Por Carlos Páez de la Torre H
19 Octubre 2014
EL MENSAJE DE 1886. El presidente Roca, con la cabeza vendada tras una agresión, habla en el Congreso. Sobre la derecha, se ve a Carlos Pellegrini y Eduardo Wilde. Es un famoso óleo de Blanes. la gaceta / fotos de archivo
El tucumano Julio Argentino Roca, con sus comprovincianos Juan Bautista Alberdi y Nicolás Avellaneda, integra el trío de fundadores de la Argentina moderna. Hoy se cumple un siglo de su muerte y es justo recordarlo.
Nació el 17 de julio de 1843, hijo del coronel José Segundo Roca y de doña Agustina Paz. Se discute si el alumbramiento ocurrió en la casa familiar (que se alzaba en la hoy calle San Martín 623) o en la finca de los Roca en El Vizcacheral. Una beca le permitió estudiar en el Colegio de Concepción del Uruguay. Fue un excelente alumno y allí despuntó su fuerte vocación militar.
En 1859 peleó voluntario en la batalla de Cepeda. Volvió luego al Colegio, y lo dejó en 1861 para luchar, siempre del lado de la Confederación, en la batalla de Pavón. Luego revistó en las acciones contra Ángel Vicente Peñaloza en La Rioja, en Córdoba y en San Luis. En 1866, marchó al frente de la Guerra del Paraguay. Vería morir a su padre y a dos de sus hermanos, en esa campaña donde se batió heroicamente, ganando ascensos y condecoraciones, en Estero Bellaco, en Tuyutí, en Yataytí-Corá, en Boquerón y en el sangriento asalto de Curupaytí.
Un joven general
Luego, en 1869, marchó al norte, que amenazaban las montoneras de Felipe Varela. Pudo entonces estar un tiempo largo, por última vez, en la ciudad natal, al frente del Regimiento 6 de Infantería. Corría 1871 cuando fue destinado a las operaciones nacionales contra Ricardo López Jordán. Se destacó en la acción de Ñaembé, donde fue ascendido a coronel sobre el campo de batalla, tras tomar a la bayoneta las baterías enemigas.
En 1874, al ocurrir la revolución mitrista contra el Gobierno Nacional, Roca derrotó al jefe rebelde José Miguel Arredondo en la batalla de Santa Rosa, lo que le valió el ascenso a general. Ya por entonces, el tucumano tenía nombradía nacional. Luego fue comandante general de fronteras en San Luis y Mendoza. Era la época en que los malones indígenas constituían el terror de las poblaciones. Roca era partidario de avanzar directamente sobre sus reductos de la pampa, criterio opuesto al del ministro de Guerra, Adolfo Alsina, quien preconizaba la estrategia de las zanjas y las trincheras.
Campaña del Desierto
En 1878, murió Alsina, y el presidente Nicolás Avellaneda designó a Roca para reemplazarlo. Tuvo así oportunidad de aplicar su criterio en la lucha contra el indio. Organizó y condujo personalmente, en 1879, la Campaña del Desierto, que hizo efectiva la soberanía nacional sobre 15.000 leguas del territorio, hasta entonces asolado por devastadores malones de indígenas locales y chilenos.
En 1880, su triunfante candidatura a presidente de la Nación, levantada por el Partido Autonomista Nacional, suscitó la revolución del gobernador bonaerense Carlos Tejedor. Luego de sofocada, ella permitió solucionar la trajinada cuestión de la Capital de la República, con la federalización de la ciudad de Buenos Aires.
Primera presidencia
Roca asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880. Durante ese mandato creó el Consejo Nacional de Educación; promulgó la Ley 1420 de Educación Común y la Ley Avellaneda, que rigió durante seis décadas las universidades argentinas. Se le deben la creación del Banco Hipotecario Nacional; la ley de Moneda Nacional; la de organización de los territorios nacionales; la de construcción del puerto de Buenos Aires; la de creación de Registro Civil, para citar sólo algunos pocos rubros de una vasta lista.
Promulgó 32 leyes sobre construcción, ampliación y estudios de líneas de ferrocarril, que dieron lugar al tendido de 4.000 kilómetros de vías. Llevó la red telegráfica a 8.220 kilómetros. Las rentas del país ascendieron de 20 a 39 millones de pesos. La tierra cultivada se duplicó, llegando al millón de hectáreas. La nutrida fundación de escuelas -entre ellas 10 normales- hizo subir a 133.640 la cifra de niños matriculados. Todo esto en un marco de funcionamiento normal y pleno de todas las instituciones.
