Por Gustavo Martinelli
25 Diciembre 2014
"El recuerdo, como una vela, brilla más en Navidad", decía Charles Dickens. Y tenía razón. Porque la Navidad es, ante todo, una celebración del recuerdo; una verbena que se puede gozar de distintas maneras. En Estados Unidos es casi una tradición que los diarios publiquen, la víspera de Navidad, un cuento o un relato vinculado a esos recuerdos que generan las fiestas. Generalmente son encargados a famosos escritores, que suelen apelar a lo mejor de su pluma para engalanar el encargo. En una de esas columnas el gran Truman Capote estrenó su conmedor cuento "Un recuerdo de Navidad", con el que nos introduce en el mundo privado que él y una prima lejana de sesenta y tantos años habían creado para evadirse de la triste realidad que vivían: nadie se interesaba por ellos. Sin embargo, ambos se embarcaban en tareas tan altruistas como gastarse todos sus ahorros en preparar tartas para gente desconocida. La ternura, la pureza de la amistad entre la anciana y el niño nos devuelven al paraíso de la inocencia. Un paraíso que vale la pena recrear en estos días e imitar en nuestros hogares, junto a nuestros niños. Fue también en la columna de un periódico que el poeta y dramaturgo británico Dylan Thomas escribió “La Navidad de un niño en Gales”, una entrañable conversación entre un abuelo y su nieto, en la que ambos rememoran las navidades en un pequeño pueblo costero. El cuento se lee casi como una oración antes de dormir: es suave, luminoso y hasta podría decirse que ensancha el espíritu. Totalmente recomendable para contrarrestar estos tiempos de superficialidad y consumo desmedido. No menos maravillosa es la bella parábola “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde. Se trata de un relato tierno y sentimental que cuenta como un gigante prohíbe por egoísmo la entrada a su jardín a los niños, lo que hace que la primavera se retire para siempre de él sumiéndolo en un invierno eterno. Sin embargo, el gigante terminará arrepintiéndose y encontrando la redención en Navidad. La historia es una metáfora sobre como el egoísmo crea barreras a los demás. Su lectura, casi con seguridad, no sólo reverdecerá nuestra humanidad, sino que nos animará a ser solidarios en un mundo cada vez más individualista. Porque hay distintas maneras de celebrar la Navidad. Algunos festejan bebiendo y bailando hasta perder la razón; y otros se reúnen con discreto encanto junto a familiares y amigos. Unos gastan el sueldo de todo un mes en regalos fastuosos y otros prefieren ejercer las virtudes espirituales. Sólo unos cuantos se acuerdan de que esta celebración es, en esencia, una comunión. Una oportunidad que tenemos de recobrar nuestra dimensión humana. Y es -sobre todo- un tiempo de reflexión. Reflexión que también se puede ejercer a través de los libros.
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