Por Carlos Páez de la Torre H
09 Noviembre 2014
LOS ÚLTIMOS TIEMPOS. Poco antes de su muerte, cargado de años, aparece el Padre Roque recibiendo uno de los tantos homenajes que se le tributaban la gaceta / fotos de archivo
“¡Ahí vienen los chicos del Padre Roque!”, comentaba alborozada la gente, hasta comienzos de los años 1960, al cierre de aquellos desfiles que solían decorar las fiestas patrias de Tucumán. Sucedía que en ese momento, concluido el paso de los soldados del Regimiento 19, se aproximaba la Banda de Música de la Casa Escuela de los Pobres.
Centenares de muchachitos hacían sonar, con entusiasmo, instrumentos de viento que a veces los duplicaban en tamaño, a tiempo que batían el parche de tambores y de bombos. Marchaban con toda seriedad, orgullosos en sus pulcros uniformes militares, de gorra con visera y chaquetilla con insignias.
Después, también uniformado y con aire marcial, desfilaba el resto. Y, por los costados, los más chicos iban cargando alcancías de madera, en cuyas ranuras el público depositaba monedas o algún billete, para ayudar a la obra que patrocinaba a los soldaditos. Era un espectáculo tan popular como característico de las fiestas, y se lo saludaba con ovaciones.
El “Padre Roque”
Durante mucho tiempo –y hasta que el peso de los años se lo impidió- caminaba, encabezando la formación, el fundador del cuerpo y de la escuela donde los soldaditos se educaban. Era el sacerdote franciscano fray Roque de Jesús María Correa, conocido unánimemente como “El Padre Roque”. Merece un recuerdo este religioso. Nadie puede discutir su sitio de privilegio, en la historia de la educación de los sectores humildes de Tucumán.
Era nacido en esta ciudad en 1871, hijo de don Francisco Correa y de doña Tránsito Rocha. Se ordenó sacerdote franciscano en Salta, en 1894. Antes de recibir la tonsura, ya era Vicario de Coro y organista de nuestro convento de San Francisco: sería compositor de innumerables piezas, sobre todo marchas y aires criollos, y muchas de sus partituras fueron editadas.
Criterio realista
La tarea que el benemérito religioso desarrolló en Tucumán, partió del realista esquema que supo trazarse. Deseoso de aportar soluciones efectivas al problema de los niños desvalidos, tuvo en claro que, además de proporcionarles techo, alimento y vestido, era necesario educarlos en algún oficio que les permitiera mantenerse decorosamente en la vida.
En esa idea, cuando era director de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, del templo franciscano, logró que aquella asociación alquilara un local en Congreso 134, frente a la Casa Histórica. Allí inauguró, el 19 de marzo de 1905, la institución que denominó “Casa Escuela de los Pobres, de los Sagrados Corazones, de Artes y Oficios”. Sus primeros alumnos fueron 140, que crecieron a 230 en un año.
Esto lo movió a buscar otro local, en Mendoza 886, frente a El Buen Pastor. En esta sede empezó a completar, en todas sus partes, la idea que se había propuesto.
Crece la obra
Inauguró los talleres de Imprenta, Encuadernación, Sastrería, Confección, Costura y Música, además de instalar el internado para huérfanos, en 1906. En 1907 formó la Banda de Música, dirigida -desde entonces y durante tres décadas- por el maestro Domingo Marafioti.
Ese mismo año, abrió las clases de Telegrafía, a cargo de Eduardo Medina: en el cuarto de siglo que siguió, la Casa Escuela aportaría, a Correos y Telecomunicaciones y a los ferrocarriles del país, varios centenares de competentes telegrafistas.
El éxito impresionante que rodeaba la obra del Padre Roque, lo llevó a pensar en construir un edificio propio y de suficiente amplitud. Obtuvo del Congreso de la Nación un subsidio extraordinario de 30.000 pesos para erigir un local, sobre el terreno que había comprado, en octubre de 1908, en Marcos Paz al 600, por la suma de 8.000 pesos pagaderos en cuotas. La piedra fundamental se bendijo el 8 de diciembre.
