Por Roberto Espinosa
24 Enero 2015
Su cara lo dice todo. Ya sé, se siente harto. Veo que tiene las ojeras como paltas, tal vez de tanto desvelo por consumir los canales de noticias. Mucha carne podrida en los últimos días. El país es un conventillo desde hace tiempo. La descalificación personal en los medios de comunicación está a la orden del día. La muerte del fiscal Nisman ha desnudado al detective frustrado en muchos argentinos, incluyendo a los políticos más encumbrados. El difunto pasó a ser un “héroe” o “un pobre muchacho”. Todos murmuran, conjeturan, se agreden, se victimizan, tienen algo para demostrar, quieren ser más astutos que los investigadores, buscar protagonismo, hablan de tener prudencia pero sus palabras no se reflejan en acciones. No piensan hacer mutis por el foro y dejar que la Justicia actúe sin una tribuna soplándole la nuca. A pocos parece importarle el dolor de la familia del magistrado. Es posible que la morbosidad los lleve a espulgar la intimidad del fiscal y de su entorno afectivo. Siempre la paja en el ojo ajeno, nadie parece dispuesto a ponerse en el lugar del otro. Si ello fuera así, quizás algo podría cambiar...
¿Por qué se ríe? Por favor, no me compadezca. Tómese un sorbo de bienbec y despeje la imaginación por un momento. Supongamos que en este jardín de la irrealidad, los jubilados tuviesen la sartén por el mango y como en la antigua Grecia fueran venerados por la sociedad. ¿Qué haría si fuera uno de ellos? ¿Qué sucedería, por ejemplo, llegaran al poder a través de una intervención transitoria y dispusieran que el ex gobernador, sus ex funcionarios, ex legisladores, los jueces y todo tipo de ex representante del pueblo rentado cobraran sueldos de $3.700 como la mayoría de los ancianos? Es posible que los viera todos los miércoles protestar alrededor de la plaza Independencia pidiendo un incremento. No podrían sostener sus casas, sus vehículos con vidrios polarizados, aunque quizás los más ahorrativos podrían zafar de la malaria por un buen tiempo. Pero usted sabe que la sordera avanza a paso redoblado a cierta edad, por lo tanto es posible que no fueran escuchadas las súplicas.
Imagine que usted, poderoso gobernador, de pronto se convierte en un funcionario de segunda línea en otro gobierno. Se entera de que su hija ha desaparecido y la hallan varios días después muerta en las inmediaciones de la ruta a Raco. El jefe del gobierno anuncia luego que conoce el nombre del asesino y que lo dará a conocer oportunamente, pero inexplicablemente sobreviene un silencio de cementerio. Usted renuncia a su cargo y comienza a golpear las puertas del poder, reclamando verdad y justicia. Pero se da cuenta que tienen una piedra, en lugar de corazón. A ellos no les interesa su dolor. Si usted hubiese sido el fiscal que cajoneó la causa durante siete años y súbitamente, se convirtiera en el padre de esa hija asesinada, que no se resigna a ser víctima de la impunidad y lucha sin tregua contra encubrimiento y la perversidad de los poderosos y los pícaros, y viera cómo a ese juez lo premian con una jubilación de privilegio.
Si usted fuera una esposa del poder que goza de todas las prebendas, y se viera en el ropaje de una “madre del pañuelo negro”, que vive en la indigencia y que sus hijos están acorralados por el consumo de paco y delinquen para poder comprarlo. Si no tuviera dónde internarlos para que se recuperaran; si para poder conseguir el sustento fuese cartonera, si viviera en una tapera, si se sintiera abandonada a su destino. Si estuviera desesperada y el gobernador ni un ministro nunca la recibieran.
Si usted que es defensor del pueblo, se viera en las arrugas de un viejo, zamarreado por achaques, que cobra la jubilación mínima y reclama que le paguen la movilidad del 82%, que ve que sus cofrades se van muriendo sin percibir el dinero que le deben y que la Justicia le ha ordenado pagar al gobernador. Si usted padeciera uno de los más de cien casos de impunidad en la provincia, si la respuesta fuese la indiferencia del Estado.
Ya sé, me dirá que es difícil cambiar los papeles, que varios de nuestros representantes no tienen conciencia ética y solamente sueñan con volver a “tocar la Legislatura o cualquier cargo en el gobierno con las manos”. Así las cosas, es posible que para entrar a este paraíso se necesite clave fiscal.
¿Por qué se ríe? Por favor, no me compadezca. Tómese un sorbo de bienbec y despeje la imaginación por un momento. Supongamos que en este jardín de la irrealidad, los jubilados tuviesen la sartén por el mango y como en la antigua Grecia fueran venerados por la sociedad. ¿Qué haría si fuera uno de ellos? ¿Qué sucedería, por ejemplo, llegaran al poder a través de una intervención transitoria y dispusieran que el ex gobernador, sus ex funcionarios, ex legisladores, los jueces y todo tipo de ex representante del pueblo rentado cobraran sueldos de $3.700 como la mayoría de los ancianos? Es posible que los viera todos los miércoles protestar alrededor de la plaza Independencia pidiendo un incremento. No podrían sostener sus casas, sus vehículos con vidrios polarizados, aunque quizás los más ahorrativos podrían zafar de la malaria por un buen tiempo. Pero usted sabe que la sordera avanza a paso redoblado a cierta edad, por lo tanto es posible que no fueran escuchadas las súplicas.
Imagine que usted, poderoso gobernador, de pronto se convierte en un funcionario de segunda línea en otro gobierno. Se entera de que su hija ha desaparecido y la hallan varios días después muerta en las inmediaciones de la ruta a Raco. El jefe del gobierno anuncia luego que conoce el nombre del asesino y que lo dará a conocer oportunamente, pero inexplicablemente sobreviene un silencio de cementerio. Usted renuncia a su cargo y comienza a golpear las puertas del poder, reclamando verdad y justicia. Pero se da cuenta que tienen una piedra, en lugar de corazón. A ellos no les interesa su dolor. Si usted hubiese sido el fiscal que cajoneó la causa durante siete años y súbitamente, se convirtiera en el padre de esa hija asesinada, que no se resigna a ser víctima de la impunidad y lucha sin tregua contra encubrimiento y la perversidad de los poderosos y los pícaros, y viera cómo a ese juez lo premian con una jubilación de privilegio.
Si usted fuera una esposa del poder que goza de todas las prebendas, y se viera en el ropaje de una “madre del pañuelo negro”, que vive en la indigencia y que sus hijos están acorralados por el consumo de paco y delinquen para poder comprarlo. Si no tuviera dónde internarlos para que se recuperaran; si para poder conseguir el sustento fuese cartonera, si viviera en una tapera, si se sintiera abandonada a su destino. Si estuviera desesperada y el gobernador ni un ministro nunca la recibieran.
Si usted que es defensor del pueblo, se viera en las arrugas de un viejo, zamarreado por achaques, que cobra la jubilación mínima y reclama que le paguen la movilidad del 82%, que ve que sus cofrades se van muriendo sin percibir el dinero que le deben y que la Justicia le ha ordenado pagar al gobernador. Si usted padeciera uno de los más de cien casos de impunidad en la provincia, si la respuesta fuese la indiferencia del Estado.
Ya sé, me dirá que es difícil cambiar los papeles, que varios de nuestros representantes no tienen conciencia ética y solamente sueñan con volver a “tocar la Legislatura o cualquier cargo en el gobierno con las manos”. Así las cosas, es posible que para entrar a este paraíso se necesite clave fiscal.
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