Por Federico Türpe
29 Noviembre 2014
La trampa más exitosa que instaló el kirchnerismo en esta década, aunque cada vez con menos resultados, es la de descalificar toda crítica con la antinomia discursiva. Como maestros del sofismo tribunero, chicana, como dicen en el barrio, anularon cualquier debate con toda persona que no sea digna de la emancipación épica que propusieron Néstor y Cristina.
Periodistas de medios no cooptados por el gobierno, intelectuales, empresarios, sacerdotes, gremialistas, artistas y todo actor civil con pensamiento propio forman parte de la caterva opositora al servicio del imperio y del odio y en contra de los intereses del pueblo y del amor infinito. Es decir, para el kirchnerista convencido, ese que camina por la calle con los dos dedos en ve en alto, para poder criticar tenés que ser kirchnerista, de lo contrario tu opinión no será una opinión sino que serás “empleado de…”. Así, si alguien dice que no le gusta el color blanco, el K entusiasta le responderá que apoya al negro. Si uno propone eliminar la sal de las comidas, el K exaltado dirá que se defienden los oscuros intereses del azúcar. Y así con todo, porque lo que en realidad se oculta detrás de la descalificación constante es una contradicción discursiva insostenible, es decir, la ausencia de un modelo político distinto, como tanto pregonan. Sólo es la misma política corporativa y corrupta de siempre, con una diatriba más exaltada. Y ojo con expresar el hartazgo por la corrupción política, porque no faltará el talibán que conteste: “vos querés que vuelvan los militares”.
Si decimos que es obsceno que un travesti mayor de 40 años cobre un subsidio de 8.000 pesos y un preso perciba 4.000 pesos, mientras un jubilado que aportó, justamente 40 años, gane la miseria de 3.200 pesos, el falso progresismo nos acusará de xenófobos, discriminadores, homofóbicos, fascistas, autoritarios, cipayos, etc, etc. Podemos coincidir con todos los subsidios, pero lo que no podemos es negar que la proporcionalidad de los ingresos de las personas asistidas por el Estado y más aún, en relación a su merecimiento, es absolutamente irracional. No gana 8.000 pesos la mayoría de los trabajadores que se rompen el lomo de sol a sol.
El doloroso y complejo flagelo de los saqueos, fantasma que revive lastimosamente cada diciembre, es quizás el ejemplo más acabado de la incoherencia kirchnerista. Un fenómeno surgido en la matriz de los estallidos sociales, como reacción casi inevitable al salvaje ajuste neoliberal, impuesto justamente por el mismo peronismo en los 90 y continuado luego por la Alianza, fue luego muy bien aprovechado por el propio peronismo, incentivado y organizado como arma de choque desestabilizador. Curioso es que la gran mayoría de funcionarios, dirigentes y punteros de base que propiciaron el neoliberalismo en los 90, son los mismos que hoy denostan esas políticas, con un transfuguismo vergonzante. Como si ellos mismos no hubieran sentado silenciosamente y con todos los fueros a Carlos Menem en el Senado, mientras en el relato tribunero presentan a Menem como si fuera Fulgencio Batista y a Néstor Kirchner como Fidel Castro. Los únicos exceptuados, por una cuestión generacional, acaso sean los más jóvenes, como los chicos de La Cámpora, que por aquellos días correteaban por los jardines de infantes y hoy creen que el mundo empezó en 2003.
Dirigentes perpetuados en las legislaturas, concejos deliberantes, comunas rurales, ministerios y administración pública en general desde hace 30 años, que cambian de bandera más rápido que de calzoncillos.
Vale tal vez como uno de los ejemplos más acabados de este teatro del absurdo, ese legislador tucumano que en su despacho de la vieja Legislatura lucía orgulloso una foto con Menem y hoy, en su oficina del nuevo edificio, exhibe con la misma pasión una foto con Néstor y Cristina.
Es que la forma de hacer política, si acaso dilapidar fondos discrecionalmente y enriquecerse con el dinero del Estado es hacer política, no ha variado un ápice.
El gobernador José Alperovich ha llegado al extremo del disparate de tener que sobornar a los potenciales saqueadores, en un reconocimiento tácito de tres claras debilidades: que la marginalidad sigue intacta; que es incapaz de gobernar sin comprar a la gente; y que parte del peronismo que ya no le obedece (aunque públicamente siga pareciendo fiel) planea incentivar cualquier convulsión social para causarle daño.
