Por Juan Manuel Asis
30 Octubre 2014
Alperovich dio un paso que aún no se animan a dar sus pares gobernadores peronistas: apostó por Scioli para la interna del PJ, justamente por el aspirante al sillón presidencial que al Gobierno nacional y a La Cámpora más dudas y resquemor le genera. Y lo hizo con 10 meses de anticipación a las PASO. El resto de los mandatarios justicialistas, que le teme en silencio a Cristina, todavía espera que la Presidenta bendiga a algún candidato del kirchnerismo para que la suceda. ¿Infidelidad? En esta ocasión, para Alperovich no vale la excusa de que siempre prepara la misma “fiesta” para todos los postulantes del Frente para la Victoria que vienen a Tucumán en busca de sus eventuales 400.000 o 500.000 votos. Demasiados sufragios para hacerlos jugar en cualquier interna partidaria, aunque nunca a cambio de nada. Su valor político tienen. Si bien dicen que Alperovich habla con todos, al ex motonauta ya le dio el sí a través de gestos y dichos de integrantes de la propia fórmula a la gobernación tucumana supuestamente elegida por el titular del PE. Fue Jaldo quien apuntó que Scioli es el candidato al que acompañará el peronismo tucumano. Suficiente confesión de parte.
El apoyo alperovichista es justo para quien habla electoralmente de continuidad con cambios, un concepto aparentemente contundente hacia fuera del PJ pero tibio a la sombra de un kirchnerismo que exige fidelidades extremas. Scioli defiende el modelo como un oficialista, pero plantea objeciones -o propuestas de algo nuevo- como si fuera un opositor. Una forma de decir que no es lo nuevo y que a la vez jurar que sí lo es. Para fortalecer esta postura, antes de llegar a Tucumán, el bonaerense expuso dos ejemplos para respaldar su conducta política: aludió a los triunfos electorales de Rousseff en Brasil y de Tabaré Vázquez -que todavía debe ir al balotaje- en Uruguay. Recalcó que la gente de esos países apostó a la continuidad, o al oficialismo de turno. Además vino con sus propias encuestas bajo el brazo. Según sus muestreos se perfila como el precandidato con mayor intención de votos: 26,1% contra el 24,4% de Macri y el 22,9% de Massa. Scioli defiende su ambición presidencial como representante del Frente para la Victoria aunque en sus genes el kirchnerismo sólo estén presentes de la boca para afuera. Es lo que admitió Alperovich cuando decidió jugarse por Scioli: reconoce implícitamente que el “modelo” está agotado, que necesita cambios y oxígeno, aunque defienda sus logros. Estuvo bajo su paraguas durante 11 años, por lo tanto no puede mostrarse desagradecido. Pero, elegir a Scioli es toda una señal atendiendo al mensaje del bonaerense.
En la Casa Rosada no debe haber caído bien que el tucumano se haya definido tan temprano, máxime si la propia Cristina no señaló a nadie todavía. Y muchos sostienen que no lo hará precisamente por Scioli. Por lo tanto, algún cimbronazo o señal desde el poder central tal vez le hagan sentir a Alperovich. En una de esas lo manden de regreso al ministro de Salud de la Nación, Juan Manzur, que también salió a aplaudir y dar su tácito aval a Scioli. Manzur también es la continuidad de Alperovich, pero a diferencia de Scioli, jamás saldrá a decir lo mismo que el ex motonauta: que es la continuidad “con cambios”. Para eso está la oposición. Jamás la dupla Manzur-Jaldo podrá hablar de que hay que hacer nuevas cosas o mejores que lo hecho, especialmente después que el tranqueño jurara en su fugaz paso por la Cámara de Diputados por el mejor gobernador de la historia de Tucumán.
