Por Leo Noli
24 Enero 2015
El abuelo suele ser un consejero de la vida, pero desde un costado ajeno totalmente al de nuestros días y tiempos, en los que el celular se convierte en tus ojos, orejas y corazón. Si el “celu” no te funciona, te falta el aire. Al nono no le interesa saber que en tu pequeña caja mágica tenés Facebook, Twitter, Whatsapp. Claro, Whatsapp te sirve para mandar mensajes gratuitos a tus amigos sin costo alguno. Es buena esa.
El abuelo, un hombre silencioso capaz de enjuiciarte con la mirada, te dice: “qué equivocado estás”. Y su razón es tan simple como tantas veces escuchamos y leímos otras en mil lugares. El celular te encierra en un mundo donde los sonidos de las voces de tus amigos, compañeros de trabajo, familia o quien sea, generalmente, se traducen en cortos suspiros producidos por la melodía de turno de tu aparato. Es una charla de risa muda, un tanteo del panorama en un cuarto oscuro.
El abuelo se remonta a sus épocas, a la bicicleta, a pedalear con el broche pegado en una botamanga. A tocar el timbre de la casa de su amigo, como los de 40 para abajo también hicieron.
Vivir es una cuestión de estado. Tenés que saber disfrutar lo que pasa a tu alrededor; entender por qué reís, llorás, saltás o pataleás; por qué decidiste pelear y también amar. Todo. En el celular la vida se resume al silencio de espera hasta que llegue el texto. Es cierto: ahora, con los de voz a disposición, es como que la tecnología te invita a seguir pegado a ella, pero dándote la opción de interactuar con alguien estando lejos. Peor es nada.
Tal vez el día de mañana inventen una aplicación para saborear un asado sin siquiera probarlo. Y ahí sí que estamos fritos.
El abuelo es un buen consejero. No habla pero igual te dice todo. Como Whatsapp.
El abuelo, un hombre silencioso capaz de enjuiciarte con la mirada, te dice: “qué equivocado estás”. Y su razón es tan simple como tantas veces escuchamos y leímos otras en mil lugares. El celular te encierra en un mundo donde los sonidos de las voces de tus amigos, compañeros de trabajo, familia o quien sea, generalmente, se traducen en cortos suspiros producidos por la melodía de turno de tu aparato. Es una charla de risa muda, un tanteo del panorama en un cuarto oscuro.
El abuelo se remonta a sus épocas, a la bicicleta, a pedalear con el broche pegado en una botamanga. A tocar el timbre de la casa de su amigo, como los de 40 para abajo también hicieron.
Vivir es una cuestión de estado. Tenés que saber disfrutar lo que pasa a tu alrededor; entender por qué reís, llorás, saltás o pataleás; por qué decidiste pelear y también amar. Todo. En el celular la vida se resume al silencio de espera hasta que llegue el texto. Es cierto: ahora, con los de voz a disposición, es como que la tecnología te invita a seguir pegado a ella, pero dándote la opción de interactuar con alguien estando lejos. Peor es nada.
Tal vez el día de mañana inventen una aplicación para saborear un asado sin siquiera probarlo. Y ahí sí que estamos fritos.
El abuelo es un buen consejero. No habla pero igual te dice todo. Como Whatsapp.
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