Edificio propio
La construcción se inició a tambor batiente. Entretanto, seguía creciendo el número de alumnos. Esto obligó al Padre Roque a suprimir las clases para niñas e instruir solamente a varones. El 23 de marzo de 1913, pudo inaugurar la planta baja de la sede propia. Luego, pasaría a adquirir los terrenos adyacentes, y a edificar, años más tarde, la segunda y la tercera plantas del edificio.
No sólo debía multiplicarse en la atención del Colegio y en la búsqueda de fondos, sino también en capear problemas internos. Por ejemplo, en mayo de 1914, ocurrió que el Capítulo de la Orden Franciscana, realizado en Córdoba, decidió reemplazar al Padre Roque como guardián del convento y director de la Casa Escuela.
Al saber esta novedad, se alzó en masa el pueblo de Tucumán. El 16 de marzo, más de 5.000 personas se congregaron en la plaza Independencia para pedir la reposición del Padre Roque, mientras el asunto ganaba amplio espacio en la prensa de todo el país. El Capítulo debió entonces modificar su criterio, y el fundador de la Casa Escuela continuó a su frente.
Miles de egresados
En 1930, con motivo de sus bodas de plata, la Casa Escuela publicó una “memoria” que inventariaba la tarea cumplida hasta entonces. En ese momento, tenía un total de 12.775 alumnos, entre externos, internos y medio-internos. Habían egresado, en ese lapso, 780 telegrafistas, 450 tipógrafos, 207 minervistas, 580 sastres, 586 dactilógrafos, 330 contadores, 290 pintores y 695 músicos de banda.
Se trataba, escribió el Padre Roque en la “memoria”, de “modestos títulos, pero que les resultan útiles, para sí mismos y para la sociedad”. Hay que subrayar que todo era absolutamente gratuito. La caridad de los tucumanos sostenía la obra y, de vez en cuando, el Estado le otorgaba algún subsidio.
El batallón de niños uniformados con Banda de Música, se denominaba “General Manuel Belgrano”. En 1929, contaba con 603 miembros, que años posteriores llegaron a superar los 900. Los primeros instrumentos les habían sido cedidos en 1907, por la Banda de Música de la Provincia, según disposición del gobernador Luis F. Nougués. Fuera de los desfiles, la Banda recorría periódicamente las calles, recolectando donativos puerta por puerta.
El peso de los años
En 1924, fray José María Bottaro (luego arzobispo de Buenos Aires), Provincial de la Orden, dispuso que la Casa Escuela fuera además residencia de la comunidad de frailes, con el Padre Roque como superior, ayudado por varios religiosos.
Siguieron corriendo implacables los años. Promediaba 1943, cuando la autoridad francisca consideró que le Padre Roque tenía ya una edad muy avanzada para tanto trajín. Continuaría siendo superior de la Casa Escuela, pero la dirección de ésta pasó a un sacerdote joven, fray León Bessero. Desde entonces, prácticamente el Padre Roque dejó de aparecer en público al frente de sus soldaditos, en los desfiles o en las recorridas de la Banda de Música para solicitar la ayuda pública. Permanecía en la Casa Escuela, y más de una vez acudían allí personas o instituciones a rendirle homenaje. Nadie dejaba de admirar su tarea.
Un “cristiano puro”
Una nota de prensa de 1945, apuntaba que el Padre Roque “ya no encabeza los desfiles; ya no abandona el Colegio que fundó humildemente y que ahora es un gran edificio de dos plantas con gimnasio adjunto. Sabemos lo que le ha costado efectivar esa obra, que Tucumán debe pura y exclusivamente a ese santo varón, que supo ser un hijo perfecto de San Francisco de Asís. Cada ladrillo, cada piedra, todo lo que hay allí es el fruto del trabajo, de la labor permanente, de los desvelos, de los sinsabores de este cristiano puro”.
Fray Roque de Jesús Correa falleció el 16 de noviembre de 1955. Todo ese día y el siguiente, durante sus exequias, una multitud dolorida desfiló por el templo para tributarle el último saludo.
