Por LA GACETA
16 Diciembre 2014
Durante décadas, en nuestro país se le restó relevancia al cuidado del patrimonio cultural y, por esto, las instituciones encargadas de tal tarea se transformaron en dependencias burocráticas con una posibilidad muy reducida de llevar adelante una política de preservación que produjera resultados efectivos. Fue así como una mezcla de desidia y de indiferencia causó la desaparición de bienes únicos y puso en peligro la integridad de piezas de gran significación histórica. Tucumán no es la excepción. En nuestra edición del lunes, la restauradora Cecilia Barrionuevo reconoció que no existe una estadística sobre el estado del patrimonio pictórico del Museo Provincial Timoteo Navarro, aunque advirtió que en los últimos seis años se han puesto en valor cerca de 200 obras; algunas de ellas demandaron un minucioso y extenso trabajo. Pero aún hay un cúmulo de obras que necesitan urgentemente una restauración. El problema es la falta de planes. Según la experta, en nuestra provincia no sólo la cuestión climática (calor, humedad, exposición a una luz inadecuada) conspira contra la supervivencia de las obras, sino también, la falta de recursos materiales y presupuestarios destinados a la preservación del patrimonio. Esta es una constante no sólo en el Museo, sino también en instituciones emblemáticas como la biblioteca de la Sociedad Sarmiento, donde existen valiosas obras y colecciones literarias. Y ni qué hablar de las esculturas que se encuentran distribuidas por toda la ciudad (muchas de ellas de gran valor), que están expuestas irremediablemte a los caprichos del clima. Tanto las obras plásticas como las literarias sufren igualmente el acecho de la humedad. En una provincia de marcado perfil subtropical, la humedad en exceso produce la disolución de los adhesivos que forman parte de la estructura matérica de la obra de arte. Por ejemplo, cuando hay inundaciones o filtraciones en los techos, el agua provoca el desprendimiento y la pérdida de gran cantidad de capa pictórica. En el caso de las esculturas, puede incluso deshacer dsterminados materiales. Como se ve, la conservación de nuestras obras de arte no es una tarea que pueda realizarse a la ligera. Necesita de profesionales idóneos, que propongan un plan de rescate digno y que, además, esos profesionales cuenten con el presupuesto necesario para poder llevar adelante ese plan. Al mismo tiempo, debería implementarse una campaña que permita tomar conciencia en toda la sociedad de la necesidad de colaborar con el cuidado de aquellas obras que están en las plazas y parques. Porque la preservación de nuestro patrimonio cultural cumple una gran función educativa y de invalorable instrumento de progreso. Ricardo Rojas, en su libro “La restauración nacionalista”, expresa con claridad esta función al asegurar que el museo es una prolongación de la escuela. “Ellos guardan el elemento propiamente de la historia, o sea, las formas visibles de la civilización”, escribió. Va siendo tiempo entonces, de que las autoridades y los legisladores tomen cartas en el asunto y breguen por la sanción de una ley que asegure la integridad, el cuidado y el uso democrático de los bienes culturales. Una categoría que incluya desde documentos hasta sitios arqueológicos; desde edificios hasta obras de arte, desde murales y mercados hasta cornizas y paseos públicos. En esta tarea gigantesca y ardua, se ponen en juego el derecho a la historia, el cultivo de la memoria y el acceso a los bienes que han marcado el pasado y que pueden orientar el curso de nuestro porvenir.
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