa de la abuela, en El Colmenar, porque en su casa se puede infectar la piel con tanta basura acumulada. Un fétido olor se percibe alrededor del canal.
La calle es intransitable, pero a los vecinos nos les queda otra opción que caminar, hundir los pies en el fango y moverse para intentar seguir adelante. Una mancha marrón sigue intacta en las paredes de las casas precarias. El agua trepó más de un metro de altura en los momentos más críticos. Hay barro por todos lados.
En una tarima
En medio de la desesperación por salvar lo poco que tenían dentro de la casa, una familia improvisó una tarima de madera, a un metro y medio de altura del piso. Sacaron las cosas de la heladera, la desenchufaron y la pusieron recostada sobre la tabla como si fuese una persona en estado convaleciente. Encima de la heladera (vacía y recostada) dejaron los cuatro colchones para mantenerlos secos.
En un extremo elevado del terreno, al lado del canal, los vecinos improvisaron una suerte de refugio comunitario, construido con seis postes verticales y un techo remendado con retazos de plástico, un trozo de lona y lo que quedaba de una media sombra ultrajada por el tiempo.
En la esquina de Lídoro Quinteros y calle Antori, sobre el puente del Canal Sur, arman un piquete. Con cubiertas quemadas y troncos impiden el tránsito vehicular, mientras el agua turbia pasa furiosa por debajo. Adolfo Corbalán atiza el fuego de las gomas con un pedazo de madera. Tiene el rostro manchado por el hollín y transpira en el calor del mediodía, junto al fuego de las cubiertas. “Hace 40 años que vivo aquí y nadie nos da bola”, plantea.
Cuatro en un mes
Los daños pueden verse a lo largo del Canal Sur. Los barrios que lo bordean padecen las consecuencias del lodo acumulado y los troncos diseminados en el camino. En el barrio San Martín, una máquina retroexcavadora remueve el lodo para limpiar un trayecto del Camino de Sirga.
Dos vecinas miran con atención el trabajo minucioso del maquinista. “Ya llevamos cuatro inundaciones en este mes”, asegura. La mujer se refiere a las noches en que el cauce saltó del canal, trepó a las calles y subió a la vereda hasta las puertas de las casas.
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