Por Ezequiel Fernández Moores
08 Febrero 2015
“Será duro. Cuando juegues con blancos te insultarán, te escupirán, te dirán de todo”, le advirtió Jackie Robinson, el beisbolista que en 1947 rompió la barrera racial en un deporte que era monopolio blanco. El gran Jackie Robinson se quedó corto. Al golfista negro Charlie Sifford, su amigo, llegaron a meterle excrementos cuando metía su mano dentro del hoyo para sacar su pelota. Los colocaban los racistas que no toleraban que a un negro se le permitiera jugar al golf.
Sifford, fallecido el último jueves, a los 92 años, sólo podía jugar en torneos como el llamado Negro Open, que ganó seis veces. Caddie por 60 centavos al día, soldado en la Segunda Guerra Mundial, Sifford logró por fin debutar en la PGA blanca en 1960, con 38 años, cuando se borró la cláusula que permitía jugar en el circuito a “sólo caucasianos”, como los notables Ben Hogan, Arnold Palmer, Gary Player, Sam Snead y un ya promisorio Jack Nicklaus. Sufrió amenazas de muerte cuando fue invitado en 1961 a un torneo en Carolina del Norte. Los excrementos dentro del hoyo ya habían aparecido unos años antes.
“Le pateaban inclusive su pelota”, llegó a contar el presidente Barack Obama tres meses atrás, cuando premió a Sifford con la Medalla Presidencial de la Libertad, una distinción que sólo dos golfistas habían recibido antes, Nicklaus y Palmer. Sifford, cuya muerte pasó casi desapercibida en nuestro país, fue fiel al viejo consejo de Robinson: “tendrás que aguantarte todo. Sólo hay una cosa que no puedes hacer, golpear con tu palo de golf a quien te insulte. Si lo haces, arruinarás a las generaciones futuras de negros”.
Por eso el gran Nicklaus expresó apenas se enteró de su muerte: “ganó torneos, pero hizo algo más importante por el golf, rompió una barrera”. Charlotte, la ciudad que lo echó casi 70 años atrás porque no era un buen caddie (le achacaban que pasaba demasiado tiempo jugando en lugar de cargar palos), lo homenajeó en 2012 poniendo el nombre de Charlie Sifford a un campo de golf.
En su libro autobiográfico (“Sólo déjenme jugar”), Sifford contó que, en realidad, él jamás se sintió “un militante de la lucha por los derechos civiles”, como sí lo fue Robinson. Y como él sólo quería jugar y ser el mejor aguantó insultos, trampas y excrementos. Aguantó también que lo echaran de torneos, hoteles y restaurantes. Que le pusieran gatos negros dentro de la cama. Buscó ayuda sicológica y aprendió técnicas de relajación. Su deseo terminó siendo clave para que, medio siglo después, el golf conociera al fenomenal Tiger Woods, uno de los mejores jugadores de la historia que el último jueves lo despidió con todos los honores: “La muerte de Sifford -escribió Tiger- es una pérdida tremenda para el golf y para mí. Mi ‘abuelo’ se ha ido y todos hemos perdido al jugador más valiente, a un hombre decente y honorable”.
Ganador de títulos de PGA y en veteranos, y de cerca de un millón de dólares en premios, Sifford fue en 2004 el primer jugador negro incluido en el Salón de la Fama del Golf, en Florida, donde décadas antes tenía casi todo prohibido. “Si Nelson Mandela aguantó 27 años en prisión -dijo una vez- yo tampoco podía echar todo a perder”. Y lo hizo solo. Porque ni siquiera las grandes estrellas que lo homenajearon hasta meses atrás, le dieron apoyo en los años difíciles.
Las autoridades del golf trabaron inclusive su presencia -obligatoria por sus actuaciones- en Augusta, el torneo en el que hasta 1983 no podía haber caddies blancos y que hasta 1991 sólo permitía socios blancos. Los empleados sí son negros y aún hoy tienen prohibido ingresar por la puerta principal, en Magnolia Lane. “Mientras yo viva -decía Clifford Roberts, cofundador del torneo en 1933 y fallecido en 1977- todos los jugadores serán blancos y todos los caddies serán negros”. Dos décadas después, Tiger Woods ganó el torneo con un caddie blanco.
