El gato de Raúl y el vino
Los intentos por conquistarla no daban resultado. Era necesario revisar la estrategia. Y una de las urgencias, definitivamente, era dejar de lado la timidez. Esa noche, buscando ideas en el cielo raso , el gato “El tímido”, de Raúl Carnota, fue, paradójicamente inspirador. “Cuando vos te me arrimas/no sé cómo ponerme/se me dispara el pecho/la vista se me pierde/mi cara se enciende/como una brasa fuerte”. Una de las estrategias para conquistarla era cambiar los bancos de las plazas por lugares más elegantes e íntimos, pero que no demandaran demasiado gasto. La otra, más accesible, consistía en organizar una salida con amigos y utilizar el apoyo grupal para avanzar. Luego de hacer cuentas, el presupuesto disponible confirmó que convenía la segunda alternativa.

La salida grupal llegó tras una larga espera. El lugar elegido era una peña folclórica. Y el gato de Carnota volvió a la memoria para inspirar. “Desde un rincón de este patio/estoy mirando embobado/ tus ojos negros, tus labios tan rosados”. Ella estaba en una mesa, muy cerca. El corazón tiraba para adelante, y la timidez, para atrás. “Malaya con mi forma/de andar siempre a escondido/si es que pudiera arrancarme/la timidez con que vivo/te pediría que bailaras conmigo/dos vinos y creo que más tarde me animo”.

La ansiedad aumentaba, y los amigos creyeron que era necesario un empujón. “Me he armado de coraje/esta vez no te escapas/los changos me dijeron que una sonrisa basta/te juro no alcanzo a dominar el habla”. Claramente, el envión no alcanzaba. Hacía falta algo más. “Allí estás vos en tu mesa/mirándome como nadie/bella y total como un ocaso en la tarde”. La noche se iba, y la timidez quería ganar otra vez. Entonces, de repente, el gato de Carnota y el vino se mezclaron para animar. “La pucha con tu mama, no me quita los ojos/pero allí voy a tu encuentro/sonriéndote decidido/tomo tu mano y ya te vienes conmigo/bienhaiga la noche que me he puesto atrevido”.

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