Por Federico Espósito
16 Enero 2015
A LA DISTANCIA. Dos franceses despliegan la bandera de su país con la leyenda “Somos Charlie”, en repudio al atentado que sufrió la revista “Charlie Hebdo”. la gaceta / foto de juan pablo sanchez noli
“Tomá un traguito ruso, probá lo que es bueno”, ofrece Julián pasándole la jarra a Dimitri, quien pese a su estirpe cosaca no parece muy entusiasmado por conocer esa bebida oscura y espumosa. Ante la insistencia, el moscovita degusta por primera vez en su vida el fernet. “No entiendo”, dictamina en un inglés rígido, desconcertado por un sabor que nada tiene que ver con el amado vodka que le calienta el cuerpo en la fría Kaluga, su ciudad actual, donde ayer hizo 25 grados bajo cero. Sin embargo, más tarde el propio Dimitri pedirá otro sorbo.
“Ya le hicimos probar fernet a gente de un montón de países. Alemanes, brasileños, rusos... de entrada impresiona, pero después les termina gustando”, asegura Lucas, quien junto a Julián siguen al Dakar desde Iquique.
“Y la carne ni te cuento. Les salta una lágrima cuando la prueban. Recién le dimos un zochori al camarógrafo (Ejor, acompañante de Dimitri) y se lo mandó como si fuera un chupetín”, cuenta divertido Julián. La morcilla, en cambio, provocó el mismo desconcierto que el fernet en Dimitri.
El choque cultural entre el equipo soviético y la dupla de santafesinos es uno de los tantos que propicia ese crisol de razas que es el rally Dakar. Sin conocer siquiera una palabra del idioma del otro, se las ingeniaron para interactuar durante las casi tres horas de espera.
“Esto es lo mejor del Dakar”, dice Julián, en alusión a esa convivencia efímera pero tan especial que une a los que siguen la aventura por dondequiera que va. “Te topás con personas muy diferentes, y todas te dejan algo”, añade. Como para confirmar sus palabras, al instante se acerca un alemán, que se presenta como Max, atraído por el irresistible aroma que despide la parrilla. Momentos después, será otro irredento enamorado del asado. “La carne argentina y la australiana son populares en Rusia. Y muy costosas”, mete la cuchara Dimitri, en una pausa de su pasional aliento a los gigantescos Kamaz.
Lucas y Julián, venidos de la comuna santafesina de María Susana (“pero no somos susanos, sino susanenses”, se apurar a aclarar) se declaran fascinados por Tucumán. “Seguir al Dakar nos permite conocer paisajes increíbles como éstos. El año pasado estuvimos en Tafí del Valle y nos encantó. Eso sí, para nosotros el Dakar también es no saber dónde vamos a dormir, qué vamos a comer y si nos vamos a poder bañar. Pero nos encanta”, redondea Julián, antes de despedirse de Dimitri. El ruso reivindica su orgullo, traductor mediante: “si nos volvemos a cruzar, espero que traigan vodka en esa camioneta”.
“Ya le hicimos probar fernet a gente de un montón de países. Alemanes, brasileños, rusos... de entrada impresiona, pero después les termina gustando”, asegura Lucas, quien junto a Julián siguen al Dakar desde Iquique.
“Y la carne ni te cuento. Les salta una lágrima cuando la prueban. Recién le dimos un zochori al camarógrafo (Ejor, acompañante de Dimitri) y se lo mandó como si fuera un chupetín”, cuenta divertido Julián. La morcilla, en cambio, provocó el mismo desconcierto que el fernet en Dimitri.
El choque cultural entre el equipo soviético y la dupla de santafesinos es uno de los tantos que propicia ese crisol de razas que es el rally Dakar. Sin conocer siquiera una palabra del idioma del otro, se las ingeniaron para interactuar durante las casi tres horas de espera.
“Esto es lo mejor del Dakar”, dice Julián, en alusión a esa convivencia efímera pero tan especial que une a los que siguen la aventura por dondequiera que va. “Te topás con personas muy diferentes, y todas te dejan algo”, añade. Como para confirmar sus palabras, al instante se acerca un alemán, que se presenta como Max, atraído por el irresistible aroma que despide la parrilla. Momentos después, será otro irredento enamorado del asado. “La carne argentina y la australiana son populares en Rusia. Y muy costosas”, mete la cuchara Dimitri, en una pausa de su pasional aliento a los gigantescos Kamaz.
Lucas y Julián, venidos de la comuna santafesina de María Susana (“pero no somos susanos, sino susanenses”, se apurar a aclarar) se declaran fascinados por Tucumán. “Seguir al Dakar nos permite conocer paisajes increíbles como éstos. El año pasado estuvimos en Tafí del Valle y nos encantó. Eso sí, para nosotros el Dakar también es no saber dónde vamos a dormir, qué vamos a comer y si nos vamos a poder bañar. Pero nos encanta”, redondea Julián, antes de despedirse de Dimitri. El ruso reivindica su orgullo, traductor mediante: “si nos volvemos a cruzar, espero que traigan vodka en esa camioneta”.
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