26 Enero 2015
PASEO DE DOMINGO. Cinco niños y dos adultos -ninguno llevaba casco- de paseo en un motocarro por la transitada y veloz autovía.
Después de una travesía “a los tumbos” por cualquiera de los tres caminos que conducen a la Diagonal Raúl Leccese (por la avenida Ejército del Norte o por la avenida Francisco de Aguirre desde el este o el oeste), el asfalto nuevo y perfectamente planchado de la nueva autovía que conduce a Tafí Viejo se convierte en un un lujo para el conductor y los amortiguadores del del vehículo.
Los carteles al costado del camino indican que la velocidad máxima a la que se puede transitar es 80 o 100 km/h según el tramo, lo que promete un viaje hasta la capital del limón de no más de cinco minutos. Pero apenas comienzan a aparecer los barrios ubicados a la vera de la ruta, es obligatorio levantar el pie del acelerador y activar todos los sentidos: en cualquier momento se podría cruzar un peatón, un niño o un adulto, una mujer con un bebé en brazos o un abuelo que apenas consigue alzar las piernas para saltar los muros de hormigón que separan las dos manos de la autovía. Esta acrobacia hacia el peligro se potencia de noche, cuando la flamante diagonal ofrece una oscuridad que invita a pasarla lo más rápidamente posible.
“No usamos los puentes porque la verdad es una pérdida de tiempo tremenda. Es mucho lo que hay que caminar, además de subir y bajar dos rampas de cada lado”, confiesa Azucena Ferreyra, una mujer de 38 años que vive en Los Pocitos y cruza a diario la autopista saltando las barreras de hormigón tipo New Jersey para ahorrar unos minutos en la vida aunque -lo admite- sabe que el peligro es enorme. Además -agrega Azucena- nunca hay luz ni en la diagonal ni en los puentes, entonces es un peligro. Uno no sabe si arriba se esconde alguien dispuesto a asaltarnos”.
En la misma parada de colectivos, sobre la colectora oeste, Patricio Cazuza (20 años) conversó con LA GACETA: “la verdad casi nunca uso el puente, porque es una pérdida de tiempo. Y siendo una zona peligrosa, cuanto más rápido crucés, mejor. Debería haber policías patrullando; a veces hay algunos, pero a las 20 se van y es el horario más peligroso”, comenta el joven, que visita a su novia en el barrio Los Pocitos día de por medio.
Raúl Basilio, titular de la Dirección Provincial de Vialidad, está al tanto de que los peatones omiten utilizar los tres puentes peatonales y cruzan la autovía por el medio de la calzada. Pero no le encuentra solución y sus respuestas parecen responder a la resignación. “Es una cuestión de cultura vial -responde- y de respeto por la vida humana. Nosotros hemos decidido poner las barreras físicas de hormigón y ahora estamos analizando poner otras barreras más altas”, respondió ante la consulta de este diario.
Basilio reconoce que este mal uso de la diagonal es “un peligro constante”, pero se manifiesta impotente: “Vialidad no tiene el poder de policía para realizar controles y penalizar. Hay ciertas normas que se deben hacer cumplir, porque más allá de que la obra sea muy buena, es necesario que se la use como corresponde. Deberían actuar los policías en este control”, señala. Pero lo cierto es que ni la Policía Vial ni ningún otro organismo realiza controles viales a lo largo de los 5,6 kilómetros que unen la capital con Tafí Viejo. Entonces, la autopista se cuida -o se descuida- por sí sola.
Los carteles al costado del camino indican que la velocidad máxima a la que se puede transitar es 80 o 100 km/h según el tramo, lo que promete un viaje hasta la capital del limón de no más de cinco minutos. Pero apenas comienzan a aparecer los barrios ubicados a la vera de la ruta, es obligatorio levantar el pie del acelerador y activar todos los sentidos: en cualquier momento se podría cruzar un peatón, un niño o un adulto, una mujer con un bebé en brazos o un abuelo que apenas consigue alzar las piernas para saltar los muros de hormigón que separan las dos manos de la autovía. Esta acrobacia hacia el peligro se potencia de noche, cuando la flamante diagonal ofrece una oscuridad que invita a pasarla lo más rápidamente posible.
“No usamos los puentes porque la verdad es una pérdida de tiempo tremenda. Es mucho lo que hay que caminar, además de subir y bajar dos rampas de cada lado”, confiesa Azucena Ferreyra, una mujer de 38 años que vive en Los Pocitos y cruza a diario la autopista saltando las barreras de hormigón tipo New Jersey para ahorrar unos minutos en la vida aunque -lo admite- sabe que el peligro es enorme. Además -agrega Azucena- nunca hay luz ni en la diagonal ni en los puentes, entonces es un peligro. Uno no sabe si arriba se esconde alguien dispuesto a asaltarnos”.
En la misma parada de colectivos, sobre la colectora oeste, Patricio Cazuza (20 años) conversó con LA GACETA: “la verdad casi nunca uso el puente, porque es una pérdida de tiempo. Y siendo una zona peligrosa, cuanto más rápido crucés, mejor. Debería haber policías patrullando; a veces hay algunos, pero a las 20 se van y es el horario más peligroso”, comenta el joven, que visita a su novia en el barrio Los Pocitos día de por medio.
Raúl Basilio, titular de la Dirección Provincial de Vialidad, está al tanto de que los peatones omiten utilizar los tres puentes peatonales y cruzan la autovía por el medio de la calzada. Pero no le encuentra solución y sus respuestas parecen responder a la resignación. “Es una cuestión de cultura vial -responde- y de respeto por la vida humana. Nosotros hemos decidido poner las barreras físicas de hormigón y ahora estamos analizando poner otras barreras más altas”, respondió ante la consulta de este diario.
Basilio reconoce que este mal uso de la diagonal es “un peligro constante”, pero se manifiesta impotente: “Vialidad no tiene el poder de policía para realizar controles y penalizar. Hay ciertas normas que se deben hacer cumplir, porque más allá de que la obra sea muy buena, es necesario que se la use como corresponde. Deberían actuar los policías en este control”, señala. Pero lo cierto es que ni la Policía Vial ni ningún otro organismo realiza controles viales a lo largo de los 5,6 kilómetros que unen la capital con Tafí Viejo. Entonces, la autopista se cuida -o se descuida- por sí sola.
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