26 Octubre 2014
“Me interesa escribir sobre lo que está en los bordes”
El escritor argentino, ganador del Premio Clarín de novela por "Una noche con Sabrina Love", traducido en Francia, Italia, Portugal, Polonia y Alemania, no le tiene miedo a las formas. El año pasado publicó "El gran surubí", una novela escrita en sonetos e ilustrada. En esta entrevista, habla de sus comienzos, de los cambios que provocó Internet y de lo liberador que es escribir bajo el nombre de otra persona.
LA ESCRITURA. Pedro Mairal dice que cuando no escribe siente que las cosas no tienen sentido. blog.eternacadencia.com.ar
Es hincha de Racing pero no va a la cancha, tampoco juega bien al fútbol. Eso sí, le encanta comentarlo. Cuando terminó la escuela secundaria se puso a estudiar Medicina porque quería sanar, quería poner las manos y sanar. Después entendió que no podía. Entonces, se anotó en Letras y descubrió la potencia de escritores como Borges, Cortázar, García Márquez; y de poetas como los argentinos Enrique Molina y César Mermet, o el peruano César Vallejo. Hoy Pedro Mairal tiene 43 años, más de diez libros publicados -entre ellos Una noche con Sabrina Love, que recibió el Premio Clarín de Novela en 1998 y fue llevada al cine en 2000, pero también El año del desierto, El gran surubí y El equilibrio. Mezcla los géneros literarios sin pudores y con un lenguaje que si bien no es coloquial, resulta natural a la época a la que pertenece.
-¿Podés identificar el momento en el que te diste cuenta que querías ser escritor?
-Quizás sí. Quizás hubo un momento primero cuando estaba arrancando la carrera de Medicina. En ese entonces, iba al bar de la facultad para decir que estaba estudiando, porque en mi casa aún no sabían que no me gustaba, y me ponía a leer. Quizás fue ahí cuando me di cuenta que quería provocar en los otros lo que esas lecturas provocaban en mí.
-¿De dónde sacás el material de tus historias? ¿Hay mucha autobiografía?
-Uso un montón de cosas que son de mi vida pero más como disparadores que otra cosa, porque creo que hay una textura primera en lo propio que da un sabor empático. Pero después el personaje no soy yo. Mis historias son historias con algo vivido y vívido, algo vital; pero no son cosas que me pasaron exactamente así. A mí me interesa mucho la periferia, no sólo lo que se vive, sino lo que no, lo que no te pasó, lo que te podría haber pasado, lo que casi te pasa, lo que tenés miedo de que te pase o que esperás que te pase. Por ejemplo, estás en la calle manejando y de repente casi chocás; bueno en mis textos quizá el personaje sí choca. Es eso lo que me interesa. Para eso sirve la experiencia también, para saber lo que está en los bordes.
-¿Sentís que tenés una carrera atípica?
-Sí, pero lo que pasa es que no conozco otra. Cada escritor tiene su camino; yo tengo un pie en la poesía y otro en la narrativa, soy un chico poético, más de editoriales independientes que de grandes, y traslado cosas de la narrativa a la poesía. Cruzo los géneros. De hecho tengo una novela escrita en sonetos, El gran surubí, que no se deja bien catalogar porque además tiene dibujos. No sé en realidad si soy atípico; simplemente veo lo que me interesa, no me gusta repetir porque me aburro.
-Escribís novelas, poemas, cuentos y columnas. ¿Cómo te predisponés ante cada género? ¿Tenés distintas actitudes frente a cada cual?
-Sí, me parece incluso que hay momentos en los que me predispongo a hacer algo determinado y sale otra cosa completamente distinta. Por ejemplo, El gran surubí iba a ser una novela y pensaba escribirla en narrativa y lo intenté pero salió con sonetos. No me quedo estancado en el primer plan. El texto tiene como una especie de vida propia y te lleva para lugares que no tenías pensados. Eso es lo lindo de escribir; porque si sale exactamente lo que habías planeado, ¿para qué hacerlo? Uno propone algo y la forma misma te dice: “Bueno, podés hacerlo pero de esta manera”. Quizás es en poesía rimada donde más ocurre; por ejemplo, yo digo que acá quiero rimar algo con “Uruguay” y de golpe aparece la forma y me dice: ¿Por qué no rimás con Jamiroquai? Hay una disposición, una voluntad, un rumbo, pero estás jugando con formas; no piloteás del todo la cosa.
