Por Carlos Páez de la Torre H
23 Diciembre 2014
GREGORIO ARÁOZ ALFARO. El afamado profesional a punto de descender del tren, en una de sus periódicas visitas a la ciudad natal. la gaceta / archivo
La memorable tarea del médico tucumano Gregorio Aráoz Alfaro (1870-1955), fue sintetizada por el doctor Ernesto Padilla en 1929, cuando Aráoz Alfaro se jubiló.
Destacaba Padilla que “en su predilección inicial de médico, él prestó el primer gran servicio que acreditó su obra ante la República”. En efecto, se debe a Aráoz Alfaro “el primer movimiento serio de preocupación y de estudio” para suprimir, o por lo menos atenuar, “ese terrible cuadro de las estadísticas nacionales sobre mortalidad infantil. Percibió el mal, lo comprendió, lo estudió y aportó soluciones que han tenido aplicaciones benéficas”.
Después, decía Padilla, “su obra de apóstol encontró en la prevención de la tuberculosis, el motivo más dominante de la consagración de sus energías. Ha penetrado el problema en todos sus aspectos, y a su pericia de facultativo ha precedido, en su espíritu sensible, el afán que lo ha colocado en primera fila en lucha contra el mal”.
Por eso, “mencionar la campaña contra la tuberculosis, enunciar los medios prácticos puestos en juego para curarla y atenuarla, para conjurar sus peligros y consecuencias en el orden social, es nombrar en primer término al doctor Aráoz Alfaro”.
Recordaba finalmente que, desde la presidencia del Departamento Nacional de Higiene, “con profundo y amplio conocimiento de las necesidades de la República, pudo emprender, con la conciencia clara del mal que conocía como nadie, la campaña científica contra la endemia palúdica, para hacer practica la obra de la Nación en el saneamiento del territorio”. Deploraba Padilla que no se le dieran los recursos económicos necesarios para completar su acción.
Destacaba Padilla que “en su predilección inicial de médico, él prestó el primer gran servicio que acreditó su obra ante la República”. En efecto, se debe a Aráoz Alfaro “el primer movimiento serio de preocupación y de estudio” para suprimir, o por lo menos atenuar, “ese terrible cuadro de las estadísticas nacionales sobre mortalidad infantil. Percibió el mal, lo comprendió, lo estudió y aportó soluciones que han tenido aplicaciones benéficas”.
Después, decía Padilla, “su obra de apóstol encontró en la prevención de la tuberculosis, el motivo más dominante de la consagración de sus energías. Ha penetrado el problema en todos sus aspectos, y a su pericia de facultativo ha precedido, en su espíritu sensible, el afán que lo ha colocado en primera fila en lucha contra el mal”.
Por eso, “mencionar la campaña contra la tuberculosis, enunciar los medios prácticos puestos en juego para curarla y atenuarla, para conjurar sus peligros y consecuencias en el orden social, es nombrar en primer término al doctor Aráoz Alfaro”.
Recordaba finalmente que, desde la presidencia del Departamento Nacional de Higiene, “con profundo y amplio conocimiento de las necesidades de la República, pudo emprender, con la conciencia clara del mal que conocía como nadie, la campaña científica contra la endemia palúdica, para hacer practica la obra de la Nación en el saneamiento del territorio”. Deploraba Padilla que no se le dieran los recursos económicos necesarios para completar su acción.
Temas
Ernesto Padilla