Por Luis María Ruiz
10 Enero 2015
¿Qué está bien? ¿Qué está mal? No se trata de ética, sino de convenciones, pero a veces las cuestiones del lenguaje son abordadas como si el habla o la escritura fueran un indicio del destino de la humanidad. ¿Los SMS que dicen “T Kiero, BB” son una señal de nuestra decadencia social? ¿Un comentario en Facebook con prosa borgeana, entonces, nos acerca al Edén? Bajarse del púlpito podría ser el primer paso para comenzar a aprovechar las nuevas -y no tan nuevas- formas que tenemos para decir lo que queremos decir.
Las tendencias suelen ser identificadas cuando han dejado de serlo. Una vez establecidas, se convierten en pautas. ¿Se las puede modificar? En este caso, parece una tarea tan difícil como direccionar el sentido del viento. Sin embargo, al viento rara vez se le teme. Preocupa en algunas circunstancias, pero hasta ahora ningún intelectual se ha expresado en estado de alarma por la imprevisibilidad de las tormentas. Las palabras también van y vienen, mutan y se transforman. La añoranza por el grafema inmaculado resulta tan inútil como quedarse pensando en la brisa que ya no volverá.
¿Cómo escribiría hoy Eduardo Perrone? No el anciano que murió al lado del tren hace algunos años, olvidado. Si su libro “Preso Común” hubiese nacido en este contemporáneo penal de Villa Urquiza, y no en los calabozos de los años 60 y 70, ¿qué expresiones atrofiadas nos hubiese convidado este insurrecto narrador?
Los neologismos -los importados y los de producción propia- quizás describen un aspecto de la sociedad, pero no la definen. Imaginar que esas formas son además la perversión del lenguaje, ¿no es en realidad una manera de limitar las herramientas que tenemos para decir? Quienes elijan mantenerse en el púlpito de la palabra lucharán contra los vientos que mueven los molinos. Y perderán la oportunidad de adentrarse en el maravilloso y complejo mundo del emoticón. A ellos, desde este lugar, sólo quiero decirles:
=)
Las tendencias suelen ser identificadas cuando han dejado de serlo. Una vez establecidas, se convierten en pautas. ¿Se las puede modificar? En este caso, parece una tarea tan difícil como direccionar el sentido del viento. Sin embargo, al viento rara vez se le teme. Preocupa en algunas circunstancias, pero hasta ahora ningún intelectual se ha expresado en estado de alarma por la imprevisibilidad de las tormentas. Las palabras también van y vienen, mutan y se transforman. La añoranza por el grafema inmaculado resulta tan inútil como quedarse pensando en la brisa que ya no volverá.
¿Cómo escribiría hoy Eduardo Perrone? No el anciano que murió al lado del tren hace algunos años, olvidado. Si su libro “Preso Común” hubiese nacido en este contemporáneo penal de Villa Urquiza, y no en los calabozos de los años 60 y 70, ¿qué expresiones atrofiadas nos hubiese convidado este insurrecto narrador?
Los neologismos -los importados y los de producción propia- quizás describen un aspecto de la sociedad, pero no la definen. Imaginar que esas formas son además la perversión del lenguaje, ¿no es en realidad una manera de limitar las herramientas que tenemos para decir? Quienes elijan mantenerse en el púlpito de la palabra lucharán contra los vientos que mueven los molinos. Y perderán la oportunidad de adentrarse en el maravilloso y complejo mundo del emoticón. A ellos, desde este lugar, sólo quiero decirles:
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