- ¿Tenés una rutina a la hora de sentarte a escribir?
-Antes la tenía creo. Ahora escribo cuando encuentro un hueco, cuando mi hija me lo permite. Además, hoy es difícil escribir online, Internet es una distracción muy grande. Hay que aprender a desenchufar el wi-fi para hacerlo. Lo que antes era la máquina de escribir para el escritor, hoy es también una televisión, los diarios, el teléfono. Te saca mucho de clima. Yo todavía no lo logré; de hecho, no logro escribir si no tengo fecha de entrega, si no me tengo que enfrentar a esa adrenalina de que si no lo hago, pierdo el trabajo.
-¿Qué pensás sobre las plataformas digitales?
-Me interesan mucho. Yo empecé a explorarlas con los blogs hace años y me parecen una herramienta poderosísima. Creo que todo el juego se encamina para ese lado, para una convivencia entre el papel y el libro digital. Estamos leyendo mucho en Internet, tal vez de manera más horizontal, no tan profunda: se leen las primeras partes de un texto y se pasa a otro porque todo el tiempo te entregás a los impulsos que te genera Internet. Es difícil mantener a un lector en el tiempo. Los textos se están acortando. No sé qué va a pasar, pero me interesa mucho. Lo que sí, nunca me pude enganchar con Facebook; sí con Twitter, que es una especie de microblogging que te evita navegar en Internet porque te pasa la data directo. Pero eso de Facebook, de encontrarme con gente que hace 30 años no veo, no sé, no me gusta. ¿Por qué lo haría? Como dijo Mario Pergolini una vez: “Que Facebook no una lo que la vida se encargó de separar”.
-A lo largo de tu carrera usaste varios pseudónimos, ¿por qué lo hiciste?
-Creo que fue una manera de salir de mi mismo, de escribir como alguien distinto. Eran las ganas de liberarme, de decir lo que se me ocurriera sin pensarlo mucho más. Es como poder escaparse del prejuicio previo que tiene cada uno sobre alguien. Pero con el paso del tiempo los pseudónimos se pinchan porque los lectores te descubren.
-Durante años escribiste semanalmente una columna para el diario Perfil, ¿cómo fue esa experiencia?
-Fue un trabajo muy interesante. Escribía sobre cualquier cosa, el disparador del texto podía salir de cualquier lugar: de la calle, de lo que escuchaba, de lo que leía, de algo tan simple como arreglar una mesa. Mi idea era ir de lo micro a lo macro; buscaba entender la situación política, social y económica desde por ejemplo la interacción entre un padre y su hijo. Me interesaba cuestionar un poco lo que se entiende por actualidad. Fueron muchísimas las columnas que escribí durante esos cinco años y luego, a partir de una selección, salió el libro El equilibrio.
-¿Por qué escribís?
-Porque necesito hacerlo, cuando no escribo siento que las cosas no tienen sentido. Es una manera de ordenar el caos de la vida. La experiencia me avasalla, pero cuando escribo siento que valió la pena.
(c) LA GACETA
-¿Podés identificar el momento en el que te diste cuenta que querías ser escritor?
-Quizás sí. Quizás hubo un momento primero cuando estaba arrancando la carrera de Medicina. En ese entonces, iba al bar de la facultad para decir que estaba estudiando, porque en mi casa aún no sabían que no me gustaba, y me ponía a leer. Quizás fue ahí cuando me di cuenta que quería provocar en los otros lo que esas lecturas provocaban en mí.
-¿De dónde sacás el material de tus historias? ¿Hay mucha autobiografía?
-Uso un montón de cosas que son de mi vida pero más como disparadores que otra cosa, porque creo que hay una textura primera en lo propio que da un sabor empático. Pero después el personaje no soy yo. Mis historias son historias con algo vivido y vívido, algo vital; pero no son cosas que me pasaron exactamente así. A mí me interesa mucho la periferia, no sólo lo que se vive, sino lo que no, lo que no te pasó, lo que te podría haber pasado, lo que casi te pasa, lo que tenés miedo de que te pase o que esperás que te pase. Por ejemplo, estás en la calle manejando y de repente casi chocás; bueno en mis textos quizá el personaje sí choca. Es eso lo que me interesa. Para eso sirve la experiencia también, para saber lo que está en los bordes.
-¿Sentís que tenés una carrera atípica?
