Por Guillermo Monti
06 Febrero 2015
Comenzó la última temporada turística de verano de su gestión y José Alperovich la relojeó desde Miami. La que viene en invierno caerá en pleno proceso electoral, así que si hoy a Tucumán le faltan paredes para vender tantas caras de póker desde los afiches, ¿qué podemos esperar de julio? Bernardo Racedo Aragón se entusiasma con alguna encuesta que lo proyecta hacia la intendencia de Yerba Buena, sus días a la cabeza del Ente de Turismo están regidos por la cuenta regresiva hacia el cuarto oscuro. ¿Qué se vislumbra en el horizonte inminente? Una Fiesta del Queso superpolitizada, lo que no sorprende teniendo en cuenta que los candidatos fatigan los bares y la avenida Perón de Tafí del Valle regalando sonrisas y una que otra promesa.
Racedo Aragón cargará siempre con la comparación entre lo que hizo en Salta y lo que no pudo hacer en Tucumán. La explicación no pasa por él, sino por los proyectos de provincia con los que le tocó trabajar. Salta le puso fichas al turismo e invirtió a mediano y largo plazo; Alperovich está convencido de que la calidad de vida de “la gente” se construye en la inmediatez de un cordón cuneta o un módulo habitacional. El turismo, que implica sembrar hoy para cosechar en un futuro impreciso, no le suma. La que perdió durante los últimos 12 años fue Tucumán.
Salta, seamos honestos, encierra dos provincias en una. El formidable desarrollo turístico está focalizado en el centro-oeste, ese círculo virtuoso que une Cafayate, Cabra Corral, la capital, Cachi, Molinos y Seclantas, y en el que se inscribe el Tren a las Nubes. El turismo nacional e internacional va y viene por esa geografía, a la que sumarán pronto una compleja y necesaria obra de ingeniería: ya está licitada la pavimentación de un tramo de la ruta entre la Cuesta del Obispo y Cachi. Al desarrollo de esta región apuntó con éxito Racedo Aragón en los tiempos de Juan Carlos Romero al frente del Ejecutivo.
El este salteño es otro cantar. En su novela “Los pibes suicidas”, Fabio Martínez ficcionaliza el Tartagal empobrecido de todos los días y describe las miserias del narcotráfico. Orán es noticia por los chicos desnutridos, mientras en Mosconi, Embarcación y el resto de las localidades de la zona lo que sobra son carencias. Decididamente, no son zonas turísticas.
La absurda polémica desatada en El Mollar en torno a los menhires simboliza la década alperovichista en materia turística. Instalar una feria en medio de un Museo a Cielo Abierto es una barbaridad digna de la inmediata destitución del delegado comunal y de un proceso judicial por incumplimiento de los deberes inherentes al cargo que ostenta. Pero Jorge Cruz, como todo delegado, integra un entramado político que está por encima de cualquier legislación. Mejor es pasarse la pelotita de las acusaciones.
Alperovich puede ufanarse de la cantidad de hoteles inaugurados o de lo bien que quedó la subida a Tafí del Valle. Ruta que contrasta con el campo minado que deben sortear los automovilistas apenas ponen proa a Amaicha. Es un debate tramposo: yo hice esto, usted no hizo esto. La discusión pasa por políticas implementadas y objetivos alcanzados, terreno propio de los estadistas. No es la materia del gobernador.
Si San Miguel de Tucumán no es la capital de provincia más sucia del país pega en el palo. Es cierto que los ejemplos vienen de arriba, pero también que el tucumano se acostumbró a tirar la basura en cualquier parte. Sin respeto por el medio ambiente, por los conciudadanos y por el propio bienestar es difícil proyectar un jardín. Los aciertos del municipio en pos de embellecer la ciudad suelen tropezar con el vandalismo, que no perdona. Se piden placeros, pero ¿qué puede hacer frente a una patota? Entonces lo que falla es la seguridad. Las construcciones colectivas, siempre arduas, figuran en la columna del debe provincial.
