23 Enero 2015
PALITO CANTÓ DOS HORAS... y las anécdotas no faltaron en el repertorio. la gaceta / foto de diego aráoz
“Palo, palo bonito, palo palo eh eh eh eh”. Hay un grupo a la derecha del escenario que está –y estará todo el tiempo- insoportable. Piden canciones, saltan, gritan y arman el show dentro del show. El protagonista hace gala a su histórico apodo. Como la cenicienta, cuando dan las 12 campanadas entra finalmenteeeeeeeeeeeee..: ¡¡¡¡¡¡¡Elvis Presley!!!!!!! Bueno, tiene la misma ropa entallada y con lentejuelas cosidas a último momento. Pero es “Palito” Ortega recordando su historia. Canta un “Muchacho como yo” y miles de tafinistos hacen un coro que despierta el valle.
“Es una noche para revivir momentos, para disfrutar”, cuenta y lanza canciones de su histórico repertorio. Da con el gusto a los coetáneos de Mercedes (Lules) y cada tema tiene una introducción. Se alarga a veces porque ello le permite tomar un poco de aire. “Pensar que antes me pasaba bailando toda la noche y moviendo la cintura como Elvis”, se sincera con sonrisa y con alegría. Advierte que “la vida es corta” y desafía “a disfrutarla”. Entre bambalinas está Lara Bernasconi. “Palito” la llama y la invita a bailar “despeinada, despeinada”.
Abajo del escenario va, viene y también baila el intendente Jorge Yapura Astorga. A él lo mira “Palito” pero, cuando habla, se dirige al vicegobernador –gobernador interino el sábado pasado- Regino Amado y al presidente del Ente de Turismo, Bernardo Racedo Aragón. “A mí me tocó estar en la situación de ustedes”, dice Ortega con prudencia. “A ustedes sólo les deseo que terminen bien sus mandatos. Es necesario que les vaya bien. Cuando a un político le va bien, a todos los ciudadanos nos va bien”, plantea y lo aplauden.
El fantasma de Frank
Mientras Ortega se cambia, Lalo Fransen toma la batuta. Da un paso al frente con su guitarra y canta canciones de su autoría, de la época del Club del Clan. Cuando llega el turno del “Bikini a lunares amarillos” nadie se queda sin gritar.
Hasta que vuelve Ortega. Ya no es Elvis. Un pantalón de cuero negro entallado contrasta con el blanco de la camisa que se esconde detrás de una campera que hace juego con el pantalón. Un niño de 7 años y otro de tres ya se han dormido en los brazos de sus padres, los demás saltan. Hay madres y abuelas encantadas con “La sonrisa de mamá”. En el escenario pasan las imágenes de las películas de Ortega. Se lo ve cantando en El Cadillal. Aparece haciendo arrumacos a Evangelina Salazar y, a medida que pasan las escenas, los espectadores reconocen rostros jovenzuelos que ya no están. También se ve a Libertad Lamarque y a Luis Sandrini.
La melancolía envuelve a “Palito” cuando canta la canción que le escribió a un amigo: Sandro. Apenas concluye el tema, recuerda: “compartimos giras en Nueva York y el que terminaba primero se iba a buscarlo al otro y lo esperaba hasta que terminaba el show”. “Un noche –continúa- llego a buscarlo y me hizo subir al escenario. Me dijo: ‘cantemos las canciones que cantábamos cuando empezamos. Y cantamos esto: mi amor entero es de mi novia Popotitos”. “Palito” vuelve al estilo Elvis y desata la alegría de todos.
Es un showman de los otros tiempos. Conversa, canta, presume y pontifica. El fantasma de Frank Sinatra se asoma en la noche tafinista. “Me arrepiento de no haber grabado aquella canción, tal cual me lo propuso Don Costa -compositor y arreglador de Sinatra-. ¿Se imaginan lo que hubiera sido entrar al escenario a cantar con Sinatra una canción mía? No me animé. Hoy me arrepiento, tendría algo fuerte para mostrarle a mis nietos. Me conformé con que se escuche una melodía mía en un show de Sinatra, pero no mi voz”. Y empieza a cantar “Sabor a nada”. Finaliza y se dice a sí mismo: “tal vez sea una de las mejores cosas que hice”.
