Por Silvina Cena
10 Noviembre 2014
EN ACCIÓN. El líder de la banda, Alex Turner (centro), no necesitó moverse mucho para enloquecer al público; le bastaron las sonrisas y la música. prensa personal fest
1.
¿Puede una media sonrisa hacer estremecer a miles de almas? La respuesta es sí, 24.000 veces sí. Alex Turner, voz y líder de Arctic Monkeys, no fue mucho más allá -en lo que a gestos se refiere- en la fresca noche del GEBA y, sin embargo, nadie discutiría la fascinación que ejerce, el carisma subyacente a esa pose distante. The Hives, la penúltima banda en tocar el sábado en el Personal Fest, había puesto la vara muy alta a fuerza de un show plagado de éxitos, sí, pero signado por la arrasadora actitud de sus integrantes, que sorprendieron hasta a quienes no habían ido a verlos. El contraste con los Monkeys, minutos después, arrancó desde lo visual: allá donde los suecos encandilaron con sacos y camisas blancas, los ingleses prefirieron una estética oscura, que se respetó hasta en el gris y negro de las pantallas gigantes. Y en las antípodas de Howlin’ Pelle Almqvist -el cantante de The Hives, que había conmovido a los fanáticos cruzando el VIP de punta a punta y dejándose manosear por la multitud-, Turner apenas se movió del centro del escenario. Ni siquiera se detuvo a escuchar los cantos devotos de las primeras filas; los reprimió todos con la irrupción de un nuevo tema. No hubo ingratitud ni indiferencia detrás de ese juego. Una vez que el engranaje de hits comienza a funcionar, Arctic Monkeys no registra frenos.
2.
El camino hasta los monos había sido largo. La primera jornada del Personal Fest comenzó poco después de las 16, cuando las primeras bandas (Jean Jaurez, Rocco Posca, Detonantes y Tenn) se subieron a los tres escenarios simultáneos. Nico Cota y Walter Domínguez se bancaron elegantemente tocar bajo un sol rabioso y Maxi Trusso estrenó el escenario central con una electrónica edulcorada con violines. L.E.M.A.N.S., La Armada Cósmica y Utopians fueron la última resistencia de la música en español, porque el arribo de James McCartney, hijo de Paul y Linda, dio comienzo a la franja de presentaciones internacionales. Esquivo abajo del escenario (pidió a los medios que no le preguntaran por el padre, aunque en general no se explayó en ninguna declaración), el cantautor no deslumbró tampoco arriba de las tablas. Rápido quedó tapado por la aplastante solidez de Echo & The Bunnymen, joyita del festival. Ya con la noche encima y el calor como recuerdo, The Hives salió a mostrar por qué se autoproclama la mejor banda sueca de rock y lo ajustados que están en su búsqueda por el mejor show existente. Fue la antesala ideal, el aperitivo justo.
3.
Un apagón en el escenario principal y el instrumental de “Are you lonesome tonight?” (sí, la de Elvis) fueron el anuncio de la entrada de los Monkeys. Impecables en su impronta misteriosa, avasallantes desde la magistralidad de su sonido, la canción elegida para inaugurar el show principal de la jornada fue “Do I wanna know?”. Unas luces que emulaban ondas sonoras (las mismas que ilustran la portada de “AM”, el último álbum) se encendieron al mismo tiempo que Turner exclamaba “¡Buenos Aires!”, como sobrio y único saludo. No más palabras: un salto sin escalas a “Snap out of it” y de allí a la hipnótica “Arabella”. “Brianstorm!”, avisó Turner antes de que las guitarras iniciales de esa canción sacudieran a la masa en un solo pogo y, a continuación, la banda entró en un túnel de éxtasis: “Dancing shoes”, “Teddy Picker”, “Crying lighting” y “Knee socks” sonaron con apenas breves recreos para respirar entre una y la otra. En una versión un poco más lenta, “Flourescent adolescent” ocupó su lugar obligado en la lista de temas y marcó un formidable contraste con el envolvente comienzo de “Why’d you only call me when you are high?”. En “All my own stunts” Turner aprovechó para reacomodar -peine arriba del escenario- su pelo hacia atrás, aunque con el inmediato flechazo de “I bet that you look good on the dance floor” el que quedó despeinado fue el público.
4.
Sabe Turner que seduce cuando se ajusta la chaqueta de cuero negro alrededor del cuello, y entonces ahora se la saca más por el peso de una hora de show que por distraer al gentío. “Library pictures” pasa algo inadvertida, pero “Cornerstone” no -”Cornerstone” nunca- y regala uno de los momentos más exquisitos de la noche, reforzado por el magnetismo de “No. 1 party anthem”. Los Monkeys mienten que se despiden con “505”, pero el público sabe que no, sabe que puede exigir más aunque el cantante se haya abrigado otra vez para salir de escena. Los falsos adioses ya no engañan a nadie: no hay persona que se mueva ni un centímetro de su lugar y eso apura la segunda salida de la banda, en manos de “One of the road”. “I wanna be yours” subyuga al público, lo pone a merced de lo que sea que ocurra enfrente, y lo que ocurre es que los monos hacen una pregunta que, por supuesto, es retórica: “Are u mine?”. Hay una respuesta que se intuye en el fervor con que la gente canta, en la ovación que le prodigan, pero Turner no se queda a descifrarla. Saluda por vez última, esboza su media sonrisa y así lo sigue la cámara que lo proyecta en la pantalla gigante, hasta que su figura se funde con el negro del decorado.
