Lizondo Borda y la crónica de un viaje difícil

Lizondo Borda y la crónica de un viaje difícil

El historiador narró su experiencia “desastrosa” tras una excursión a los valles en 1936

El historiador narró su experiencia “desastrosa”  tras una excursión a los valles en 1936. El historiador narró su experiencia “desastrosa” tras una excursión a los valles en 1936.
06 Febrero 2015
Dicen que la ruta 307, que conecta El Mollar y Tafí del Valle con la llanura, es la mejor carretera de la provincia. Curiosa revancha se ha tomado un camino que antes del pavimento suponía todo un desafío para los jinetes que se aventuraban por él. El historiador Manuel Lizondo Borda (1889-1966) dejó testimonio de esos senderos bravos en 1936, después de un viaje con otro colega distinguido, Juan Alfonso Carrizo.

De ida, los viajeros habían utilizado la huella que ascendía desde Santa Rosa por la Quebrada del Portugués, según la nota que publicó LA GACETA en la edición del 9 de febrero de 1991, en la sección “Veraneos de antes”. De vuelta, en cambio, optaron por el camino típico, que caía al llano en Santa Lucía tras atravesar las cumbres boscosas de La Ventanita. “Regresé por él sólo para conocerlo, pero no volveré a transitarlo”, prometió Lizondo Borda en la crónica que redactó al respecto.

El texto da cuenta de un regreso caracterizado por una cabalgata incómoda. Había “cornisas mal hechas y peligrosas”, y frecuentes cruces de río. Lizondo Borda anotó que en un momento la bajada se transformaba en subida de “una cuchilla montuosa, por una estrecha senda de lodo y piedras, empinada y molesta”. Después de varias horas de trepar, los historiadores llegaron a La Ventanita, cuyos claros alcanzaban a mostrar la llanura tucumana.

Entonces tuvo inicio lo que el cronista calificó como “la peor parte del trayecto”: el descenso. “Bajamos primero por cuchillas arboladas de caídas bruscas y luego nos dimos con los comienzos de la quebrada del río Santa Lucía. Y seguimos durante horas por esa quebrada que es de pendiente violenta y continuada. Desde arriba, aparecían vertientes por todos lados, corriendo algunas por el mismo camino en rápido descenso”, describió.

Suelos de “mojado pedregullo” con lajas, hoyos, escalones y fango creaban las condiciones ideales para que las mulas “se afianzasen” a los resbalones. “Otras veces, de puro estrecho y hondo, el camino parecía un canal de roca. La bajada forzada y riesgosa no terminaba nunca”, confesó el historiador, que en esa vuelta “para el olvido” sólo encontró alivio y disfrute durante el almuerzo junto al río.

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