Crecer con el prójimo, entre Recoleta y Añatuya

Crecer con el prójimo, entre Recoleta y Añatuya

Catalina Hornos festejó sus 30 años al abrigo de los niños y familias santiagueñas a los que se dedica desde hace ocho años junto a sus amigos.

EN TUCUMÁN. Catalina posa en el colegio Los Cerros, donde disertó. la gaceta / foto de Analía Jaramillo EN TUCUMÁN. Catalina posa en el colegio Los Cerros, donde disertó. la gaceta / foto de Analía Jaramillo
08 Noviembre 2014
¿Qué lleva a una chica mona, de 25 años, que vive cómodamente en el coqueto barrio porteño de la Recoleta, a dejarlo todo para ir a ayudar a los más necesitados? Catalina Hornos ríe con su dentadura perfecta. Ahora tiene 30 años, pero hace una década no imaginaba que lo que encontraría en la diócesis de Añatuya, Santiago del Estero, una de las más pobres de todo el país, le cambiaría la vida. Su corazón se había quedado anclado en el hambre de esos niños. Se prometió a sí misma volver y presentar batalla con las herramientas que le darían sus títulos de psicóloga y de psicopedagoga, para cambiar la realidad.

“Cuando se lo comenté a mis amigos, algunos no me creyeron”, recuerda, pero otros se sumaron a su “locura” y así fundaron “Haciendo Camino”, en 2006. La organización que Catalina preside tiene seis centros de desnutrición infantil donde trabaja con el apoyo de Conín, brinda asistencia en varios barrios de Santiago del Estero y en la provincia de Chaco.

Invitada por el colegio de Los Cerros, Catalina vino a Tucumán para hablar con los equipos docentes y con los chicos. “Quisiera contarles lo que hacemos en Añatuya y motivarlos a ser solidarios, a pensar en el otro y a demostrarles que uno puede hacer algo por los demás desde cualquier lugar y situación. Que no hace falta esperar a ser grande o a que se den las condiciones para hacer la opción de ayudar a los demás”, le cuenta a LA GACETA.

“Haciendo camino” trabaja con tres ejes: desnutrición infantil, promoción humana y educación integral. El foco está puesto en las madres embarazadas y en los niños de 0 a 5 años.

- ¿Cuándo te diste cuenta de que lo tuyo era la solidaridad?

- En el secundario, desde el colegio Mallinckrodt nos llevaban a visitar hogares de ancianos, pero también lo hacía con mis amigos. A los 21 años terminé la carrera de psicopedagogía y me fui a Añatuya a colaborar con una escuela albergue del obispado; allí conocí a la comunidad. Luego volví a Buenos Aires, se sumaron otros, al final fuimos ocho que empezamos a juntar fondos.

- ¿Estás vos sola en esto?

- No, somos seis los que nos hicimos amigos en esta causa; son una pareja de novios y otros dos, todos entre 25 y 32 años. Vivimos todos en Añatuya pero trabajamos cada uno en su casa, aunque pasamos mucho tiempo juntos, bajo el mismo objetivo.

- ¿Cómo es la obra?

- Tenemos seis centros de la prevención de la desnutrición en Añatuya (Monte Quemado, Herrera, Colonia Dora, capital y Suncho Corral) y un hogar de niños judicializados -tenemos 31 chicos- y estamos abriendo un centro nuevo en Taco Pozo, en El Chaco. La idea es abrir centros en los lugares más desprotegidos, preferentemente donde hay desatención en salud. Hacemos foco en el rol de la mamá y la primera infancia. Después de un diagnóstico de cada lugar decidimos si tiene sentido instalarnos.

- ¿Cómo se organizan?

- Los centros se mantienen con personal rentado (hay 60 empleados) porque es la única forma de dar continuidad y lograr que cambien las cosas. Pero también tenemos voluntarios profesionales y estudiantes de carreras universitarias que ponen al servicio de la obra sus conocimientos, sobre todo en nutrición y estimulación temprana.

- ¿Dónde hacen foco?

- En la nutrición de los niños a través de la educación de las mamás y las embarazadas, la capacitación en oficios (las mamás hacen productos y venden, aprenden peluquería y manualidades) y en salud (ginecología, pediatría, odontología y otras especialidades). Trabajamos con Conín y el Cesni en investigación.

-¿Qué es lo que más te cuesta superar en Añatuya?

- En lo personal, estar lejos de la familia y de mi novio. Por lo demás me cuesta enfrentarme con las necesidades que no puedo resolver, porque uno tiene un límite, hay cosas que no dependen de uno. Hace falta dinero para pagar los tratamientos de los chicos, padrinos que acompañen. Por suerte tenemos 1.000 padrinos pero necesitamos más. Tenemos más de 600 chicos en tratamiento, más de 100 madres que aprenden oficios y más de 200 personas en programas de salud. Para todo eso necesitamos aproximadamente cinco millones de pesos al año.

- ¿Cómo dona la gente?

- Hay poca donación mensual; las empresas hacen una donación única al año, que nos sirve para construir edificios, comprar equipamiento o cubrir algún sueldo. En general, las empresas ponen la infraestructura y los particulares el funcionamiento mensual.

- ¿Y el Estado?

- Este año nos dieron un subsidio para comprar elementos para los talleres de oficio. El municipio está presente en ayudas pequeñas e inmediatas; por ejemplo, nos dan la mano de obra para el mantenimiento de algún edificio o nos prestan el lugar para alguna actividad.

- ¿Cuál es es la realidad que más te golpea?

- Problemas como la violencia de género, el maltrato contra los chicos. La realidad de Añatuya es complicada: las familias no tienen dinero para comer todos los días, los chicos van a la escuela a comer, el 95% no tiene trabajo fijo y se mantienen con los planes sociales del Gobierno y con algunas changas, pero nada estable.

-¿Dónde ves una salida?

- Hay que hacer foco en la educación de la madre, porque ella es el núcleo de toda la familia. Cuando les enseñás a preparar la comida, a administrar la economía, a poner límites a los hijos, eso mejora todo y ni hablar si encima le das un trabajo. La educación y el trabajo puede hacer la diferencia en el futuro de los hijos y la modificación de la realidad actual de la familia.

- ¿ Qué opinas sobre los planes sociales?

- Ayudan, pero de una manera incompleta. Ayudan en la vida cotidiana porque gracias a los planes ellos comen y cumplen con las exigencias de la vacunación y escolaridad de los chicos. En ese sentido son buenos, pero es algo incompleto, porque no ayuda a que la gente salga de su situación de pobreza.

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