Hoy en problemas cada vez más graves por su espalda lesionada, y después de la grave crisis personal que sufrió en 2009, Woods, igual que Sifford, nunca fue exactamente un luchador por los derechos civiles. En 1996, es cierto, apareció por TV diciendo que en Estados Unidos todavía había canchas donde él no podía jugar por su piel negra. Pero lo hizo para un comercial de Nike, que lo presentaba entonces como un hombre modelo, con anuncios que decían “Be like Tiger (Sé como Tiger). El ídolo, en realidad, debió rectificarse porque esa propaganda ni siquiera decía la verdad. Tiempo después, le preguntaron a Tiger si adhería a un boicot de las tenistas Venus y Serena Williams a jugar en Carolina del Sur, porque en ese estado flameaba aún la vieja bandera racista de la Confederación. Woods, también él víctima de “bromas” racistas de importantes jugadores del circuito profesional de golf, se negó a responder. No quiso disgustar a sus patrocinadores. Como dijo alguna vez el basquetbolista Michael Jordan, cuando negó el apoyo que le pidieron para repudiar a un político conservador racista: “también los republicanos compran Nike”. Ya no era el niño de 14 años que sí contaba más naturalmente por TV el racismo de blancos que no toleraban su presencia ya exitosa en los torneos. La industria del deporte se había adueñado de su vida.
Justamente Serena Williams, visita de lujo estos días en Buenos Aires, por la Copa Federación, anunció la última semana que pondrá fin a su boicot de 14 al torneo de Indian Wells y que volverá a jugarlo en marzo. En 2001, cuando tenía apenas 19 años, aficionados le gritaron como si fuese un mono, en medio de abucheos generalizados porque entendían que su hermana Venus había abandonado un partido simulando una lesión para no enfrentarla en semifinales. Ganó el título pero pasó largas horas llorando dentro del vestuario. Sus compatriotas hasta habían celebrado las dobles faltas que cometió en la final que le ganó a la belga Kim Clijsters.
A los 33 años, Serena, número uno del tenis mundial, anunció que volverá a Indian Wells, feliz porque el tenis de su país la defendió meses atrás, cuando el capitán ruso de la Copa Federación, Shamil Tarpishev, había realizado comentarios racistas y sexistas sobre ella y su hermana Venus. Serena contó en estos días que la asunción de Obama como presidente en 2008 fue la primera señal de que también ella podía revisar su decisión. Pero, debo decirlo, leí en estos días debates en la prensa de Estados Unidos, intervenciones de aficionados incluidas, en las que aún hoy muchos afirman que Serena no fue abucheada en 2001 en Indian Wells porque es negra, sino por el episodio de semifinales.
Es la ignorancia del racismo. Todavía, es evidente, queda un largo camino. Gente como Sifford y nuestras ahora visitantes hermanas Williams, cada uno a su modo, ayudaron y ayudan a que la batalla sea menos dura.
Sifford, fallecido el último jueves, a los 92 años, sólo podía jugar en torneos como el llamado Negro Open, que ganó seis veces. Caddie por 60 centavos al día, soldado en la Segunda Guerra Mundial, Sifford logró por fin debutar en la PGA blanca en 1960, con 38 años, cuando se borró la cláusula que permitía jugar en el circuito a “sólo caucasianos”, como los notables Ben Hogan, Arnold Palmer, Gary Player, Sam Snead y un ya promisorio Jack Nicklaus. Sufrió amenazas de muerte cuando fue invitado en 1961 a un torneo en Carolina del Norte. Los excrementos dentro del hoyo ya habían aparecido unos años antes.
“Le pateaban inclusive su pelota”, llegó a contar el presidente Barack Obama tres meses atrás, cuando premió a Sifford con la Medalla Presidencial de la Libertad, una distinción que sólo dos golfistas habían recibido antes, Nicklaus y Palmer. Sifford, cuya muerte pasó casi desapercibida en nuestro país, fue fiel al viejo consejo de Robinson: “tendrás que aguantarte todo. Sólo hay una cosa que no puedes hacer, golpear con tu palo de golf a quien te insulte. Si lo haces, arruinarás a las generaciones futuras de negros”.
Por eso el gran Nicklaus expresó apenas se enteró de su muerte: “ganó torneos, pero hizo algo más importante por el golf, rompió una barrera”. Charlotte, la ciudad que lo echó casi 70 años atrás porque no era un buen caddie (le achacaban que pasaba demasiado tiempo jugando en lugar de cargar palos), lo homenajeó en 2012 poniendo el nombre de Charlie Sifford a un campo de golf.