Dos años más tarde, por decreto municipal del 1 de abril de 1957, se bautizó “Fray Roque Correa” a la octava paralela al Oeste de la Avenida Ejército del Norte: corre de Sur a Norte, desde Mate de Luna hasta los ejidos del Norte en Villa Santillán.
Centenares de muchachitos hacían sonar, con entusiasmo, instrumentos de viento que a veces los duplicaban en tamaño, a tiempo que batían el parche de tambores y de bombos. Marchaban con toda seriedad, orgullosos en sus pulcros uniformes militares, de gorra con visera y chaquetilla con insignias.
Después, también uniformado y con aire marcial, desfilaba el resto. Y, por los costados, los más chicos iban cargando alcancías de madera, en cuyas ranuras el público depositaba monedas o algún billete, para ayudar a la obra que patrocinaba a los soldaditos. Era un espectáculo tan popular como característico de las fiestas, y se lo saludaba con ovaciones.
El “Padre Roque”
Durante mucho tiempo –y hasta que el peso de los años se lo impidió- caminaba, encabezando la formación, el fundador del cuerpo y de la escuela donde los soldaditos se educaban. Era el sacerdote franciscano fray Roque de Jesús María Correa, conocido unánimemente como “El Padre Roque”. Merece un recuerdo este religioso. Nadie puede discutir su sitio de privilegio, en la historia de la educación de los sectores humildes de Tucumán.
Era nacido en esta ciudad en 1871, hijo de don Francisco Correa y de doña Tránsito Rocha. Se ordenó sacerdote franciscano en Salta, en 1894. Antes de recibir la tonsura, ya era Vicario de Coro y organista de nuestro convento de San Francisco: sería compositor de innumerables piezas, sobre todo marchas y aires criollos, y muchas de sus partituras fueron editadas.
Criterio realista
La tarea que el benemérito religioso desarrolló en Tucumán, partió del realista esquema que supo trazarse. Deseoso de aportar soluciones efectivas al problema de los niños desvalidos, tuvo en claro que, además de proporcionarles techo, alimento y vestido, era necesario educarlos en algún oficio que les permitiera mantenerse decorosamente en la vida.
En esa idea, cuando era director de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón, del templo franciscano, logró que aquella asociación alquilara un local en Congreso 134, frente a la Casa Histórica. Allí inauguró, el 19 de marzo de 1905, la institución que denominó “Casa Escuela de los Pobres, de los Sagrados Corazones, de Artes y Oficios”. Sus primeros alumnos fueron 140, que crecieron a 230 en un año.
Esto lo movió a buscar otro local, en Mendoza 886, frente a El Buen Pastor. En esta sede empezó a completar, en todas sus partes, la idea que se había propuesto.
Crece la obra
Inauguró los talleres de Imprenta, Encuadernación, Sastrería, Confección, Costura y Música, además de instalar el internado para huérfanos, en 1906. En 1907 formó la Banda de Música, dirigida -desde entonces y durante tres décadas- por el maestro Domingo Marafioti.
Ese mismo año, abrió las clases de Telegrafía, a cargo de Eduardo Medina: en el cuarto de siglo que siguió, la Casa Escuela aportaría, a Correos y Telecomunicaciones y a los ferrocarriles del país, varios centenares de competentes telegrafistas.
El éxito impresionante que rodeaba la obra del Padre Roque, lo llevó a pensar en construir un edificio propio y de suficiente amplitud. Obtuvo del Congreso de la Nación un subsidio extraordinario de 30.000 pesos para erigir un local, sobre el terreno que había comprado, en octubre de 1908, en Marcos Paz al 600, por la suma de 8.000 pesos pagaderos en cuotas. La piedra fundamental se bendijo el 8 de diciembre.
Edificio propio
La construcción se inició a tambor batiente. Entretanto, seguía creciendo el número de alumnos. Esto obligó al Padre Roque a suprimir las clases para niñas e instruir solamente a varones. El 23 de marzo de 1913, pudo inaugurar la planta baja de la sede propia. Luego, pasaría a adquirir los terrenos adyacentes, y a edificar, años más tarde, la segunda y la tercera plantas del edificio.
