15 Febrero 2015
TRIUNFADOR. El filme chileno “El botón de nácar” fue premiado en Berlín.
BERLÍN.- ¿Hay una mayor producción de cine en Latinoamérica, ha mejorado su calidad o simplemente ha crecido el interés internacional por películas del otro lado del oceáno? Éstas son sólo algunas de las preguntas que han surgido este año en la Berlinale por la marcada presencia latina.
El Festival Internacional de Cine de Berlín, que dio sus premios ayer, siempre mostró un especial interés por lo que sucede en el continente americano, pero el gran volumen de esta edición llamó especialmente la atención.
Lo demuestran desde las dos chilenas en competición, “El botón de nácar” de Patricio Guzmán y “El club” de Pablo Larraín, y la guatemalteca “Ixcanul” de Jayro Bustamante (todas fueron premiadas con distintos Oso de Plata), hasta la sección NATIVe, centrada en el cine indígena desde México hasta la Patagonia. Para el director del Instituto Mexicano de Cinematografía, Jorge Sánchez Sosa, esto se debe a que “hay un mayor volumen y profesionalización”. Para el cineasta chileno Sergio Castro, que presentó “La mujer de barro”, el auge latino se basa en la mejora de las ayudas públicas, de las escuelas de cine y por la profesionalización técnica. Mientras, que el interés internacional ha aumentado porque “es un cine bastante nuevo y cuando aparece algo nuevo llama mucho la atención”.
Pero no todos parecen estar de acuerdo. El argentino Sergio Mazza, que estrenó en el festival “El Gurí”, señala que la atracción internacional viene empujada por lo que califica de “la nostalgia del primitivismo”. “Una historia de clases altas y del primer mundo no entra de la misma manera y facilidad como historias de desgarro y desamparo -apunta-. Si hacemos un análisis de cuántas películas latinoamericanas se toman por su primitivismo, es mucho más alto que una película filmada en Buenos Aires”.
Nostalgia del primitivismo o no, el cine refleja realidades sociales. “No tenemos por qué negar la existencia de esa realidad ni de esas manifestaciones artísticas alrededor de ella. Al contrario, creo que es parte de un proceso de sanación social como creo que lo fue y lo es en Colombia de alguna manera. Somos lo que somos y no debemos tratar de negarlo ni de censurarlo”, dice Sánchez Sosa.
Uno de los filmes mexicanos destacados fue “600 millas” (ganó a mejor obra prima), de Gabriel Ripstein, hijo del famoso director Arturo Ripstein, sobre el tráfico ilegal de armas entre México y Estados Unidos, temática que, junto con el tráfico de drogas y los cárteles, suele ser habitual en Berlín. “Desafortunadamente hablas del México de años recientes y hay una asociación casi inmediata a esa situación”, analiza Ripstein (hijo). “Se ha vuelto famoso por su violencia a nivel internacional. Es una situación muy triste y desafortunada, porque hablas de México y piensan que es un país reinado por el caos y el desorden con una imagen apocalíptica, pero no es así”, agrega. Su país presentó 11 filmes de los 63 latinoamericanos que se han podido ver este año en la Berlinale.
Los dos películas chilenas en la sección oficial ganaron premios: “El botón...” al mejor guión, y “El Club”, el del Jurado. “Desde hace unos años se están haciendo muy bien las cosas”, comentó Larraín en referencia a la creación de agencias como CinemaChile. Hasta Brasil ganó, con el Premio del Público a “Qué horas ela volta?”, de Anna Muylaert. La Argentina no tuvo presencia en la categoría mayor del festival, y no se llevó distinciones en las que participó.
La gran sorpresa de este año fue Guatemala con “Ixcanul” (premio Alfred Bauer), hablada en una lengua maya. “Están pasando muchas cosas en mi país a pesar de no contar con un solo apoyo. No tenemos una ley de cine, no tenemos ni un instituto ni fondos públicos, pero aún así no hemos dejado de producir. Vengo de uno de los lugares más represivos del mundo y esto responde a la represión que hemos vivido. Nuestro cine es un reflejo bastante claro de nuestras culturas”, explica la guatemalteca Ana V. Bojórquez, que a su vez presentó “La casa más grande del mundo”, en la sección Generation.
