Por Juan Pablo Durán
03 Febrero 2015
Excluyendo la escandalosa muerte del fiscal Alberto Nisman, febrero aniquiló el letargo vacacional de la provincia con una novedad que, sin dudas, sacudirá el tablero del peronismo local: el alperovichismo y el amayismo se encaminan hacia la ruptura definitiva. Una sucesión de hechos que ocurrieron durante ese tiempo lo demuestran objetivamente.
La separación de hecho entre Alperovich y Amaya se produjo en abril del año pasado, durante una reunión oficial que ambos mandatarios mantuvieron en la Casa de Gobierno. Esa fue la última vez que se vieron. Y no fue una despedida a lo Humphrey Bogart e Ingrid Bergman como en la película Casablanca. La partida fue con gestos adustos. Ese día, Alperovich y Amaya entendieron que “no habría París” para volver a estar juntos.
Ante ese panorama, el divorcio definitivo podría rubricarse en el mes más corto del año. Porque existe un hecho concreto que profundizó ese alejamiento: hace nueve meses que Alperovich y Amaya no se hablan ni se escriben. Tampoco se envían mensajes de texto por WhatsApp, ni epístolas privadas por Facebook o Twitter. Despechados el uno con el otro, el gobernador y el intendente decidieron transitar cada uno por un camino diferente.
La última vez que un heraldo llevó mensajes para uno y otro sector fue en diciembre. El ministro todoterreno del PE, Jorge Gassenbauer, buscó convencer al intendente capitalino de que continuara ocupando el cargo de vicepresidente del PJ, por debajo de la senadora Beatriz Rojkés. Amaya le respondió que evaluaría la propuesta y dejó la puerta entreabierta. Por ese hueco ingresaron un sinnúmero de especulaciones. Al punto tal que en los mentideros políticos se llegó a hablar de la concreción de una fórmula gubernamental encabezada por Amaya y secundada por Rojkés. Pero a mediados de enero el amayismo evaluó que pertenecer a la estructura orgánica del PJ sería contraproducente para las ambiciones políticas del intendente capitalino. En el entorno del lord mayor de la ciudad entendieron que depender del verticalismo pejotista obligaría a Amaya a participar de una interna para dirimir su candidatura a gobernador. Saben en este espacio que sería más que imposible vencer en una competencia donde el aparato alperovichista quemaría todas las naves en favor de una victoria del ministro Juan Manzur. Entendieron, también, que permanecer en el PJ ataría de manos al intendente si es que decide buscar la gobernación a través de un partido propio, o bien en una fórmula con el diputado José Cano.
Otro acontecimiento que obligó al amayismo a alejarse de la Casa de Gobierno fue la determinación de Alperovich de proclamar al ministro de Salud, Pablo Yedlin, como candidato a intendente de la capital. La decisión de ungir al galeno nadador terminó por apagar la última brasa esperanzadora. Sólo quedan cenizas del idilio que alguna vez mantuvieron los máximos referentes del peronismo local. La candidatura de Yedlin le cierra la puerta a Germán Alfaro, quien busca conducir los destinos de la ciudad, para una alianza en conjunto. Como respuesta a esa proclamación, Amaya tiene previsto lanzar, en las próximas horas, la candidatura de su principal escudero político.
Los mensajes de Cano
El breve receso estival sirvió para que maduraran las diferencias entre Alperovich y Amaya. En los últimos días, las desavenencias políticas se transformaron en personales. Operadores de ambos sectores confían que tanto el uno como el otro ya no se pueden ver ni siquiera en fotos. Opinan que la cuestión de piel caló tan hondo entre los mandatarios que el virus llegó al hueso. El olor a podrido que emana del fin la relación de entre las dos cabezas del peronismo comarcano llegó hasta las narices de Cano y motivó al radical a apurar un alianza electoral con el amayismo. Ayer, el intendente de la ciudad de Catamarca, el massista Raúl Jalil, visitó a Amaya en su despacho. El catamarqueño, quien milita en las filas del massismo, le preguntó a su par tucumano si es que formaría parte de la lista del PJ. Según trascendió, fue el propio Cano quien le pidió a Jalil que recabara esa información. La negociación entre Amaya y Cano se reactiva en el mes más corto del año.
