El sangriento rastro de la yihad

El sangriento rastro de la yihad

Jan Kuhlmann y Can Mere | Columnistas de la agencia DPA

OSAMA BIN LADEN. El ex jefe de Al Qaeda tenía protección en Pakistán. afp (archivo) OSAMA BIN LADEN. El ex jefe de Al Qaeda tenía protección en Pakistán. afp (archivo)
11 Enero 2015
El 20 de noviembre de 1979 decenas de miles de personas se habían congregado en torno a la Kaaba de la Gran Mezquita de La Meca, en Arabia Saudí; en torno a las 5:00 horas del último día de peregrinación esperaban el inicio del rezo al amanecer. Pero no pudieron realizarlo. Varios cientos de atacantes entre la multitud sacaron sus armas, que habían logrado introducir en la mezquita. Dispararon contra los guardias, cerraron las puertas y secuestraron a los peregrinos. Su intención: derrocar a la casa real saudí, a la que acusaban de corrupción. El Ejército saudí necesitó dos semanas para poner fin a la toma de rehenes con un sangriento enfrentamiento en el que murieron cientos de personas, entre ellos muchos inocentes. Aquella toma de rehenes de 1979 supuso el nacimiento de la yihad moderna, basada principalmente en la violencia, para imponer sus objetivos. Y al atentado en Arabia Saudí lo une una línea directa con la masacre en el semanario satírico Charlie Hebdo de París, atacado esta semana con un saldo de 12 muertos. Para un joven de entonces, la toma de rehenes fue una experiencia crucial en su camino en la guerra contra los infieles. Su nombre era Osama Bin Laden. La ideología de la yihad pudo hacerse popular en los 70 del siglo pasado principalmente porque llenaba un vacío. Tras la vergonzosa derrota en la Guerra de los Seis Días contra Israel en 1967, los gobiernos árabes no tenían mucho que ofrecer. El nacionalismo árabe secular, predominante hasta ese momento, ya no servía. Y entonces la yihad surgió de sus cenizas, explica el investigador francés Gilles Kepel.

Otro experto en yihad, Guido Steinberg, describe en uno de sus libros todo el año 1979 como “memorable para el mundo islámico”. Y es que otros dos sucesos dieron impulso a movimientos radicales islamistas: la revolución iraní con la llegada al poder del Ayatolá Komeini y la entrada de las tropas rusas en Afganistán. La invasión de la URSS contribuyó al éxito del yihadismo. El Ejército soviético entraba en Afganistán para apoyar al régimen comunista de Kabul, pero enseguida se generó resistencia contra los rusos dentro del país, al tiempo que numerosos musulmanes de otras naciones, ente ellas muchas árabes, siguieron la llamada de expulsar de territorio afgano a los infieles. La yihad en Afganistán unió a muchos milicianos islamistas que después formarían la cúpula terrorista. El nombre más famoso del mundo del terror era Bin Laden, que después lideró la red terrorista Al Qaeda y que entró a la historia con los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Sin embargo, los estadounidenses contribuyeron masivamente al ascenso de la yihad en Afganistán, y posibilitaron la victoria de los muyahidines sobre el Ejército Rojo. Su servicio secreto, la CIA, organizó para EEUU otra guerra paralela contra los soviéticos en suelo afgano. La CIA colaboró con el servicio secreto paquistaní ISI, que en la lucha contra el Ejército Rojo patrocinaba a grupos islamistas. Hamid Gul, jefe del ISI entre 1987 y 1989, calificó a Bin Laden años después del 11-S como un “luchador por libertad”. En 1989 los soviéticos se retiraron humillados de Afganistán, en lo que supuso un momento estelar para los islamistas: los muyahidines habían puesto de rodillas al Ejército Rojo. Y entonces EEUU volvió la espalda a la convulsa región, que cayó en el olvido y se hundió en el caos. Tras el derrocamiento del régimen comunista en Kabul en 1992 comenzó la guerra civil en el país, que terminó en 1996 con la toma del poder por los talibanes, apoyados por Pakistán.

Éstos ofrecieron refugio a Bin Laden, que en 1996 volvió a Afganistán y desde ahí declaró la guerra a EEUU. En 1998 Al Qaeda perpetró ataques contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania y en 2000 contra el destructor estadounidense “USS Cole” en Yemen. Tras el 11 de septiembre de 2001, los talibanes se negaron a entregar a Bin Laden y con ello se inició el fin de su régimen, tras la entrada de las tropas internacionales lideradas por Estados Unidos en Afganistán ese mismo año. Bin Laden encontró, como muchos otros líderes talibanes, protección en Pakistán, hasta que soldados estadounidenses lo encontraron y mataron en 2011. Tras la caída del régimen talibán en Afganistán, las zonas tribales en el lado paquistaní se convirtieron en lugar de repliegue de los terroristas. La revista Time describía la región en 2007 como “Talibanistán” y como “próximo campo de batalla en la lucha contra el terrorismo”.

Desde Afganistán la yihad continuó en Irak. En los 80 en Afganistán combatió un hombre que después se hizo conocido por sus atrocidades en Mesopotamia: Abu Mussab al Zarkawi. Tras la invasión estadounidense en 2003, lideró en Irak a grupos de milicianos de los que después surgió el Estado Islámico (ISIS). Entretanto, el ISIS ya controla una parte de Irak y Siria, territorio que se ha convertido a su vez en zona de repliegue ideal para planear sus ataques.

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