Por Juan Manuel Montero
02 Enero 2015
Ya es historia. 2014 quedó en el pasado y José Alperovich comenzó ayer a desandar los últimos meses de una gestión que lo tuvo 12 años en el sillón de Lucas Córdoba. Podrá Alperovich jactarse de muchos logros a lo largo de este tiempo. Podrá discutir claroscuros de un gobierno que se quedó sin nafta -y sin dinero- en el último año. Y deberá admitir fracasos rotundos. Él no pudo evitar que muchísimos tucumanos hayan pedido entre sus deseos, del año que comienza uno que los desvela: que no les roben más.
Allá lejos, por 2003, Alperovich llegó al poder luego de haber dado uno de los saltos que más aún hoy le critican opositores y oficialistas. Haber dejado de ser un hombre de Balbín y de Yrigoyen para pasar a ser uno de Perón. Y en sus primeros discursos sus palabras basadas en un patrón netamente justicialista sonaron, como poco, altisonantes: prometió acabar con la inseguridad en tres meses. Pues bien, han pasado más de 130 y la pelea la perdió ampliamente. Por knock-out. En esas épocas de brios mozos, de energías rebosantes incluso subió la apuesta sin medir las consecuencias: “no me vengan a decir que la Policía necesita nafta y computadoras para saber dónde está el delincuente”. Pues aparentemente sí se necesitaba ya que en estos años en lo que más se invirtió fue en autos y en tecnología, y así y todo los delincuentes son imparables. Pero el problema no parece ser la flecha, sino el indio.
En el discurso que dio el gobernador aquel lejano 30 de octubre de 2003, Alperovich fue tajante: “a partir de hoy Tucumán tendrá un nuevo modelo y un nuevo concepto de seguridad, claro y definido. Vamos a poner a trabajar de manera activa a nuestra policía provincial, de manera prioritaria en la prevención y el esclarecimiento de todos aquellos hechos que afecten la seguridad de los tucumanos”. Y remató: “los delincuentes deben saber que Tucumán ya no es más tierra fértil para sus acciones”. ¿Qué dirá hoy al recordar esas palabras y advertir que, como muchas otras, tuvieron el peso de una hoja en medio del viento? Otra frase que hoy retumba en la cabeza de los tucumanos fue “la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable”. En ese momento, Paulina Lebbos tenía 21 años y nadie imaginaba lo que sucedería en 2006.
Los números en rojo de la gestión Alperovich en materia de seguridad son una mancha que no podrá borrar jamás. Comenzó su gestión como gobernador creando justamente el Ministerio de Seguridad Ciudadana, como nunca había tenido la provincia, y lo termina -por impericia propia- con un mismo hombre al frente de tres carteras a las que debió unificar: Gobierno, Seguridad y Justicia. Piense rápidamente: ¿quién es el ministro hoy? No vale usar Google.
Y uno de los puntos más graves del fracaso de la gestión en materia de seguridad tiene que ver con la confianza. ¿Qué decía Alperovich en 2003?: “pondremos en marcha una estrategia basada en la aproximación de la Policía a la gente. La clave está en lograr que también la gente se acerque a la policía sin miedo ni desconfianza. Estamos preparados para recrear esa relación, porque la experiencia mundial nos dice que sólo la comunidad, cuando se organiza, previene las conductas violentas”. Nadie olvidará los sucesos de diciembre de 2013 cuando la misma Policía de la que hablaba el gobernador dejó a los ciudadanos en manos de los saqueadores e incluso, según la investigación judicial aún en marcha, propició los ataques contra el pueblo.
Pasaron años, planes, compras, inversiones y nada cambió. El tucumano se siente indefenso. Sale a la calle sabiendo que puede ser víctima de un delito. No está tranquilo en su casa. Los índices de ataques como los motoarrebatos o los escruches en viviendas se multiplicaron. El vecino se cansa de no observar policías. O verlos mandando mensajes por celular, o reunidos bajo el aire acondicionado que más cerca les quede. Y de que nadie los controle. Alperovich quedó preso de sus propias palabras: “centraremos el desarrollo de la política de seguridad en la prevención del delito”. Y los policías siempre llegan tarde.