Está claro que en esta década no cambió ningún paradigma en la filosofía política. El kirchnerismo es menemismo con plata y discurso progre, o dicho de otra manera, el kirchnerismo no es más que capitalismo con planes.
Periodistas de medios no cooptados por el gobierno, intelectuales, empresarios, sacerdotes, gremialistas, artistas y todo actor civil con pensamiento propio forman parte de la caterva opositora al servicio del imperio y del odio y en contra de los intereses del pueblo y del amor infinito. Es decir, para el kirchnerista convencido, ese que camina por la calle con los dos dedos en ve en alto, para poder criticar tenés que ser kirchnerista, de lo contrario tu opinión no será una opinión sino que serás “empleado de…”. Así, si alguien dice que no le gusta el color blanco, el K entusiasta le responderá que apoya al negro. Si uno propone eliminar la sal de las comidas, el K exaltado dirá que se defienden los oscuros intereses del azúcar. Y así con todo, porque lo que en realidad se oculta detrás de la descalificación constante es una contradicción discursiva insostenible, es decir, la ausencia de un modelo político distinto, como tanto pregonan. Sólo es la misma política corporativa y corrupta de siempre, con una diatriba más exaltada. Y ojo con expresar el hartazgo por la corrupción política, porque no faltará el talibán que conteste: “vos querés que vuelvan los militares”.
Si decimos que es obsceno que un travesti mayor de 40 años cobre un subsidio de 8.000 pesos y un preso perciba 4.000 pesos, mientras un jubilado que aportó, justamente 40 años, gane la miseria de 3.200 pesos, el falso progresismo nos acusará de xenófobos, discriminadores, homofóbicos, fascistas, autoritarios, cipayos, etc, etc. Podemos coincidir con todos los subsidios, pero lo que no podemos es negar que la proporcionalidad de los ingresos de las personas asistidas por el Estado y más aún, en relación a su merecimiento, es absolutamente irracional. No gana 8.000 pesos la mayoría de los trabajadores que se rompen el lomo de sol a sol.
El doloroso y complejo flagelo de los saqueos, fantasma que revive lastimosamente cada diciembre, es quizás el ejemplo más acabado de la incoherencia kirchnerista. Un fenómeno surgido en la matriz de los estallidos sociales, como reacción casi inevitable al salvaje ajuste neoliberal, impuesto justamente por el mismo peronismo en los 90 y continuado luego por la Alianza, fue luego muy bien aprovechado por el propio peronismo, incentivado y organizado como arma de choque desestabilizador. Curioso es que la gran mayoría de funcionarios, dirigentes y punteros de base que propiciaron el neoliberalismo en los 90, son los mismos que hoy denostan esas políticas, con un transfuguismo vergonzante. Como si ellos mismos no hubieran sentado silenciosamente y con todos los fueros a Carlos Menem en el Senado, mientras en el relato tribunero presentan a Menem como si fuera Fulgencio Batista y a Néstor Kirchner como Fidel Castro. Los únicos exceptuados, por una cuestión generacional, acaso sean los más jóvenes, como los chicos de La Cámpora, que por aquellos días correteaban por los jardines de infantes y hoy creen que el mundo empezó en 2003.
Dirigentes perpetuados en las legislaturas, concejos deliberantes, comunas rurales, ministerios y administración pública en general desde hace 30 años, que cambian de bandera más rápido que de calzoncillos.
Vale tal vez como uno de los ejemplos más acabados de este teatro del absurdo, ese legislador tucumano que en su despacho de la vieja Legislatura lucía orgulloso una foto con Menem y hoy, en su oficina del nuevo edificio, exhibe con la misma pasión una foto con Néstor y Cristina.
Es que la forma de hacer política, si acaso dilapidar fondos discrecionalmente y enriquecerse con el dinero del Estado es hacer política, no ha variado un ápice.
El gobernador José Alperovich ha llegado al extremo del disparate de tener que sobornar a los potenciales saqueadores, en un reconocimiento tácito de tres claras debilidades: que la marginalidad sigue intacta; que es incapaz de gobernar sin comprar a la gente; y que parte del peronismo que ya no le obedece (aunque públicamente siga pareciendo fiel) planea incentivar cualquier convulsión social para causarle daño.
Está claro que en esta década no cambió ningún paradigma en la filosofía política. El kirchnerismo es menemismo con plata y discurso progre, o dicho de otra manera, el kirchnerismo no es más que capitalismo con planes.
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