Por Natalia Viola
29 Noviembre 2014
DE LUJO. En una sala del hospital de Niños, el médico de la risa, “Patch” Adams, cuenta historias y responde las preguntas de los presentes. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO
En acción. “Patch” Adams saca de su bolsillo de médico payaso un calzoncillo gigante. Lo despliega y se lo muestra a Pilar, una niña de 10 años que está sentada sobre una cama de la sala 6 del segundo piso del Hospital de Niños. Ella se ríe con vergüenza y se tapa la boca. Hasta hace unos minutos había estado llorando porque tenían que cambiarle su cuello ortopédico. Sufre de Mucopolisacaridosis: su cuerpo es pequeño y sus extremidades están dobladas.
Las lágrimas de esta pelirroja se secan cuando el grandote de pelo largo, mitad canoso y mitad azul; con bombachas y camisas coloridas; con un chupete gigante como collar; con zapatos enormes de payaso, y con un gorro en forma de gallina se le acerca y se sienta a su lado. ¿What is your name, beautiful? (“¿Cómo te llamas, hermosa?”), le pregunta el auténtico “Patch” Adams (no el de la película, el real). “Pilar”, responde la niña, quien está tejiendo pulseritas con unas gomillas de colores. Y le ofrece una. A cambio, Patch le entrega una hoja para que ella dibuje lo que quiera. Pilar escribe su nombre.
Ahora sí, Patch saca el calzoncillo y le pide a Pilar que le señale a su mamá y a su abuela. Les ofrece que se pongan ese calzón. Después busca a su médica y también a una de las monjas que trabajan en el hospital. Todas entran en el calzón gigante. Pilar se ríe a carcajadas. Patch le enseña una canción sobre calzones y le pide al auditorio que la cante (decenas de médicos y enfermeros con sus celulares han invadido la sala). Todos cantan. Todos ríen.
Patch pide silencio para hacer una oración. Minutos atrás ha declarado en una fugaz charla, en una sala de la Dirección del Hospital frente a médicos y personal, que no cree en Dios. Que la religión es un negocio. Que Jesús es comunista y que nadie lo entendió. Pero que cuando él encuentra gente religiosa los invita a rezar. “Soy de todas las religiones. Me convierto en lo que al otro le da poder”, ha dicho.
En esa sala 6, con los ojos cerrados y sentado al lado de la niña, Patch le pide a Dios que se haga presente y que alivie a la hermosa y pelirroja Pilar. “Dale toda la salud que pueda tener”, le ruega.
La risa da paso a la emoción y los ojos de médicos, enfermeros, familiares y curiosos se llenan de lágrimas.
La compasión. En esa sala 6, a las 12 del mediodía, Patch les ha dado a los médicos una clase magistral de lo que habla cuando habla de compasión. “Siempre digo que debería ser una materia en la formación de los Médicos y que el que no apruebe no debería recibirse”, ha dicho en la charla previa frente al personal del Hospital de Niños. “Si en un hospital hay médicos mal educados (sucede en todos a los que fui) yo recomiendo una multa financiera a ese médico o que lleve un cartel que diga ‘soy un médico mal educado’. Creo que preferirían la multa”.
Su infancia. “Fue difícil crecer en una familia militar. Mi padre murió en la guerra. En 1961 nos mudamos a un estado de EEUU donde era muy frecuente ver cómo los negros no tenían derechos, a los niños se los mataba así nomás. Yo veía eso y lloraba debajo de mi cama porque sentía la injusticia”.
Lo que cambió todo. “Cuando era joven intenté suicidarme varias veces en un año. Cuando ingresé al tercer hospital cayó un rayo. Ahí fue cuando pensé: ‘si no te morís con eso, entonces, hacés una revolución’”.
Distinto. “Cuando era estudiante vi a un médico que hablaba con la familia de un niño que había muerto. Repitió la frase típica: ‘no hay nada que podamos hacer, que llamen a la enfermera’. Yo entré y les pregunté si querían que hiciéramos una oración por ese niño. Me puse de rodillas e hice una hermosa oración. Durante 10 años recibí correos de la familia en la que siempre me decían cómo esa oración les había cambiado su relación con el hijo muerto”.