Tal vez Alperovich debería haber hablado menos. No hay ningún tucumano que se hubiera enojado si, en vez de decir tanto, hubiera hecho.
Allá lejos, por 2003, Alperovich llegó al poder luego de haber dado uno de los saltos que más aún hoy le critican opositores y oficialistas. Haber dejado de ser un hombre de Balbín y de Yrigoyen para pasar a ser uno de Perón. Y en sus primeros discursos sus palabras basadas en un patrón netamente justicialista sonaron, como poco, altisonantes: prometió acabar con la inseguridad en tres meses. Pues bien, han pasado más de 130 y la pelea la perdió ampliamente. Por knock-out. En esas épocas de brios mozos, de energías rebosantes incluso subió la apuesta sin medir las consecuencias: “no me vengan a decir que la Policía necesita nafta y computadoras para saber dónde está el delincuente”. Pues aparentemente sí se necesitaba ya que en estos años en lo que más se invirtió fue en autos y en tecnología, y así y todo los delincuentes son imparables. Pero el problema no parece ser la flecha, sino el indio.
En el discurso que dio el gobernador aquel lejano 30 de octubre de 2003, Alperovich fue tajante: “a partir de hoy Tucumán tendrá un nuevo modelo y un nuevo concepto de seguridad, claro y definido. Vamos a poner a trabajar de manera activa a nuestra policía provincial, de manera prioritaria en la prevención y el esclarecimiento de todos aquellos hechos que afecten la seguridad de los tucumanos”. Y remató: “los delincuentes deben saber que Tucumán ya no es más tierra fértil para sus acciones”. ¿Qué dirá hoy al recordar esas palabras y advertir que, como muchas otras, tuvieron el peso de una hoja en medio del viento? Otra frase que hoy retumba en la cabeza de los tucumanos fue “la lucha contra la corrupción y la impunidad será implacable”. En ese momento, Paulina Lebbos tenía 21 años y nadie imaginaba lo que sucedería en 2006.
Los números en rojo de la gestión Alperovich en materia de seguridad son una mancha que no podrá borrar jamás. Comenzó su gestión como gobernador creando justamente el Ministerio de Seguridad Ciudadana, como nunca había tenido la provincia, y lo termina -por impericia propia- con un mismo hombre al frente de tres carteras a las que debió unificar: Gobierno, Seguridad y Justicia. Piense rápidamente: ¿quién es el ministro hoy? No vale usar Google.
Y uno de los puntos más graves del fracaso de la gestión en materia de seguridad tiene que ver con la confianza. ¿Qué decía Alperovich en 2003?: “pondremos en marcha una estrategia basada en la aproximación de la Policía a la gente. La clave está en lograr que también la gente se acerque a la policía sin miedo ni desconfianza. Estamos preparados para recrear esa relación, porque la experiencia mundial nos dice que sólo la comunidad, cuando se organiza, previene las conductas violentas”. Nadie olvidará los sucesos de diciembre de 2013 cuando la misma Policía de la que hablaba el gobernador dejó a los ciudadanos en manos de los saqueadores e incluso, según la investigación judicial aún en marcha, propició los ataques contra el pueblo.
Pasaron años, planes, compras, inversiones y nada cambió. El tucumano se siente indefenso. Sale a la calle sabiendo que puede ser víctima de un delito. No está tranquilo en su casa. Los índices de ataques como los motoarrebatos o los escruches en viviendas se multiplicaron. El vecino se cansa de no observar policías. O verlos mandando mensajes por celular, o reunidos bajo el aire acondicionado que más cerca les quede. Y de que nadie los controle. Alperovich quedó preso de sus propias palabras: “centraremos el desarrollo de la política de seguridad en la prevención del delito”. Y los policías siempre llegan tarde.
Tal vez Alperovich debería haber hablado menos. No hay ningún tucumano que se hubiera enojado si, en vez de decir tanto, hubiera hecho.