Por Carlos Páez de la Torre H
21 Febrero 2015
EVITÓ EL ATROPELLO. El doctor Redhead impidió que arrestaran a Belgrano enfermo en La Ciudadela, en 1819. Una ilustración de Peláez reconstruye la escena. la gaceta / archivo
Es sabido que el médico norteamericano Joseph Redhead (Connecticut, 1767-Salta, 1847), que atendía al general Manuel Belgrano, residió varias temporadas en Tucumán. En el Archivo Histórico de la Provincia se guardan actuaciones con su firma: “José Redhead M.D.“ Por ejemplo, en 1833, aparece corroborando una presentación formulada por el boticario Hermenegildo Rodríguez. Este denunciaba al Gobierno la venta ilegal de remedios en la ciudad, y el hecho de que algunos médicos también la practicaban.
Expresaba que “nadie puede vender medicamentos, pública ni privadamente, sin aquellos conocimientos que se requieren para ejercer debidamente la delicadísima facultad de farmacia”. Añadía que “mi larga práctica médica me ha hecho ver las innumerables personas que han sido víctimas de tan horrible abuso, pues aquellos medicamentos que aparecen más sencillos causan a la vez males incalculables por defecto de su esencia, de su conservación y preparación”.
Opinaba que “si en un pueblo corto, como éste, se ocurre a la Botica por los medicamentos de poco uso que debe tener el boticario, y por los usuales se manda a las pulperías y tiendas, el boticario no puede existir, y el pueblo perderá un recurso del que quizá sólo se conoce la importancia en los casos de apuro”.
Encontraba “reprensible” el hecho de que algún médico preparase asimismo los remedios que recetaba. “Si fuera permitido que un médico fuese también boticario, sería dar alas a la codicia humana, porque el médico que se avanza a ejercer ambas profesiones, es el azote generalmente del pueblo que lo necesita”. Era un punto sobre el cual estaban de acuerdo “las leyes generales y las particulares de los pueblos, aun de mediana cultura”.
Expresaba que “nadie puede vender medicamentos, pública ni privadamente, sin aquellos conocimientos que se requieren para ejercer debidamente la delicadísima facultad de farmacia”. Añadía que “mi larga práctica médica me ha hecho ver las innumerables personas que han sido víctimas de tan horrible abuso, pues aquellos medicamentos que aparecen más sencillos causan a la vez males incalculables por defecto de su esencia, de su conservación y preparación”.
Opinaba que “si en un pueblo corto, como éste, se ocurre a la Botica por los medicamentos de poco uso que debe tener el boticario, y por los usuales se manda a las pulperías y tiendas, el boticario no puede existir, y el pueblo perderá un recurso del que quizá sólo se conoce la importancia en los casos de apuro”.
Encontraba “reprensible” el hecho de que algún médico preparase asimismo los remedios que recetaba. “Si fuera permitido que un médico fuese también boticario, sería dar alas a la codicia humana, porque el médico que se avanza a ejercer ambas profesiones, es el azote generalmente del pueblo que lo necesita”. Era un punto sobre el cual estaban de acuerdo “las leyes generales y las particulares de los pueblos, aun de mediana cultura”.
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