-Sí, pero lo que pasa es que no conozco otra. Cada escritor tiene su camino; yo tengo un pie en la poesía y otro en la narrativa, soy un chico poético, más de editoriales independientes que de grandes, y traslado cosas de la narrativa a la poesía. Cruzo los géneros. De hecho tengo una novela escrita en sonetos, El gran surubí, que no se deja bien catalogar porque además tiene dibujos. No sé en realidad si soy atípico; simplemente veo lo que me interesa, no me gusta repetir porque me aburro.
-Escribís novelas, poemas, cuentos y columnas. ¿Cómo te predisponés ante cada género? ¿Tenés distintas actitudes frente a cada cual?
-Sí, me parece incluso que hay momentos en los que me predispongo a hacer algo determinado y sale otra cosa completamente distinta. Por ejemplo, El gran surubí iba a ser una novela y pensaba escribirla en narrativa y lo intenté pero salió con sonetos. No me quedo estancado en el primer plan. El texto tiene como una especie de vida propia y te lleva para lugares que no tenías pensados. Eso es lo lindo de escribir; porque si sale exactamente lo que habías planeado, ¿para qué hacerlo? Uno propone algo y la forma misma te dice: “Bueno, podés hacerlo pero de esta manera”. Quizás es en poesía rimada donde más ocurre; por ejemplo, yo digo que acá quiero rimar algo con “Uruguay” y de golpe aparece la forma y me dice: ¿Por qué no rimás con Jamiroquai? Hay una disposición, una voluntad, un rumbo, pero estás jugando con formas; no piloteás del todo la cosa.
- ¿Tenés una rutina a la hora de sentarte a escribir?
-Antes la tenía creo. Ahora escribo cuando encuentro un hueco, cuando mi hija me lo permite. Además, hoy es difícil escribir online, Internet es una distracción muy grande. Hay que aprender a desenchufar el wi-fi para hacerlo. Lo que antes era la máquina de escribir para el escritor, hoy es también una televisión, los diarios, el teléfono. Te saca mucho de clima. Yo todavía no lo logré; de hecho, no logro escribir si no tengo fecha de entrega, si no me tengo que enfrentar a esa adrenalina de que si no lo hago, pierdo el trabajo.
-¿Qué pensás sobre las plataformas digitales?
-Me interesan mucho. Yo empecé a explorarlas con los blogs hace años y me parecen una herramienta poderosísima. Creo que todo el juego se encamina para ese lado, para una convivencia entre el papel y el libro digital. Estamos leyendo mucho en Internet, tal vez de manera más horizontal, no tan profunda: se leen las primeras partes de un texto y se pasa a otro porque todo el tiempo te entregás a los impulsos que te genera Internet. Es difícil mantener a un lector en el tiempo. Los textos se están acortando. No sé qué va a pasar, pero me interesa mucho. Lo que sí, nunca me pude enganchar con Facebook; sí con Twitter, que es una especie de microblogging que te evita navegar en Internet porque te pasa la data directo. Pero eso de Facebook, de encontrarme con gente que hace 30 años no veo, no sé, no me gusta. ¿Por qué lo haría? Como dijo Mario Pergolini una vez: “Que Facebook no una lo que la vida se encargó de separar”.
-A lo largo de tu carrera usaste varios pseudónimos, ¿por qué lo hiciste?
-Creo que fue una manera de salir de mi mismo, de escribir como alguien distinto. Eran las ganas de liberarme, de decir lo que se me ocurriera sin pensarlo mucho más. Es como poder escaparse del prejuicio previo que tiene cada uno sobre alguien. Pero con el paso del tiempo los pseudónimos se pinchan porque los lectores te descubren.
-Durante años escribiste semanalmente una columna para el diario Perfil, ¿cómo fue esa experiencia?
-Fue un trabajo muy interesante. Escribía sobre cualquier cosa, el disparador del texto podía salir de cualquier lugar: de la calle, de lo que escuchaba, de lo que leía, de algo tan simple como arreglar una mesa. Mi idea era ir de lo micro a lo macro; buscaba entender la situación política, social y económica desde por ejemplo la interacción entre un padre y su hijo. Me interesaba cuestionar un poco lo que se entiende por actualidad. Fueron muchísimas las columnas que escribí durante esos cinco años y luego, a partir de una selección, salió el libro El equilibrio.
-¿Por qué escribís?
-Porque necesito hacerlo, cuando no escribo siento que las cosas no tienen sentido. Es una manera de ordenar el caos de la vida. La experiencia me avasalla, pero cuando escribo siento que valió la pena.
(c) LA GACETA