Hay quienes expresan su voluntad de gobernar Tucumán en el período 2015/2019. Lo que no dicen Manzur, Cano o Amaya es cómo piensan hacerlo, más allá de obviedades para la tribuna. Por caso, ¿será el desarrollo turístico una política de Estado o, como le pasa a Racedo Aragón, será cuestión de remar sin el respaldo en recursos que sólo el Poder Ejecutivo puede aportar?
Racedo Aragón cargará siempre con la comparación entre lo que hizo en Salta y lo que no pudo hacer en Tucumán. La explicación no pasa por él, sino por los proyectos de provincia con los que le tocó trabajar. Salta le puso fichas al turismo e invirtió a mediano y largo plazo; Alperovich está convencido de que la calidad de vida de “la gente” se construye en la inmediatez de un cordón cuneta o un módulo habitacional. El turismo, que implica sembrar hoy para cosechar en un futuro impreciso, no le suma. La que perdió durante los últimos 12 años fue Tucumán.
Salta, seamos honestos, encierra dos provincias en una. El formidable desarrollo turístico está focalizado en el centro-oeste, ese círculo virtuoso que une Cafayate, Cabra Corral, la capital, Cachi, Molinos y Seclantas, y en el que se inscribe el Tren a las Nubes. El turismo nacional e internacional va y viene por esa geografía, a la que sumarán pronto una compleja y necesaria obra de ingeniería: ya está licitada la pavimentación de un tramo de la ruta entre la Cuesta del Obispo y Cachi. Al desarrollo de esta región apuntó con éxito Racedo Aragón en los tiempos de Juan Carlos Romero al frente del Ejecutivo.
El este salteño es otro cantar. En su novela “Los pibes suicidas”, Fabio Martínez ficcionaliza el Tartagal empobrecido de todos los días y describe las miserias del narcotráfico. Orán es noticia por los chicos desnutridos, mientras en Mosconi, Embarcación y el resto de las localidades de la zona lo que sobra son carencias. Decididamente, no son zonas turísticas.
La absurda polémica desatada en El Mollar en torno a los menhires simboliza la década alperovichista en materia turística. Instalar una feria en medio de un Museo a Cielo Abierto es una barbaridad digna de la inmediata destitución del delegado comunal y de un proceso judicial por incumplimiento de los deberes inherentes al cargo que ostenta. Pero Jorge Cruz, como todo delegado, integra un entramado político que está por encima de cualquier legislación. Mejor es pasarse la pelotita de las acusaciones.
Alperovich puede ufanarse de la cantidad de hoteles inaugurados o de lo bien que quedó la subida a Tafí del Valle. Ruta que contrasta con el campo minado que deben sortear los automovilistas apenas ponen proa a Amaicha. Es un debate tramposo: yo hice esto, usted no hizo esto. La discusión pasa por políticas implementadas y objetivos alcanzados, terreno propio de los estadistas. No es la materia del gobernador.
Si San Miguel de Tucumán no es la capital de provincia más sucia del país pega en el palo. Es cierto que los ejemplos vienen de arriba, pero también que el tucumano se acostumbró a tirar la basura en cualquier parte. Sin respeto por el medio ambiente, por los conciudadanos y por el propio bienestar es difícil proyectar un jardín. Los aciertos del municipio en pos de embellecer la ciudad suelen tropezar con el vandalismo, que no perdona. Se piden placeros, pero ¿qué puede hacer frente a una patota? Entonces lo que falla es la seguridad. Las construcciones colectivas, siempre arduas, figuran en la columna del debe provincial.
Hay quienes expresan su voluntad de gobernar Tucumán en el período 2015/2019. Lo que no dicen Manzur, Cano o Amaya es cómo piensan hacerlo, más allá de obviedades para la tribuna. Por caso, ¿será el desarrollo turístico una política de Estado o, como le pasa a Racedo Aragón, será cuestión de remar sin el respaldo en recursos que sólo el Poder Ejecutivo puede aportar?
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