Por Mariana Segura
20 Febrero 2015
SE ESFORZÓ Y CUMPLIÓ. Mora intenta ganar en velocidad y para acercarse al arco de San José; el uruguayo no marcó, pero hizo un buen partido en la delantera. reuters
Cuando el ambiente atenta contra una idea todo se vuelve cuesta arriba. Al esfuerzo propio lo tiene que acompañar la suerte, esa que también puede jugar una mala pasada. River sufrió su desgastante paso en Oruro contra San José; en cambio el dueño de casa lo aprovechó como cualquier anfitrión de extranjero a casi 4.000 metros de altura, y le ganó 2-0.
Sin embargo, todo el tiempo que esperó el “millonario” para volver a esta copa (seis largos años) valió el despligue, el impulso y el sacrificio extra para encontrar aire donde no lo había. Los primeros minutos, donde había que acostumbrarse, costaron. Muchos quedaron a mitad de camino en el intento por cortar circuitos enemigos y así llegaron las primeras chances para San José.
Lo bueno para River fue que aún en la contrariedad zafó. Por momentos los bolivianos le cascotearon el rancho, pero Marcelo Barovero jamás tuvo que sacarla de adentro. De paso para bajar el ritmo que buscó imponer San José, intentó sorprender con tiros de media distancia, aunque siempre terminaron más cerca de las tribunas que del arco (salvo los de “Pity” Martínez, claro).
La historia fue la misma en el complemento, con River corriendo y resistiendo, y el dueño de casa consciente de que el triunfo era en ese momento, o nunca. Lo entendió Miguel Ángel Orué más que nadie, porque cuando el 0-0 le daba vida a un valiente equipo “millonario”, aprovechó la floja salida de Barovero en un centro que llegó por izquierda y facturó con un frentazo firme, directo a la red.
Pero el 1-0 no fue lo peor. Lo peor fue el misil con el que Juan Valverde, de tiro libre, dejó pagando a Barovero. “Trapito” no se movió, solo vio pasar esa bola de fuego (típica de la altura) que le quemó la red. El 2-0 fue otra cosa, un dedo removiendo la herida del primer gol, el ahogo completo de la ilusión de un River que pretendía arrancar su ruta copera ganando, pero que deberá seguir esperando.
Sin embargo, todo el tiempo que esperó el “millonario” para volver a esta copa (seis largos años) valió el despligue, el impulso y el sacrificio extra para encontrar aire donde no lo había. Los primeros minutos, donde había que acostumbrarse, costaron. Muchos quedaron a mitad de camino en el intento por cortar circuitos enemigos y así llegaron las primeras chances para San José.
Lo bueno para River fue que aún en la contrariedad zafó. Por momentos los bolivianos le cascotearon el rancho, pero Marcelo Barovero jamás tuvo que sacarla de adentro. De paso para bajar el ritmo que buscó imponer San José, intentó sorprender con tiros de media distancia, aunque siempre terminaron más cerca de las tribunas que del arco (salvo los de “Pity” Martínez, claro).
La historia fue la misma en el complemento, con River corriendo y resistiendo, y el dueño de casa consciente de que el triunfo era en ese momento, o nunca. Lo entendió Miguel Ángel Orué más que nadie, porque cuando el 0-0 le daba vida a un valiente equipo “millonario”, aprovechó la floja salida de Barovero en un centro que llegó por izquierda y facturó con un frentazo firme, directo a la red.
Pero el 1-0 no fue lo peor. Lo peor fue el misil con el que Juan Valverde, de tiro libre, dejó pagando a Barovero. “Trapito” no se movió, solo vio pasar esa bola de fuego (típica de la altura) que le quemó la red. El 2-0 fue otra cosa, un dedo removiendo la herida del primer gol, el ahogo completo de la ilusión de un River que pretendía arrancar su ruta copera ganando, pero que deberá seguir esperando.
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