15 Diciembre 2014
SOLO PARA INVITADOS. No hubo pantalla gigante para los hinchas en el Monumental. La cantina del club abrió sus puertas para que miembros de la barrabrava pudieran ver el partido y festejar un cumpleaños. la gaceta / fotos de diego aráoz
Atlético está a 45 minutos de jugarse el ascenso a Primera. El asunto es en Mendoza, pero como no se podía viajar, los hinchas están llamados a verlo en el Monumental. Sin embargo, a menos de una hora para el arranque, el barrio “decano” está tranquilo. Sospechosamente tranquilo. Donde deberían verse puñados de camisetas “albicelestes” haciendo la previa en alguna esquina, sólo hay aceras vacías y lavadas por la lluvia. Donde debería escucharse tambores y redoblantes en procesión hacia el estadio, hay una paz que desconcierta. Que todo esté tan bien quiere decir que algo anda mal.
De repente, tres hinchas aparecen en escena, pero yendo en sentido contrario. Están regresando. “No pasa nada. No dejan entrar”, anticipa escuetamente uno de ellos, antes de seguir camino.
A solo media hora de la finalísima, las afueras del estadio ofrecen un panorama desolador, que corrobora la versión del informante. En las calles que se suponían desbordantes no hay un alma. El Monumental está cerrado, pero no vacío. Desde la cantina llegan los cánticos de un grupo de entre 30 y 40 personas, todos con las sillas orientadas hacia el lado del televisor. Afuera, cerca de una de las entradas, están alineados varios morteros con bombas de estruendo, listos para desencadenar una fiesta que promete.
Que promete ser sólo para ellos. Los que están adentro: la barra. La negativa en la puerta es rotunda. “Acá no hay pantalla gigante. No se puede pasar porque están festejando un cumpleaños”, repele una suerte de guardia apostado cerca de la entrada por donde suele ingresar la prensa. Creer o reventar: el José Fierro, un estadio con casi 100 años de historia, se ha reducido al salón de fiestas de La Inimitable, justo el día en que el “decano” se juega una chance histórica que merece tener a todos los hinchas unidos. Realmente, para no imitar.
Otro simpatizante llega en bicicleta y la sonrisa se le borra de un plumazo cuando le niegan la entrada sin explicaciones. “No se puede creer. ¿Éstos se piensan que son los dueños del club? Para eso me quedaba a verlo en mi casa”, se indigna el hombre.
“Vamos, vamos, capaz que encontramos algún bar por acá cerca”, empuja un muchacho a su amigo, aunque sabe que a 10 minutos del partido, será casi imposible encontrar dos asientos.
De a ratos, el cumpleañero se acerca al portón y un amigo suyo abre el candado para dejar entrar a invitados de última hora. La impunidad con la que se decide quién pasa y quién no, exaspera a una señora que no está entre los invitados a esta fiesta privada. “¡Son unos sinvergüenzas! La prensa se va a enterar de esto, ya van a ver”, les grita desde la reja. “Ya mismo me voy a ponerlo en el face. ¿Vos sabés cuál es el twitter de LA GACETA?”, consulta sin saber hasta entonces que está hablando con un periodista del diario. “Mi marido se enojó porque me vine a ver el partido acá en lugar de verlo en la casa. Ahora tengo que volver, y no sé si me va a querer recibir”, intenta reírse la señora, que imaginaba un domingo distinto. “No es así. No debería ser así. También somos hinchas y no nos merecemos esto”.
De repente, tres hinchas aparecen en escena, pero yendo en sentido contrario. Están regresando. “No pasa nada. No dejan entrar”, anticipa escuetamente uno de ellos, antes de seguir camino.
A solo media hora de la finalísima, las afueras del estadio ofrecen un panorama desolador, que corrobora la versión del informante. En las calles que se suponían desbordantes no hay un alma. El Monumental está cerrado, pero no vacío. Desde la cantina llegan los cánticos de un grupo de entre 30 y 40 personas, todos con las sillas orientadas hacia el lado del televisor. Afuera, cerca de una de las entradas, están alineados varios morteros con bombas de estruendo, listos para desencadenar una fiesta que promete.
Que promete ser sólo para ellos. Los que están adentro: la barra. La negativa en la puerta es rotunda. “Acá no hay pantalla gigante. No se puede pasar porque están festejando un cumpleaños”, repele una suerte de guardia apostado cerca de la entrada por donde suele ingresar la prensa. Creer o reventar: el José Fierro, un estadio con casi 100 años de historia, se ha reducido al salón de fiestas de La Inimitable, justo el día en que el “decano” se juega una chance histórica que merece tener a todos los hinchas unidos. Realmente, para no imitar.
Otro simpatizante llega en bicicleta y la sonrisa se le borra de un plumazo cuando le niegan la entrada sin explicaciones. “No se puede creer. ¿Éstos se piensan que son los dueños del club? Para eso me quedaba a verlo en mi casa”, se indigna el hombre.
“Vamos, vamos, capaz que encontramos algún bar por acá cerca”, empuja un muchacho a su amigo, aunque sabe que a 10 minutos del partido, será casi imposible encontrar dos asientos.
De a ratos, el cumpleañero se acerca al portón y un amigo suyo abre el candado para dejar entrar a invitados de última hora. La impunidad con la que se decide quién pasa y quién no, exaspera a una señora que no está entre los invitados a esta fiesta privada. “¡Son unos sinvergüenzas! La prensa se va a enterar de esto, ya van a ver”, les grita desde la reja. “Ya mismo me voy a ponerlo en el face. ¿Vos sabés cuál es el twitter de LA GACETA?”, consulta sin saber hasta entonces que está hablando con un periodista del diario. “Mi marido se enojó porque me vine a ver el partido acá en lugar de verlo en la casa. Ahora tengo que volver, y no sé si me va a querer recibir”, intenta reírse la señora, que imaginaba un domingo distinto. “No es así. No debería ser así. También somos hinchas y no nos merecemos esto”.
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