No sólo debía multiplicarse en la atención del Colegio y en la búsqueda de fondos, sino también en capear problemas internos. Por ejemplo, en mayo de 1914, ocurrió que el Capítulo de la Orden Franciscana, realizado en Córdoba, decidió reemplazar al Padre Roque como guardián del convento y director de la Casa Escuela.
Al saber esta novedad, se alzó en masa el pueblo de Tucumán. El 16 de marzo, más de 5.000 personas se congregaron en la plaza Independencia para pedir la reposición del Padre Roque, mientras el asunto ganaba amplio espacio en la prensa de todo el país. El Capítulo debió entonces modificar su criterio, y el fundador de la Casa Escuela continuó a su frente.
Miles de egresados
En 1930, con motivo de sus bodas de plata, la Casa Escuela publicó una “memoria” que inventariaba la tarea cumplida hasta entonces. En ese momento, tenía un total de 12.775 alumnos, entre externos, internos y medio-internos. Habían egresado, en ese lapso, 780 telegrafistas, 450 tipógrafos, 207 minervistas, 580 sastres, 586 dactilógrafos, 330 contadores, 290 pintores y 695 músicos de banda.
Se trataba, escribió el Padre Roque en la “memoria”, de “modestos títulos, pero que les resultan útiles, para sí mismos y para la sociedad”. Hay que subrayar que todo era absolutamente gratuito. La caridad de los tucumanos sostenía la obra y, de vez en cuando, el Estado le otorgaba algún subsidio.
El batallón de niños uniformados con Banda de Música, se denominaba “General Manuel Belgrano”. En 1929, contaba con 603 miembros, que años posteriores llegaron a superar los 900. Los primeros instrumentos les habían sido cedidos en 1907, por la Banda de Música de la Provincia, según disposición del gobernador Luis F. Nougués. Fuera de los desfiles, la Banda recorría periódicamente las calles, recolectando donativos puerta por puerta.
El peso de los años
En 1924, fray José María Bottaro (luego arzobispo de Buenos Aires), Provincial de la Orden, dispuso que la Casa Escuela fuera además residencia de la comunidad de frailes, con el Padre Roque como superior, ayudado por varios religiosos.
Siguieron corriendo implacables los años. Promediaba 1943, cuando la autoridad francisca consideró que le Padre Roque tenía ya una edad muy avanzada para tanto trajín. Continuaría siendo superior de la Casa Escuela, pero la dirección de ésta pasó a un sacerdote joven, fray León Bessero. Desde entonces, prácticamente el Padre Roque dejó de aparecer en público al frente de sus soldaditos, en los desfiles o en las recorridas de la Banda de Música para solicitar la ayuda pública. Permanecía en la Casa Escuela, y más de una vez acudían allí personas o instituciones a rendirle homenaje. Nadie dejaba de admirar su tarea.
Un “cristiano puro”
Una nota de prensa de 1945, apuntaba que el Padre Roque “ya no encabeza los desfiles; ya no abandona el Colegio que fundó humildemente y que ahora es un gran edificio de dos plantas con gimnasio adjunto. Sabemos lo que le ha costado efectivar esa obra, que Tucumán debe pura y exclusivamente a ese santo varón, que supo ser un hijo perfecto de San Francisco de Asís. Cada ladrillo, cada piedra, todo lo que hay allí es el fruto del trabajo, de la labor permanente, de los desvelos, de los sinsabores de este cristiano puro”.
Fray Roque de Jesús Correa falleció el 16 de noviembre de 1955. Todo ese día y el siguiente, durante sus exequias, una multitud dolorida desfiló por el templo para tributarle el último saludo.
Dos años más tarde, por decreto municipal del 1 de abril de 1957, se bautizó “Fray Roque Correa” a la octava paralela al Oeste de la Avenida Ejército del Norte: corre de Sur a Norte, desde Mate de Luna hasta los ejidos del Norte en Villa Santillán.