Por Marcelo Androetto
27 Noviembre 2014
La espada de Damocles penderá sobre la cabeza de su rival. Y será blandida por Boca desde el minuto cero hasta el pitazo final. Traducido: gracias a la regla del gol de visitante y la valla invicta que conservó en la ida, el “xeneize” guardará bajo su manga una carta ganadora en el Monumental. Cualquier aullido de gol auriazul en la noche de Núñez pondrá a temblar a River. Y llegado el caso, cuando el juez Germán Delfino diga basta, quizá haya logrado reeditar ante su archirrival las no tan viejas glorias de 2000 y de 2004.
Pensando en un gol fuera de casa que le abra a su equipo las puertas del cielo, es que Arruabarrena se habría decantado por Federico Carrizo en vez de José Fuenzalida, en reemplazo del lesionado Juan Manuel Martínez. Un gol, apenas un gol, valdría su grito en oro para un equipo que en casa hizo sólo parcialmente los deberes, molesto por el juego al límite de River, enojado con el árbitro Silvio Trucco, incómodo por la presión de la tribuna para que fuera a buscarlo, preso de sus propias limitaciones a la hora de crear en tres cuartos y generar situaciones.
Está claro que este Boca se siente más cómodo jugando a domicilio. Habrá que ver si Andrés Chávez -con una sobrecarga en el isquiotibial derecho- estará en condiciones de pedir pista. Si no llega, Arruabarrena seguramente no tendrá que deshojar la margarita: Emmanuel Gigliotti -verdugo de River con distintas camisetas, incluida la de Atlético- hará tándem con Jonathan Calleri. Detrás, de ellos, Melli, Cristian Erbes y Fernando Gago, un mediocampo equilibrado, un buen cóctel de ingredientes nutritivos -quite, intensidad, toque- para alimentar el sueño “xeneize”.
La historia le echa un cable a este presente renovado de Boca. Con sus vitrinas llenas de copas. Con la memoria emotiva de tantas noches mágicas en torneos internacionales. Y el ánimo en alza tras un triunfo -para muchos, a priori impensado- frente a un Independiente que pretendía el liderazgo vernáculo.
Boca, un equipo que renació de la mano del “Vasco” Rodolfo Arruabarrena y que aún sin quererlo pelea el título del certamen local en plena recta final. Entre los hinchas “xeneizes” nadie extraña al último Carlos Bianchi. Si esta noche sus jugadores regresan a La Boca con el pase a la final en el bolsillo, quizá también dejen de echar de menos a aquellos héroes que ganaron todo -allá y entonces- dirigidos por la primera versión del “Virrey”.
Una alta dosis de garra “xeneize” en el Monumental -con todo el público en contra- se da por descontada. Si el circuito de juego -una asignatura aún pendiente en este Boca del “Vasco”- se enciende y hace chispas en el momento oportuno, seguramente otra página épica será escrita.
Pensando en un gol fuera de casa que le abra a su equipo las puertas del cielo, es que Arruabarrena se habría decantado por Federico Carrizo en vez de José Fuenzalida, en reemplazo del lesionado Juan Manuel Martínez. Un gol, apenas un gol, valdría su grito en oro para un equipo que en casa hizo sólo parcialmente los deberes, molesto por el juego al límite de River, enojado con el árbitro Silvio Trucco, incómodo por la presión de la tribuna para que fuera a buscarlo, preso de sus propias limitaciones a la hora de crear en tres cuartos y generar situaciones.
Está claro que este Boca se siente más cómodo jugando a domicilio. Habrá que ver si Andrés Chávez -con una sobrecarga en el isquiotibial derecho- estará en condiciones de pedir pista. Si no llega, Arruabarrena seguramente no tendrá que deshojar la margarita: Emmanuel Gigliotti -verdugo de River con distintas camisetas, incluida la de Atlético- hará tándem con Jonathan Calleri. Detrás, de ellos, Melli, Cristian Erbes y Fernando Gago, un mediocampo equilibrado, un buen cóctel de ingredientes nutritivos -quite, intensidad, toque- para alimentar el sueño “xeneize”.
La historia le echa un cable a este presente renovado de Boca. Con sus vitrinas llenas de copas. Con la memoria emotiva de tantas noches mágicas en torneos internacionales. Y el ánimo en alza tras un triunfo -para muchos, a priori impensado- frente a un Independiente que pretendía el liderazgo vernáculo.
Boca, un equipo que renació de la mano del “Vasco” Rodolfo Arruabarrena y que aún sin quererlo pelea el título del certamen local en plena recta final. Entre los hinchas “xeneizes” nadie extraña al último Carlos Bianchi. Si esta noche sus jugadores regresan a La Boca con el pase a la final en el bolsillo, quizá también dejen de echar de menos a aquellos héroes que ganaron todo -allá y entonces- dirigidos por la primera versión del “Virrey”.
Una alta dosis de garra “xeneize” en el Monumental -con todo el público en contra- se da por descontada. Si el circuito de juego -una asignatura aún pendiente en este Boca del “Vasco”- se enciende y hace chispas en el momento oportuno, seguramente otra página épica será escrita.