¿Puede una media sonrisa hacer estremecer a miles de almas? La respuesta es sí, 24.000 veces sí. Alex Turner, voz y líder de Arctic Monkeys, no fue mucho más allá -en lo que a gestos se refiere- en la fresca noche del GEBA y, sin embargo, nadie discutiría la fascinación que ejerce, el carisma subyacente a esa pose distante. The Hives, la penúltima banda en tocar el sábado en el Personal Fest, había puesto la vara muy alta a fuerza de un show plagado de éxitos, sí, pero signado por la arrasadora actitud de sus integrantes, que sorprendieron hasta a quienes no habían ido a verlos. El contraste con los Monkeys, minutos después, arrancó desde lo visual: allá donde los suecos encandilaron con sacos y camisas blancas, los ingleses prefirieron una estética oscura, que se respetó hasta en el gris y negro de las pantallas gigantes. Y en las antípodas de Howlin’ Pelle Almqvist -el cantante de The Hives, que había conmovido a los fanáticos cruzando el VIP de punta a punta y dejándose manosear por la multitud-, Turner apenas se movió del centro del escenario. Ni siquiera se detuvo a escuchar los cantos devotos de las primeras filas; los reprimió todos con la irrupción de un nuevo tema. No hubo ingratitud ni indiferencia detrás de ese juego. Una vez que el engranaje de hits comienza a funcionar, Arctic Monkeys no registra frenos.
2.
El camino hasta los monos había sido largo. La primera jornada del Personal Fest comenzó poco después de las 16, cuando las primeras bandas (Jean Jaurez, Rocco Posca, Detonantes y Tenn) se subieron a los tres escenarios simultáneos. Nico Cota y Walter Domínguez se bancaron elegantemente tocar bajo un sol rabioso y Maxi Trusso estrenó el escenario central con una electrónica edulcorada con violines. L.E.M.A.N.S., La Armada Cósmica y Utopians fueron la última resistencia de la música en español, porque el arribo de James McCartney, hijo de Paul y Linda, dio comienzo a la franja de presentaciones internacionales. Esquivo abajo del escenario (pidió a los medios que no le preguntaran por el padre, aunque en general no se explayó en ninguna declaración), el cantautor no deslumbró tampoco arriba de las tablas. Rápido quedó tapado por la aplastante solidez de Echo & The Bunnymen, joyita del festival. Ya con la noche encima y el calor como recuerdo, The Hives salió a mostrar por qué se autoproclama la mejor banda sueca de rock y lo ajustados que están en su búsqueda por el mejor show existente. Fue la antesala ideal, el aperitivo justo.
3.
Un apagón en el escenario principal y el instrumental de “Are you lonesome tonight?” (sí, la de Elvis) fueron el anuncio de la entrada de los Monkeys. Impecables en su impronta misteriosa, avasallantes desde la magistralidad de su sonido, la canción elegida para inaugurar el show principal de la jornada fue “Do I wanna know?”. Unas luces que emulaban ondas sonoras (las mismas que ilustran la portada de “AM”, el último álbum) se encendieron al mismo tiempo que Turner exclamaba “¡Buenos Aires!”, como sobrio y único saludo. No más palabras: un salto sin escalas a “Snap out of it” y de allí a la hipnótica “Arabella”. “Brianstorm!”, avisó Turner antes de que las guitarras iniciales de esa canción sacudieran a la masa en un solo pogo y, a continuación, la banda entró en un túnel de éxtasis: “Dancing shoes”, “Teddy Picker”, “Crying lighting” y “Knee socks” sonaron con apenas breves recreos para respirar entre una y la otra. En una versión un poco más lenta, “Flourescent adolescent” ocupó su lugar obligado en la lista de temas y marcó un formidable contraste con el envolvente comienzo de “Why’d you only call me when you are high?”. En “All my own stunts” Turner aprovechó para reacomodar -peine arriba del escenario- su pelo hacia atrás, aunque con el inmediato flechazo de “I bet that you look good on the dance floor” el que quedó despeinado fue el público.
4.
Sabe Turner que seduce cuando se ajusta la chaqueta de cuero negro alrededor del cuello, y entonces ahora se la saca más por el peso de una hora de show que por distraer al gentío. “Library pictures” pasa algo inadvertida, pero “Cornerstone” no -”Cornerstone” nunca- y regala uno de los momentos más exquisitos de la noche, reforzado por el magnetismo de “No. 1 party anthem”. Los Monkeys mienten que se despiden con “505”, pero el público sabe que no, sabe que puede exigir más aunque el cantante se haya abrigado otra vez para salir de escena. Los falsos adioses ya no engañan a nadie: no hay persona que se mueva ni un centímetro de su lugar y eso apura la segunda salida de la banda, en manos de “One of the road”. “I wanna be yours” subyuga al público, lo pone a merced de lo que sea que ocurra enfrente, y lo que ocurre es que los monos hacen una pregunta que, por supuesto, es retórica: “Are u mine?”. Hay una respuesta que se intuye en el fervor con que la gente canta, en la ovación que le prodigan, pero Turner no se queda a descifrarla. Saluda por vez última, esboza su media sonrisa y así lo sigue la cámara que lo proyecta en la pantalla gigante, hasta que su figura se funde con el negro del decorado.
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