Hunter Doherty “Patch” Adams, de 69 años, confiesa que sólo entiende que la edad va pasando porque adquiere sabiduría. Hace 45 años que practica yoga y levanta pesas. Es muy cálido, pero cuando no tiene cámaras cerca. Su presencia en Tucumán se debe a que tenía prevista una charla pública (organizada por BR project) en el teatro Mercedes Sosa, anoche a las 21.30.
Las lágrimas de esta pelirroja se secan cuando el grandote de pelo largo, mitad canoso y mitad azul; con bombachas y camisas coloridas; con un chupete gigante como collar; con zapatos enormes de payaso, y con un gorro en forma de gallina se le acerca y se sienta a su lado. ¿What is your name, beautiful? (“¿Cómo te llamas, hermosa?”), le pregunta el auténtico “Patch” Adams (no el de la película, el real). “Pilar”, responde la niña, quien está tejiendo pulseritas con unas gomillas de colores. Y le ofrece una. A cambio, Patch le entrega una hoja para que ella dibuje lo que quiera. Pilar escribe su nombre.
Ahora sí, Patch saca el calzoncillo y le pide a Pilar que le señale a su mamá y a su abuela. Les ofrece que se pongan ese calzón. Después busca a su médica y también a una de las monjas que trabajan en el hospital. Todas entran en el calzón gigante. Pilar se ríe a carcajadas. Patch le enseña una canción sobre calzones y le pide al auditorio que la cante (decenas de médicos y enfermeros con sus celulares han invadido la sala). Todos cantan. Todos ríen.
Patch pide silencio para hacer una oración. Minutos atrás ha declarado en una fugaz charla, en una sala de la Dirección del Hospital frente a médicos y personal, que no cree en Dios. Que la religión es un negocio. Que Jesús es comunista y que nadie lo entendió. Pero que cuando él encuentra gente religiosa los invita a rezar. “Soy de todas las religiones. Me convierto en lo que al otro le da poder”, ha dicho.
En esa sala 6, con los ojos cerrados y sentado al lado de la niña, Patch le pide a Dios que se haga presente y que alivie a la hermosa y pelirroja Pilar. “Dale toda la salud que pueda tener”, le ruega.
La risa da paso a la emoción y los ojos de médicos, enfermeros, familiares y curiosos se llenan de lágrimas.
La compasión. En esa sala 6, a las 12 del mediodía, Patch les ha dado a los médicos una clase magistral de lo que habla cuando habla de compasión. “Siempre digo que debería ser una materia en la formación de los Médicos y que el que no apruebe no debería recibirse”, ha dicho en la charla previa frente al personal del Hospital de Niños. “Si en un hospital hay médicos mal educados (sucede en todos a los que fui) yo recomiendo una multa financiera a ese médico o que lleve un cartel que diga ‘soy un médico mal educado’. Creo que preferirían la multa”.
Su infancia. “Fue difícil crecer en una familia militar. Mi padre murió en la guerra. En 1961 nos mudamos a un estado de EEUU donde era muy frecuente ver cómo los negros no tenían derechos, a los niños se los mataba así nomás. Yo veía eso y lloraba debajo de mi cama porque sentía la injusticia”.
Lo que cambió todo. “Cuando era joven intenté suicidarme varias veces en un año. Cuando ingresé al tercer hospital cayó un rayo. Ahí fue cuando pensé: ‘si no te morís con eso, entonces, hacés una revolución’”.
Distinto. “Cuando era estudiante vi a un médico que hablaba con la familia de un niño que había muerto. Repitió la frase típica: ‘no hay nada que podamos hacer, que llamen a la enfermera’. Yo entré y les pregunté si querían que hiciéramos una oración por ese niño. Me puse de rodillas e hice una hermosa oración. Durante 10 años recibí correos de la familia en la que siempre me decían cómo esa oración les había cambiado su relación con el hijo muerto”.
Hunter Doherty “Patch” Adams, de 69 años, confiesa que sólo entiende que la edad va pasando porque adquiere sabiduría. Hace 45 años que practica yoga y levanta pesas. Es muy cálido, pero cuando no tiene cámaras cerca. Su presencia en Tucumán se debe a que tenía prevista una charla pública (organizada por BR project) en el teatro Mercedes Sosa, anoche a las 21.30.
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