Son las dos de la mañana y nadie se mueve de su lugar. “Palito” está muerto, pero sigue moviendo la cintura como al principio. Recuerda que su hija menor (“Rosarito”, le grita una mujer) habló con él ese sábado y que estaba grabando con Charly García. “Ojalá que alguna vez hagamos un show juntos en Tucumán”, augura. Y se va. Se lleva los regalos que le hicieron: quesos y vino de los valles, y una manta artesanal. “Yo tengo fe”, canta con todos los espectadores. Luego volverá y se perderá en la noche tafinista que lo abrazó fraternalmente mientras la gente de Mercedes, donde él nació, sigue gritando: “palo, palo bonito, palo es”.
“Es una noche para revivir momentos, para disfrutar”, cuenta y lanza canciones de su histórico repertorio. Da con el gusto a los coetáneos de Mercedes (Lules) y cada tema tiene una introducción. Se alarga a veces porque ello le permite tomar un poco de aire. “Pensar que antes me pasaba bailando toda la noche y moviendo la cintura como Elvis”, se sincera con sonrisa y con alegría. Advierte que “la vida es corta” y desafía “a disfrutarla”. Entre bambalinas está Lara Bernasconi. “Palito” la llama y la invita a bailar “despeinada, despeinada”.
Abajo del escenario va, viene y también baila el intendente Jorge Yapura Astorga. A él lo mira “Palito” pero, cuando habla, se dirige al vicegobernador –gobernador interino el sábado pasado- Regino Amado y al presidente del Ente de Turismo, Bernardo Racedo Aragón. “A mí me tocó estar en la situación de ustedes”, dice Ortega con prudencia. “A ustedes sólo les deseo que terminen bien sus mandatos. Es necesario que les vaya bien. Cuando a un político le va bien, a todos los ciudadanos nos va bien”, plantea y lo aplauden.
El fantasma de Frank
Mientras Ortega se cambia, Lalo Fransen toma la batuta. Da un paso al frente con su guitarra y canta canciones de su autoría, de la época del Club del Clan. Cuando llega el turno del “Bikini a lunares amarillos” nadie se queda sin gritar.
Hasta que vuelve Ortega. Ya no es Elvis. Un pantalón de cuero negro entallado contrasta con el blanco de la camisa que se esconde detrás de una campera que hace juego con el pantalón. Un niño de 7 años y otro de tres ya se han dormido en los brazos de sus padres, los demás saltan. Hay madres y abuelas encantadas con “La sonrisa de mamá”. En el escenario pasan las imágenes de las películas de Ortega. Se lo ve cantando en El Cadillal. Aparece haciendo arrumacos a Evangelina Salazar y, a medida que pasan las escenas, los espectadores reconocen rostros jovenzuelos que ya no están. También se ve a Libertad Lamarque y a Luis Sandrini.
La melancolía envuelve a “Palito” cuando canta la canción que le escribió a un amigo: Sandro. Apenas concluye el tema, recuerda: “compartimos giras en Nueva York y el que terminaba primero se iba a buscarlo al otro y lo esperaba hasta que terminaba el show”. “Un noche –continúa- llego a buscarlo y me hizo subir al escenario. Me dijo: ‘cantemos las canciones que cantábamos cuando empezamos. Y cantamos esto: mi amor entero es de mi novia Popotitos”. “Palito” vuelve al estilo Elvis y desata la alegría de todos.
Es un showman de los otros tiempos. Conversa, canta, presume y pontifica. El fantasma de Frank Sinatra se asoma en la noche tafinista. “Me arrepiento de no haber grabado aquella canción, tal cual me lo propuso Don Costa -compositor y arreglador de Sinatra-. ¿Se imaginan lo que hubiera sido entrar al escenario a cantar con Sinatra una canción mía? No me animé. Hoy me arrepiento, tendría algo fuerte para mostrarle a mis nietos. Me conformé con que se escuche una melodía mía en un show de Sinatra, pero no mi voz”. Y empieza a cantar “Sabor a nada”. Finaliza y se dice a sí mismo: “tal vez sea una de las mejores cosas que hice”.
Son las dos de la mañana y nadie se mueve de su lugar. “Palito” está muerto, pero sigue moviendo la cintura como al principio. Recuerda que su hija menor (“Rosarito”, le grita una mujer) habló con él ese sábado y que estaba grabando con Charly García. “Ojalá que alguna vez hagamos un show juntos en Tucumán”, augura. Y se va. Se lleva los regalos que le hicieron: quesos y vino de los valles, y una manta artesanal. “Yo tengo fe”, canta con todos los espectadores. Luego volverá y se perderá en la noche tafinista que lo abrazó fraternalmente mientras la gente de Mercedes, donde él nació, sigue gritando: “palo, palo bonito, palo es”.
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