Por Jorge Figueroa
01 Diciembre 2014
Si tomáramos una fotografía del año en las artes visuales y la comparáramos con otra del anterior, solo observaríamos como distinto que, en 2013, la Universidad Nacional de Tucumán concretó el ya tradicional Salón de Arte Contemporáneo, algo que no ocurrió en el presente.
Nunca se explicó concretamente por qué no se lo organizó, aunque existe la sospecha generalizada de que fue por motivos presupuestarios y porque el cambio de las autoridades universitarias fue casi simultáneo con el de las mismas del MUNT.
Hace pocos días, en un debate sobre estos salones, en el propio edificio de San Martín 1.545, se insistió en la necesidad de su continuidad, y en el mantenimiento de sus características; es decir, que sea multidisciplinario, con el perfil de contemporáneo, bien que este último término sea confuso, pero abarcador de todas las tendencias y posiciones artísticas en general.
Por sobre todo, está claro que en una pequeña ciudad como la nuestra, donde el mercado del arte no existe (aunque se venda), los salones son una alternativa para la legión de pintores, escultores, dibujantes y grabadores que existen en la provincia. Tal vez no sea lo que los artistas quieran, pero ser “salonero”, no parece ser un destino evitable en el futuro de cada estudiante de la Facultad de Artes. Una ayuda, necesaria e insuficiente, para aquellos que pretenden vivir de su saber y de su quehacer.
Nunca se explicó concretamente por qué no se lo organizó, aunque existe la sospecha generalizada de que fue por motivos presupuestarios y porque el cambio de las autoridades universitarias fue casi simultáneo con el de las mismas del MUNT.
Hace pocos días, en un debate sobre estos salones, en el propio edificio de San Martín 1.545, se insistió en la necesidad de su continuidad, y en el mantenimiento de sus características; es decir, que sea multidisciplinario, con el perfil de contemporáneo, bien que este último término sea confuso, pero abarcador de todas las tendencias y posiciones artísticas en general.
Por sobre todo, está claro que en una pequeña ciudad como la nuestra, donde el mercado del arte no existe (aunque se venda), los salones son una alternativa para la legión de pintores, escultores, dibujantes y grabadores que existen en la provincia. Tal vez no sea lo que los artistas quieran, pero ser “salonero”, no parece ser un destino evitable en el futuro de cada estudiante de la Facultad de Artes. Una ayuda, necesaria e insuficiente, para aquellos que pretenden vivir de su saber y de su quehacer.
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