Por Indalecio Francisco Sanchez
12 Noviembre 2014
Si tu cliente compró acciones a 8 y ahora están a 16, está contento. Quiere agarrar el dinero e irse corriendo a casa. No se lo permites. Porque eso lo vuelve real. ¿Qué haces? Se te ocurre otra idea brillante. Una idea especial. Otra situación. Otra acción para reinvertir sus ganancias y más. Y lo va a hacer siempre. Porque son adictos. Tú sigues haciéndolo, una y otra vez. Mientras, él cree que se está haciendo rico, y así es, en papel. Pero los corredores nos llevamos a casa verdadero efectivo, las comisiones. (Jordan Belfort, protagonista del filme “El lobo de Wall Street”)
La historia de tucumanos estafados por operadores bursátiles es comparable a una megaproducción de Hollywood: es extensa y abundante en relatos extraordinarios. El año pasado ya había caído una financiera, hace dos años otra más y hace poco más de una década un conocido inversor se levantó con varios millones de una “mesa de dinero” en la que habían aportado “verdes” conocidos personajes del mundillo empresarial comarcano. El mito dice que el hombre aparece en fotografías bronceado al calor del sol caribeño. En el medio, otro amigo de muchos dejó a decenas de clientes con vehículos de alta gama pagados y no entregados. A todo esto se suma la caída de un banco y la desaparición y reaparición -como por arte de magia- de decenas de financieras.
¿Por qué y cómo sucede esto? Los grandes teóricos de la economía Adam Smith y David Ricardo utilizaron la teoría del homo economicus para explicar parte de la conducta humana respecto del dinero. En términos sencillos, el hombre económico es aquel que maximiza su utilidad, tratando de obtener los mayores beneficios posibles con el menor esfuerzo. Esta teoría añade que el incentivo es clave y explica que se trata de una abstracción en la que predomina exclusivamente lo racional -no lo sentimental ni lo moral ni lo “humano”-. Es decir, las decisiones se toman según lo más conveniente para generar riqueza con el mínimo esfuerzo. Eso pasó con una porción de los ahorristas: buscaron ganar más dinero en menos tiempo. Lo que no analizaron fue el riesgo. Otra vieja regla económica dice que cuando se logra una renta grande en un período corto es porque necesariamente el riesgo es proporcional al tamaño de la ganancia. En criollo: cuando la ganancia es grande, hasta el santo desconfía. Los bancos privados pagan entre un 15% y un 23% anual por plazos fijos de montos de hasta unos $ 150.000. En Cofin ofrecían un mínimo de 30% anual, con pagos bimestrales de intereses de alrededor del 6% de lo depositado. Para los jugadores grandes, el retorno era más abultado, pero esa es otra historia. La de los “peces gordos” es una trama de ambiciones, de política y de corrupción.
Hay un selecto grupo de empresarios y políticos de Tucumán que estaba bien informado sobre lo que Cofin venía haciendo. “Los viudos de los jueves” (parafraseando la novela de Claudia Piñeiro), por ponerles un nombre, son hombres de negocios que entre asados -y de country en country- participaron de los negocios del hoy requerido por la Justicia Jorge Rigourd. Son, en gran medida, políticos y empresarios que no tenían cómo o dónde invertir dinero “en negro”. Allí radica, justamente, uno de los principales problemas financieros de Tucumán: hay cuantiosas sumas de dinero que se generan por fuera del circuito formal y los “ahorristas” no poseen muchas otras opciones que blanquear esos ingresos a través de personajes como Rigourd. ¿Por qué en este caso el escándalo llegó a la Justicia? Porque, a diferencia de otras financieras que cayeron y dejaron realmente un tendal de pequeños ahorristas perjudicados, esta vez los más dañados son los que están en el corazón del poder. Funcionarios judiciales, políticos con cargos públicos, dirigentes en campaña, ruralistas renombrados y empresarios de alta alcurnia respiran profundo y se atragantan con el mal trago. Difícilmente aparecerán ante la Justicia reclamando fondos. Y desearán haber podido ver antes de que estallara este escándalo la película protagonizada por Leonardo DiCaprio.
La historia de tucumanos estafados por operadores bursátiles es comparable a una megaproducción de Hollywood: es extensa y abundante en relatos extraordinarios. El año pasado ya había caído una financiera, hace dos años otra más y hace poco más de una década un conocido inversor se levantó con varios millones de una “mesa de dinero” en la que habían aportado “verdes” conocidos personajes del mundillo empresarial comarcano. El mito dice que el hombre aparece en fotografías bronceado al calor del sol caribeño. En el medio, otro amigo de muchos dejó a decenas de clientes con vehículos de alta gama pagados y no entregados. A todo esto se suma la caída de un banco y la desaparición y reaparición -como por arte de magia- de decenas de financieras.
¿Por qué y cómo sucede esto? Los grandes teóricos de la economía Adam Smith y David Ricardo utilizaron la teoría del homo economicus para explicar parte de la conducta humana respecto del dinero. En términos sencillos, el hombre económico es aquel que maximiza su utilidad, tratando de obtener los mayores beneficios posibles con el menor esfuerzo. Esta teoría añade que el incentivo es clave y explica que se trata de una abstracción en la que predomina exclusivamente lo racional -no lo sentimental ni lo moral ni lo “humano”-. Es decir, las decisiones se toman según lo más conveniente para generar riqueza con el mínimo esfuerzo. Eso pasó con una porción de los ahorristas: buscaron ganar más dinero en menos tiempo. Lo que no analizaron fue el riesgo. Otra vieja regla económica dice que cuando se logra una renta grande en un período corto es porque necesariamente el riesgo es proporcional al tamaño de la ganancia. En criollo: cuando la ganancia es grande, hasta el santo desconfía. Los bancos privados pagan entre un 15% y un 23% anual por plazos fijos de montos de hasta unos $ 150.000. En Cofin ofrecían un mínimo de 30% anual, con pagos bimestrales de intereses de alrededor del 6% de lo depositado. Para los jugadores grandes, el retorno era más abultado, pero esa es otra historia. La de los “peces gordos” es una trama de ambiciones, de política y de corrupción.
Hay un selecto grupo de empresarios y políticos de Tucumán que estaba bien informado sobre lo que Cofin venía haciendo. “Los viudos de los jueves” (parafraseando la novela de Claudia Piñeiro), por ponerles un nombre, son hombres de negocios que entre asados -y de country en country- participaron de los negocios del hoy requerido por la Justicia Jorge Rigourd. Son, en gran medida, políticos y empresarios que no tenían cómo o dónde invertir dinero “en negro”. Allí radica, justamente, uno de los principales problemas financieros de Tucumán: hay cuantiosas sumas de dinero que se generan por fuera del circuito formal y los “ahorristas” no poseen muchas otras opciones que blanquear esos ingresos a través de personajes como Rigourd. ¿Por qué en este caso el escándalo llegó a la Justicia? Porque, a diferencia de otras financieras que cayeron y dejaron realmente un tendal de pequeños ahorristas perjudicados, esta vez los más dañados son los que están en el corazón del poder. Funcionarios judiciales, políticos con cargos públicos, dirigentes en campaña, ruralistas renombrados y empresarios de alta alcurnia respiran profundo y se atragantan con el mal trago. Difícilmente aparecerán ante la Justicia reclamando fondos. Y desearán haber podido ver antes de que estallara este escándalo la película protagonizada por Leonardo DiCaprio.
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