El Festival Internacional de Cine de Berlín, que dio sus premios ayer, siempre mostró un especial interés por lo que sucede en el continente americano, pero el gran volumen de esta edición llamó especialmente la atención.
Lo demuestran desde las dos chilenas en competición, “El botón de nácar” de Patricio Guzmán y “El club” de Pablo Larraín, y la guatemalteca “Ixcanul” de Jayro Bustamante (todas fueron premiadas con distintos Oso de Plata), hasta la sección NATIVe, centrada en el cine indígena desde México hasta la Patagonia. Para el director del Instituto Mexicano de Cinematografía, Jorge Sánchez Sosa, esto se debe a que “hay un mayor volumen y profesionalización”. Para el cineasta chileno Sergio Castro, que presentó “La mujer de barro”, el auge latino se basa en la mejora de las ayudas públicas, de las escuelas de cine y por la profesionalización técnica. Mientras, que el interés internacional ha aumentado porque “es un cine bastante nuevo y cuando aparece algo nuevo llama mucho la atención”.
Pero no todos parecen estar de acuerdo. El argentino Sergio Mazza, que estrenó en el festival “El Gurí”, señala que la atracción internacional viene empujada por lo que califica de “la nostalgia del primitivismo”. “Una historia de clases altas y del primer mundo no entra de la misma manera y facilidad como historias de desgarro y desamparo -apunta-. Si hacemos un análisis de cuántas películas latinoamericanas se toman por su primitivismo, es mucho más alto que una película filmada en Buenos Aires”.
Nostalgia del primitivismo o no, el cine refleja realidades sociales. “No tenemos por qué negar la existencia de esa realidad ni de esas manifestaciones artísticas alrededor de ella. Al contrario, creo que es parte de un proceso de sanación social como creo que lo fue y lo es en Colombia de alguna manera. Somos lo que somos y no debemos tratar de negarlo ni de censurarlo”, dice Sánchez Sosa.
Uno de los filmes mexicanos destacados fue “600 millas” (ganó a mejor obra prima), de Gabriel Ripstein, hijo del famoso director Arturo Ripstein, sobre el tráfico ilegal de armas entre México y Estados Unidos, temática que, junto con el tráfico de drogas y los cárteles, suele ser habitual en Berlín. “Desafortunadamente hablas del México de años recientes y hay una asociación casi inmediata a esa situación”, analiza Ripstein (hijo). “Se ha vuelto famoso por su violencia a nivel internacional. Es una situación muy triste y desafortunada, porque hablas de México y piensan que es un país reinado por el caos y el desorden con una imagen apocalíptica, pero no es así”, agrega. Su país presentó 11 filmes de los 63 latinoamericanos que se han podido ver este año en la Berlinale.
Los dos películas chilenas en la sección oficial ganaron premios: “El botón...” al mejor guión, y “El Club”, el del Jurado. “Desde hace unos años se están haciendo muy bien las cosas”, comentó Larraín en referencia a la creación de agencias como CinemaChile. Hasta Brasil ganó, con el Premio del Público a “Qué horas ela volta?”, de Anna Muylaert. La Argentina no tuvo presencia en la categoría mayor del festival, y no se llevó distinciones en las que participó.
La gran sorpresa de este año fue Guatemala con “Ixcanul” (premio Alfred Bauer), hablada en una lengua maya. “Están pasando muchas cosas en mi país a pesar de no contar con un solo apoyo. No tenemos una ley de cine, no tenemos ni un instituto ni fondos públicos, pero aún así no hemos dejado de producir. Vengo de uno de los lugares más represivos del mundo y esto responde a la represión que hemos vivido. Nuestro cine es un reflejo bastante claro de nuestras culturas”, explica la guatemalteca Ana V. Bojórquez, que a su vez presentó “La casa más grande del mundo”, en la sección Generation.
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