Ahora bien, ¿por qué no se anima Manzur a tratar de diferenciarse al estilo Scioli? Hipótesis: porque sólo es el candidato que eligió Alperovich para que le cuide su silla durante cuatro años porque piensa volver en 2019. Así se entendería que Manzur sea el soldado más obediente y menos propenso a hablar de propuestas o cambios en el modelo actual de gestión. Si sólo va a calentar la silla se justifica que nada diga y que hasta acepte cabeza gacha la decisión de Alperovich de elegir a Scioli, a sabiendas de que en el gabinete nacional este paso puede sonar a traición. Entonces, está claro: Manzur es más colaborador fiel de Alperovich que un leal de Cristina. Esta situación no puede quedar en la anécdota, algo tiene que pasar políticamente. Habrá que esperar las consecuencias de aplaudir y de avalar a Scioli en Tucumán.
El apoyo alperovichista es justo para quien habla electoralmente de continuidad con cambios, un concepto aparentemente contundente hacia fuera del PJ pero tibio a la sombra de un kirchnerismo que exige fidelidades extremas. Scioli defiende el modelo como un oficialista, pero plantea objeciones -o propuestas de algo nuevo- como si fuera un opositor. Una forma de decir que no es lo nuevo y que a la vez jurar que sí lo es. Para fortalecer esta postura, antes de llegar a Tucumán, el bonaerense expuso dos ejemplos para respaldar su conducta política: aludió a los triunfos electorales de Rousseff en Brasil y de Tabaré Vázquez -que todavía debe ir al balotaje- en Uruguay. Recalcó que la gente de esos países apostó a la continuidad, o al oficialismo de turno. Además vino con sus propias encuestas bajo el brazo. Según sus muestreos se perfila como el precandidato con mayor intención de votos: 26,1% contra el 24,4% de Macri y el 22,9% de Massa. Scioli defiende su ambición presidencial como representante del Frente para la Victoria aunque en sus genes el kirchnerismo sólo estén presentes de la boca para afuera. Es lo que admitió Alperovich cuando decidió jugarse por Scioli: reconoce implícitamente que el “modelo” está agotado, que necesita cambios y oxígeno, aunque defienda sus logros. Estuvo bajo su paraguas durante 11 años, por lo tanto no puede mostrarse desagradecido. Pero, elegir a Scioli es toda una señal atendiendo al mensaje del bonaerense.
En la Casa Rosada no debe haber caído bien que el tucumano se haya definido tan temprano, máxime si la propia Cristina no señaló a nadie todavía. Y muchos sostienen que no lo hará precisamente por Scioli. Por lo tanto, algún cimbronazo o señal desde el poder central tal vez le hagan sentir a Alperovich. En una de esas lo manden de regreso al ministro de Salud de la Nación, Juan Manzur, que también salió a aplaudir y dar su tácito aval a Scioli. Manzur también es la continuidad de Alperovich, pero a diferencia de Scioli, jamás saldrá a decir lo mismo que el ex motonauta: que es la continuidad “con cambios”. Para eso está la oposición. Jamás la dupla Manzur-Jaldo podrá hablar de que hay que hacer nuevas cosas o mejores que lo hecho, especialmente después que el tranqueño jurara en su fugaz paso por la Cámara de Diputados por el mejor gobernador de la historia de Tucumán.
Ahora bien, ¿por qué no se anima Manzur a tratar de diferenciarse al estilo Scioli? Hipótesis: porque sólo es el candidato que eligió Alperovich para que le cuide su silla durante cuatro años porque piensa volver en 2019. Así se entendería que Manzur sea el soldado más obediente y menos propenso a hablar de propuestas o cambios en el modelo actual de gestión. Si sólo va a calentar la silla se justifica que nada diga y que hasta acepte cabeza gacha la decisión de Alperovich de elegir a Scioli, a sabiendas de que en el gabinete nacional este paso puede sonar a traición. Entonces, está claro: Manzur es más colaborador fiel de Alperovich que un leal de Cristina. Esta situación no puede quedar en la anécdota, algo tiene que pasar políticamente. Habrá que esperar las consecuencias de aplaudir y de avalar a Scioli en Tucumán.
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