Por Carlos Páez de la Torre H
25 Febrero 2015
Es conocido que el doctor Mario Bravo (1882-1944) se graduó de bachiller en nuestra ciudad. Pero no creemos conocido el hecho de que compuso una “Canción del Colegio Nacional de Tucumán”, evocando la vida estudiantil, el edificio y los profesores de su tiempo. A la letra completa la publicó el periódico “La Semana”, en su edición del 27 de mayo de 1917.
La extensión obliga a elegir sólo unos cuantos versos. Uno decía: “Yo miro en el sendero/ del memorial preclaro/ al insinuante, fúnebre y severo/ señor rector Marina Alfaro./ Y con su adusta geometría,/ tan difícil y singular/ (vicerrector que fuera un día)/ don Carlos Lowenhard”. Otro: “Y para ahuyentar a Mefisto/ que invadiera las almas de los jóvenes hombres/ se ungió vicerrector al cura/ Sixto Colombres”.
Narraba que “Un buen día el doctor Alfaro,/ harto de función rectoral,/ abandonó el Colegio preclaro/ por el Juzgado Federal./ En La Merced, a coro, las campanas/ sonaron tristes su tilín talán;/ y todas las mañanas/ sentimos desde entonces a don Sixto Terán”.
En el recuerdo de profesores, decía: “El doctor Santos López, como en tiempos distantes,/no pudo demostrarnos la teoría/ de los vasos comunicantes/ porque hubo un aparato para ello, y no servía”. Otro: “el doctor Napoleón Vera/ sobre Boirac su siesta dormía/ con tranquilidad placentera,/ y eso era la Filosofía…”
Recordaba con afecto al sabio. “Entonces como en años atrás/ en un gabinete precario/ con su probeta y su matraz/ y su escondido armario,/ el señor Lillo, célibe y discreto,/ nos daba su ciencia eximia/ revelándonos el secreto/ de su alquimia...”
La extensión obliga a elegir sólo unos cuantos versos. Uno decía: “Yo miro en el sendero/ del memorial preclaro/ al insinuante, fúnebre y severo/ señor rector Marina Alfaro./ Y con su adusta geometría,/ tan difícil y singular/ (vicerrector que fuera un día)/ don Carlos Lowenhard”. Otro: “Y para ahuyentar a Mefisto/ que invadiera las almas de los jóvenes hombres/ se ungió vicerrector al cura/ Sixto Colombres”.
Narraba que “Un buen día el doctor Alfaro,/ harto de función rectoral,/ abandonó el Colegio preclaro/ por el Juzgado Federal./ En La Merced, a coro, las campanas/ sonaron tristes su tilín talán;/ y todas las mañanas/ sentimos desde entonces a don Sixto Terán”.
En el recuerdo de profesores, decía: “El doctor Santos López, como en tiempos distantes,/no pudo demostrarnos la teoría/ de los vasos comunicantes/ porque hubo un aparato para ello, y no servía”. Otro: “el doctor Napoleón Vera/ sobre Boirac su siesta dormía/ con tranquilidad placentera,/ y eso era la Filosofía…”
Recordaba con afecto al sabio. “Entonces como en años atrás/ en un gabinete precario/ con su probeta y su matraz/ y su escondido armario,/ el señor Lillo, célibe y discreto,/ nos daba su ciencia eximia/ revelándonos el secreto/ de su alquimia...”
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