Ernesto Guevara, el Che Guevara, murió el 9 de octubre de 1967 en La Higuera, Bolivia, bajo el fuego del soldado Mario Terán. Previamente herido y capturado, indefenso, el revolucionario había compelido a su ejecutor: “Apunta bien, que vas a matar a un hombre”. Desde entonces, el Che devino leyenda latente, latiente, viviente, paradigma de cualquier causa emprendida por los desposeídos, pero las circunstancias de su muerte jamás dejaron de tener agujeros negros. ¿Se trató de una operación conjunta de los gobiernos de Estados Unidos y Bolivia? ¿Gravitó, por inducción u omisión, el mismísimo Fidel Castro? ¿Fue un mero producto de la decisión del presidente boliviano, René Barrientos Ortuño? ¿Hasta dónde tuvo que ver la Agencia Central de Inteligencia?
Ríos de tinta han corrido al respecto. Sin embargo, pocos con la meridiana transparencia y contundencia que el trabajo elaborado por los abogados Michael Ratner y Michael Steven Smith y puesto en circulación bajo el título de ¿Quién mató al Che? (Cómo logró la CIA desligarse del asesinato). Ratner, presidente del Centro Europeo de Derechos Humanos Constitucionales, y Smith, que ha testificado sobre cuestiones de derechos humanos ante comités de las Naciones Unidas, alumbraron una investigación minuciosa que consta de copiosa documentación interna del gobierno de los Estados Unidos, que entre otras cosas demuestra tres elementos clave: 1. Que la búsqueda de la muerte del Che se consideró un asunto de “Seguridad Nacional”, configurada en el eufemismo de “medicina preventiva”, en los tiempos en que EE.UU. había participado en diversos atentados a líderes variopintos; 2. Que según el documento 22 se revela irrefutable un acuerdo contractual entre el ejército de los EE.UU. y el ejército de Bolivia que se expresaría en entrenamientos y suministros; 3. Que la CIA no sólo estaba al tanto de la captura de Guevara sino que además tenía un agente propio donde ocurrieron los hechos, Félix Rodríguez.
Malentendidos y sobreentendidos
El Che había sido para la CIA una fuente de intensa preocupación y detallado seguimiento. “Tiene la hostilidad emotiva del habitante nacionalista de un país pequeño, débil y atrasado respecto de un país grande, fuerte y rico”, “es bastante intelectual para ser un latino” y “odia bañarse, nunca lo hace, es un mugriento”, son algunas de las muchas semblanzas enviadas a la administración del presidente Lyndon Johnson. En fin, que los Estados Unidos en general y la CIA en particular fueron indispensables para el apresamiento del Che y que darle muerte era una posibilidad contemplada e incluso deseada, está fuera de discusión. No tan igual de claro si a la hora de la ejecución todas las partes estaban de acuerdo (el gobierno boliviano, el ejército boliviano, etcétera) o si se procedió a caballo de un malentendido. Al respecto, amén de invitar a explorar un texto de singular rigor y riqueza, cabe reponer una aguda observación del célebre psicoanalista argentino Enrique Pichon Rivière: detrás de un malentendido suele haber un sobreentendido.
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Walter Vargas