En su libro autobiográfico (“Sólo déjenme jugar”), Sifford contó que, en realidad, él jamás se sintió “un militante de la lucha por los derechos civiles”, como sí lo fue Robinson. Y como él sólo quería jugar y ser el mejor aguantó insultos, trampas y excrementos. Aguantó también que lo echaran de torneos, hoteles y restaurantes. Que le pusieran gatos negros dentro de la cama. Buscó ayuda sicológica y aprendió técnicas de relajación. Su deseo terminó siendo clave para que, medio siglo después, el golf conociera al fenomenal Tiger Woods, uno de los mejores jugadores de la historia que el último jueves lo despidió con todos los honores: “La muerte de Sifford -escribió Tiger- es una pérdida tremenda para el golf y para mí. Mi ‘abuelo’ se ha ido y todos hemos perdido al jugador más valiente, a un hombre decente y honorable”.
Ganador de títulos de PGA y en veteranos, y de cerca de un millón de dólares en premios, Sifford fue en 2004 el primer jugador negro incluido en el Salón de la Fama del Golf, en Florida, donde décadas antes tenía casi todo prohibido. “Si Nelson Mandela aguantó 27 años en prisión -dijo una vez- yo tampoco podía echar todo a perder”. Y lo hizo solo. Porque ni siquiera las grandes estrellas que lo homenajearon hasta meses atrás, le dieron apoyo en los años difíciles.
Las autoridades del golf trabaron inclusive su presencia -obligatoria por sus actuaciones- en Augusta, el torneo en el que hasta 1983 no podía haber caddies blancos y que hasta 1991 sólo permitía socios blancos. Los empleados sí son negros y aún hoy tienen prohibido ingresar por la puerta principal, en Magnolia Lane. “Mientras yo viva -decía Clifford Roberts, cofundador del torneo en 1933 y fallecido en 1977- todos los jugadores serán blancos y todos los caddies serán negros”. Dos décadas después, Tiger Woods ganó el torneo con un caddie blanco.
Hoy en problemas cada vez más graves por su espalda lesionada, y después de la grave crisis personal que sufrió en 2009, Woods, igual que Sifford, nunca fue exactamente un luchador por los derechos civiles. En 1996, es cierto, apareció por TV diciendo que en Estados Unidos todavía había canchas donde él no podía jugar por su piel negra. Pero lo hizo para un comercial de Nike, que lo presentaba entonces como un hombre modelo, con anuncios que decían “Be like Tiger (Sé como Tiger). El ídolo, en realidad, debió rectificarse porque esa propaganda ni siquiera decía la verdad. Tiempo después, le preguntaron a Tiger si adhería a un boicot de las tenistas Venus y Serena Williams a jugar en Carolina del Sur, porque en ese estado flameaba aún la vieja bandera racista de la Confederación. Woods, también él víctima de “bromas” racistas de importantes jugadores del circuito profesional de golf, se negó a responder. No quiso disgustar a sus patrocinadores. Como dijo alguna vez el basquetbolista Michael Jordan, cuando negó el apoyo que le pidieron para repudiar a un político conservador racista: “también los republicanos compran Nike”. Ya no era el niño de 14 años que sí contaba más naturalmente por TV el racismo de blancos que no toleraban su presencia ya exitosa en los torneos. La industria del deporte se había adueñado de su vida.
Justamente Serena Williams, visita de lujo estos días en Buenos Aires, por la Copa Federación, anunció la última semana que pondrá fin a su boicot de 14 al torneo de Indian Wells y que volverá a jugarlo en marzo. En 2001, cuando tenía apenas 19 años, aficionados le gritaron como si fuese un mono, en medio de abucheos generalizados porque entendían que su hermana Venus había abandonado un partido simulando una lesión para no enfrentarla en semifinales. Ganó el título pero pasó largas horas llorando dentro del vestuario. Sus compatriotas hasta habían celebrado las dobles faltas que cometió en la final que le ganó a la belga Kim Clijsters.
A los 33 años, Serena, número uno del tenis mundial, anunció que volverá a Indian Wells, feliz porque el tenis de su país la defendió meses atrás, cuando el capitán ruso de la Copa Federación, Shamil Tarpishev, había realizado comentarios racistas y sexistas sobre ella y su hermana Venus. Serena contó en estos días que la asunción de Obama como presidente en 2008 fue la primera señal de que también ella podía revisar su decisión. Pero, debo decirlo, leí en estos días debates en la prensa de Estados Unidos, intervenciones de aficionados incluidas, en las que aún hoy muchos afirman que Serena no fue abucheada en 2001 en Indian Wells porque es negra, sino por el episodio de semifinales.
Es la ignorancia del racismo. Todavía, es evidente, queda un largo camino. Gente como Sifford y nuestras ahora visitantes hermanas Williams, cada uno a su modo, ayudaron y ayudan a que la batalla sea menos dura.
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