La separación de hecho entre Alperovich y Amaya se produjo en abril del año pasado, durante una reunión oficial que ambos mandatarios mantuvieron en la Casa de Gobierno. Esa fue la última vez que se vieron. Y no fue una despedida a lo Humphrey Bogart e Ingrid Bergman como en la película Casablanca. La partida fue con gestos adustos. Ese día, Alperovich y Amaya entendieron que “no habría París” para volver a estar juntos.
Ante ese panorama, el divorcio definitivo podría rubricarse en el mes más corto del año. Porque existe un hecho concreto que profundizó ese alejamiento: hace nueve meses que Alperovich y Amaya no se hablan ni se escriben. Tampoco se envían mensajes de texto por WhatsApp, ni epístolas privadas por Facebook o Twitter. Despechados el uno con el otro, el gobernador y el intendente decidieron transitar cada uno por un camino diferente.
La última vez que un heraldo llevó mensajes para uno y otro sector fue en diciembre. El ministro todoterreno del PE, Jorge Gassenbauer, buscó convencer al intendente capitalino de que continuara ocupando el cargo de vicepresidente del PJ, por debajo de la senadora Beatriz Rojkés. Amaya le respondió que evaluaría la propuesta y dejó la puerta entreabierta. Por ese hueco ingresaron un sinnúmero de especulaciones. Al punto tal que en los mentideros políticos se llegó a hablar de la concreción de una fórmula gubernamental encabezada por Amaya y secundada por Rojkés. Pero a mediados de enero el amayismo evaluó que pertenecer a la estructura orgánica del PJ sería contraproducente para las ambiciones políticas del intendente capitalino. En el entorno del lord mayor de la ciudad entendieron que depender del verticalismo pejotista obligaría a Amaya a participar de una interna para dirimir su candidatura a gobernador. Saben en este espacio que sería más que imposible vencer en una competencia donde el aparato alperovichista quemaría todas las naves en favor de una victoria del ministro Juan Manzur. Entendieron, también, que permanecer en el PJ ataría de manos al intendente si es que decide buscar la gobernación a través de un partido propio, o bien en una fórmula con el diputado José Cano.
Otro acontecimiento que obligó al amayismo a alejarse de la Casa de Gobierno fue la determinación de Alperovich de proclamar al ministro de Salud, Pablo Yedlin, como candidato a intendente de la capital. La decisión de ungir al galeno nadador terminó por apagar la última brasa esperanzadora. Sólo quedan cenizas del idilio que alguna vez mantuvieron los máximos referentes del peronismo local. La candidatura de Yedlin le cierra la puerta a Germán Alfaro, quien busca conducir los destinos de la ciudad, para una alianza en conjunto. Como respuesta a esa proclamación, Amaya tiene previsto lanzar, en las próximas horas, la candidatura de su principal escudero político.
Los mensajes de Cano
El breve receso estival sirvió para que maduraran las diferencias entre Alperovich y Amaya. En los últimos días, las desavenencias políticas se transformaron en personales. Operadores de ambos sectores confían que tanto el uno como el otro ya no se pueden ver ni siquiera en fotos. Opinan que la cuestión de piel caló tan hondo entre los mandatarios que el virus llegó al hueso. El olor a podrido que emana del fin la relación de entre las dos cabezas del peronismo comarcano llegó hasta las narices de Cano y motivó al radical a apurar un alianza electoral con el amayismo. Ayer, el intendente de la ciudad de Catamarca, el massista Raúl Jalil, visitó a Amaya en su despacho. El catamarqueño, quien milita en las filas del massismo, le preguntó a su par tucumano si es que formaría parte de la lista del PJ. Según trascendió, fue el propio Cano quien le pidió a Jalil que recabara esa información. La negociación entre Amaya y Cano se reactiva en el mes más corto del año.
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