Por Gustavo Rodríguez
28 Noviembre 2014
ALEGRÓ A TODOS. Leonardo Pisculichi ya marcó su golazo y lo festejó con una sonrisa de oreja a oreja, igual que la de los hinchas que coparon el Monumental, en contraste con los rostros de los “xeneizes”. dyn
River mató tres pájaros de un solo tiro. Venció a Boca, su eterno rival, y se clasificó a la final de la Sudamericana, copa que aún no tiene en su vitrina. Cortó una racha de 14 años sin poder vencer al adversario de siempre en una competencia internacional y logró avanzar en esa serie por primera vez en su historia. Como si esto fuera poco, consiguió el envión anímico necesario para pelear por el título del certamen local cuando aún quedan dos fechas por disputar.
Pero esta clasificación a la final contra Atlético Nacional tiene un gustito especial que sus fanáticos no dejan, ni dejarán, de disfrutar durante mucho tiempo. Golpeó al “xeneize” sin contemplación y le arrebató la única causa que tenía para poder salvar otra temporada sin alegrías.
A nivel local, el último festejo de Boca fue haber ganado la Copa Argentina de 2012 y, a nivel internacional, la Recopa Sudamericana, en 2008. Demasiado para un grande. Muchísimos motivos para que los “millonarios” no se cansen de burlar.
Los fanáticos del equipo que dirige Marcelo Gallardo tampoco se olvidarán sobre cómo jugaron esta serie. En estas semifinales se invirtieron los roles. El vencedor, traicionando a su histórico estilo de buen juego, por momentos, mostró los dientes y no se cansó de pegar cuando veía que lo superaban en el campo. ¿No lo cree? Pregúntele a Leonardo Ponzio que terminó jugando gratis los dos encuentros porque debió haber sido expulsado. Ni hablar del uruguayo Carlos Sánchez que hizo hasta lo imposible para ahogar a los volantes de los “xeneizes”.
Y en el último duelo hubo otra característica que no puede dejarse de lado. River no fue River y se recuperó de un penal en contra a los 15 segundos -los simpatizantes tendrán que ir pensando en hacerle el monumento a las manos de Marcelo Barovero- y de un claro mano a mano que desperdició Emmanuel Gigliotti. Y la primera que tuvo, la mandó a guardar, como manda el reglamento, el del “cómo se deben jugar este tipo encuentros”. Con la ventaja de ese 1 a 0, todo se le hizo más sencillo. Creó numerosas situaciones de gol y terminó sufriendo más de la cuenta.
Pero lo hizo con la frente en alto. Pensando en lo que viene. Este triunfo no sólo lo obliga a ir por la Sudamericana para volver a celebrar en una competencia internacional después de 11 años sin alegrías, sino también a pelear hasta el último para quedarse con el título del torneo de Transición.
Acá no importa que tenga que hacer un desgastante viaje a Colombia para enfrentar el miércoles a Nacional. Para seguir siendo el más grande, como dice el himno “millonario”, tiene que ganar todo. El desafío está. El deseo de recibir el 2015 con muchos festejos también.
Pero esta clasificación a la final contra Atlético Nacional tiene un gustito especial que sus fanáticos no dejan, ni dejarán, de disfrutar durante mucho tiempo. Golpeó al “xeneize” sin contemplación y le arrebató la única causa que tenía para poder salvar otra temporada sin alegrías.
A nivel local, el último festejo de Boca fue haber ganado la Copa Argentina de 2012 y, a nivel internacional, la Recopa Sudamericana, en 2008. Demasiado para un grande. Muchísimos motivos para que los “millonarios” no se cansen de burlar.
Los fanáticos del equipo que dirige Marcelo Gallardo tampoco se olvidarán sobre cómo jugaron esta serie. En estas semifinales se invirtieron los roles. El vencedor, traicionando a su histórico estilo de buen juego, por momentos, mostró los dientes y no se cansó de pegar cuando veía que lo superaban en el campo. ¿No lo cree? Pregúntele a Leonardo Ponzio que terminó jugando gratis los dos encuentros porque debió haber sido expulsado. Ni hablar del uruguayo Carlos Sánchez que hizo hasta lo imposible para ahogar a los volantes de los “xeneizes”.
Y en el último duelo hubo otra característica que no puede dejarse de lado. River no fue River y se recuperó de un penal en contra a los 15 segundos -los simpatizantes tendrán que ir pensando en hacerle el monumento a las manos de Marcelo Barovero- y de un claro mano a mano que desperdició Emmanuel Gigliotti. Y la primera que tuvo, la mandó a guardar, como manda el reglamento, el del “cómo se deben jugar este tipo encuentros”. Con la ventaja de ese 1 a 0, todo se le hizo más sencillo. Creó numerosas situaciones de gol y terminó sufriendo más de la cuenta.
Pero lo hizo con la frente en alto. Pensando en lo que viene. Este triunfo no sólo lo obliga a ir por la Sudamericana para volver a celebrar en una competencia internacional después de 11 años sin alegrías, sino también a pelear hasta el último para quedarse con el título del torneo de Transición.
Acá no importa que tenga que hacer un desgastante viaje a Colombia para enfrentar el miércoles a Nacional. Para seguir siendo el más grande, como dice el himno “millonario”, tiene que ganar todo. El desafío está. El deseo de recibir el 2015 con muchos festejos también.
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