13 Febrero 2015
ANTES DE LA REMODELACIÓN SUSTANCIAL. Foto tomada en 1945 de la iglesia parroquial Nuestra Señora del Carmen. LA GACETA / archivo
Tenían valor cultural semejante y, si de contar años se trata, el casco de la estancia del gobernador José Manuel Silva en El Mollar era más antiguo que el templo parroquial de Tafí del Valle. Pero la historia solamente mantuvo en pie al primer edificio, aunque con adaptaciones y agregados que afectaron -para bien o mal- el diseño original.
La sala de El Mollar sucumbió en la década de 1960, casi imperceptiblemente. La fotografía colocada al pie de esta página es una de los pocos registros conservados de un complejo edilicio que, sin duda, fue exponente de la arquitectura estanciera típicamente vallista. “Durante el siglo XIX y más de la mitad del siguiente, existió la sala de El Mollar, de la familia Frías Silva. Estaba ubicada frente a la plaza de la actual villa”, indican Carlos Páez de la Torre (h) y Pedro León Cornet en el libro “Una historia de Tafí del Valle” (2011). Los autores describen que se trataba de un caserón tradicional del lugar, de paredes de adobe y techos de paja, con locales agregados más una pequeña capilla. “Lamentablemente, todo fue demolido sin razón alguna y con desdén por su valor histórico”, expresan.
La sala siguió el camino de El Mollar, cuya transformación en villa veraniega implicó -en forma inexplicable- un proceso de urbanización desordenado. En la segunda mitad de la década de 1960, los Frías Silva entregaron al Estado toda la propiedad que tenían en este paraje. En 1984, una ley fundó la comuna rural de El Mollar, que aún existe.
Viva pero con cambios
La parroquia tafinista Nuestra Señora del Carmen fue creada en 1853. Para la edificación del templo, doña Margarita Zavalía de Esteves donó un amplio terreno contiguo a la residencia “Villa Margarita” (todavía en pie) sobre la hoy avenida Belgrano, según Páez de la Torre y Cornet. “El trabajo de construcción fue obra de un distinguido sacerdote, el presbítero Estratón Colombres, que era hermano del célebre prelado José Eusebio Colombres, congresal de 1816 y fundador de la industria azucarera”, apuntan.
Después de un trámite recordado por lo prolongado, la iglesia fue inagurada en 1895. En el libro citado, el arquitecto historiador Carlos Ricardo Viola hace notar que el diseño primitivo del templo implicaba una propuesta arquitectónica simple pero extraña, que se alejaba de los planteos virreinales.
Ese esquema fue modificado tres veces. En la década de 1920 cambió la fisonomía frontal de las galerías. Posteriormente, se erigió la pesada torre lateral que aún se mantiene sobre la izquierda. La transformación más sustancial ocurrió en la segunda mitad del siglo XX y la costeó Manuel Oscar de la Fuente. Al respecto, los autores dicen: “fue agregada una nueva nave, hacia el naciente, para terminar configurando el esquema de cruz latina habitual en las iglesias”. El interior incorporó un cielorraso de madera machihembrada y fuertes vigas de sostén. El altar, el sagrario y la pila bautismal son de piedras de la zona, y fueron diseñados por el arquitecto Juan Roig, y tallados por Arturo Álvarez, Juan López y Juan Lara. Páez de la Torre y Cornet dicen que, de ese modo, los artesanos testimoniaron la perduración de una artesanía antiquísima del valle, ya expresada en los enigmáticos menhires.
La sala de El Mollar sucumbió en la década de 1960, casi imperceptiblemente. La fotografía colocada al pie de esta página es una de los pocos registros conservados de un complejo edilicio que, sin duda, fue exponente de la arquitectura estanciera típicamente vallista. “Durante el siglo XIX y más de la mitad del siguiente, existió la sala de El Mollar, de la familia Frías Silva. Estaba ubicada frente a la plaza de la actual villa”, indican Carlos Páez de la Torre (h) y Pedro León Cornet en el libro “Una historia de Tafí del Valle” (2011). Los autores describen que se trataba de un caserón tradicional del lugar, de paredes de adobe y techos de paja, con locales agregados más una pequeña capilla. “Lamentablemente, todo fue demolido sin razón alguna y con desdén por su valor histórico”, expresan.
La sala siguió el camino de El Mollar, cuya transformación en villa veraniega implicó -en forma inexplicable- un proceso de urbanización desordenado. En la segunda mitad de la década de 1960, los Frías Silva entregaron al Estado toda la propiedad que tenían en este paraje. En 1984, una ley fundó la comuna rural de El Mollar, que aún existe.
Viva pero con cambios
La parroquia tafinista Nuestra Señora del Carmen fue creada en 1853. Para la edificación del templo, doña Margarita Zavalía de Esteves donó un amplio terreno contiguo a la residencia “Villa Margarita” (todavía en pie) sobre la hoy avenida Belgrano, según Páez de la Torre y Cornet. “El trabajo de construcción fue obra de un distinguido sacerdote, el presbítero Estratón Colombres, que era hermano del célebre prelado José Eusebio Colombres, congresal de 1816 y fundador de la industria azucarera”, apuntan.
Después de un trámite recordado por lo prolongado, la iglesia fue inagurada en 1895. En el libro citado, el arquitecto historiador Carlos Ricardo Viola hace notar que el diseño primitivo del templo implicaba una propuesta arquitectónica simple pero extraña, que se alejaba de los planteos virreinales.
Ese esquema fue modificado tres veces. En la década de 1920 cambió la fisonomía frontal de las galerías. Posteriormente, se erigió la pesada torre lateral que aún se mantiene sobre la izquierda. La transformación más sustancial ocurrió en la segunda mitad del siglo XX y la costeó Manuel Oscar de la Fuente. Al respecto, los autores dicen: “fue agregada una nueva nave, hacia el naciente, para terminar configurando el esquema de cruz latina habitual en las iglesias”. El interior incorporó un cielorraso de madera machihembrada y fuertes vigas de sostén. El altar, el sagrario y la pila bautismal son de piedras de la zona, y fueron diseñados por el arquitecto Juan Roig, y tallados por Arturo Álvarez, Juan López y Juan Lara. Páez de la Torre y Cornet dicen que, de ese modo, los artesanos testimoniaron la perduración de una artesanía antiquísima del valle, ya expresada en los enigmáticos menhires.
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