Al transferir el bastón a su sucesor, Miguel Juárez Celman, en 1886, pudo decir que le entregaba “el mando supremo de la República en medio de una situación próspera y floreciente, sin incertidumbres ni zozobras, sin temores interiores ni recelos exteriores”.
El “Acuerdo”
Descontento con el nuevo presidente, Roca se alejó largos meses de la política activa, con un viaje a Europa. Al renunciar Juárez Celman tras la revolución de 1890, aceptó por poco tiempo ser ministro del Interior de Carlos Pellegrini. Cuando se acercaban las nuevas elecciones, en nombre de la agrupación que lideraba, el Partido Autonomista Nacional, arregló con sus adversarios, el general Bartolomé Mitre y la Unión Cívica, la política del “Acuerdo”. Esto determinó que se apartara la fracción de Leandro Alem, que constituyó la Unión Cívica Radical.
El “Acuerdo” dio por resultado la elección de Luis Sáenz Peña como presidente. Roca, senador nacional por Tucumán, asumió la presidencia del Senado. Actuó como comandante del Primer Cuerpo de Ejército para sofocar la revolución radical de 1893.
Tucumán lo reeligió senador y siguió presidiendo la Cámara. Al renunciar Sáenz Peña y asumir el vice, José Evaristo Uriburu, por enfermedad de éste ejerció la presidencia interina desde octubre de 1895 a febrero de 1896. En 1897, el autonomismo proclamó a Roca candidato a un nuevo período presidencial.
Segunda presidencia
Ganó las elecciones y asumió la primera magistratura en 1898. Su gran preocupación era la cuestión de límites con Chile, que ponía el país al borde de la guerra. Roca se trasladó al sur, donde se entrevistó con el presidente chileno Federico Errázuriz (el “Abrazo del Estrecho”), lo que preparó el terreno para los trascendentales “Pactos de Mayo”, de 1902, que solucionaron pacíficamente el conflicto. El importantísimo logro bastaría, por sí solo, para hacer memorable la presidencia Roca.
Solucionó también la cuestión de límites con Brasil. Siguiendo sus instrucciones, su canciller Luis María Drago proclamó ante Estados Unidos aquella célebre tesis (conocida como “Doctrina Drago”), que condenaba el cobro compulsivo de las deudas de un país, a propósito de los incidentes con Venezuela y sus acreedores Gran Bretaña y Alemania.
Una vasta obra
Las vías férreas pasaron de 16.000 a 19.000 kilómetros, gracias a las 79 leyes que promulgó Roca. Creó la Caja de Jubilaciones y Pensiones de los agentes públicos y promulgó la Ley de Quiebras. Llevó las escuelas primarias a 4.682, con una matrícula de 491.000 niños.
Presentó al Congreso un proyecto de Código de Trabajo, elaborado por su ministro Joaquín V. González y lleno de innovaciones, que no llegó a sancionarse. Organizó asimismo el Ejército, estableciendo el servicio militar obligatorio, y estableció el primer observatorio en la Antártida, mientras miles de inmigrantes europeos seguían llegando al país.
Al terminar su mandato en 1904, dejó la administración al día y pagada casi en totalidad la deuda flotante. En su último mensaje al Congreso de la Nación, expresó que “no hay una sola región de la República, por apartada que sea, en la cual no se haya inaugurado, o esté en vías de inauguración, una escuela, un ferrocarril, un camino, un puente, una línea telegráfica, un cuartel, un hospital. En todas las ciudades importantes hay costosas obras sanitarias. Hemos alumbrado nuestras costas y balizado nuestros ríos”.
Últimos tiempos
Afirmó, en el tramo final del mensaje: “sé a qué atenerme respecto del juicio de los contemporáneos, y esperaré, sin inquietud, el juicio de la historia, más tolerante con las flaquezas a que están sujetos los hombre públicos de todos los países y todos los tiempos”.
Entregó el mando a Manuel Quintana y se retiró a la vida privada. La Legislatura porteña le había obsequiado tierras en Guaminí, donde instaló la estancia “La Larga”. Su esposa, Clara Funes, había heredado otra en Córdoba, “La Paz”. Pasaba largas temporadas sobre todo en esta última, empeñado en practicar innovaciones en los cultivos y en la cría de hacienda.
Cuando regresaba a Buenos Aires, poco se lo veía en público. Su último servicio al Estado fue viajar al Brasil, en 1912, como plenipotenciario, para fortalecer las relaciones recíprocas. Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, estudió detenidamente planos y movimientos, y profetizó que el Kaiser sería perdedor en la contienda.
No tuvo vejez. El viernes 16 de octubre de 1914, un súbito resfrío con ataque de tos, lo obligó a guardar cama. Tres días más tarde, el lunes 19, una embolia terminó con la vida del general Julio Argentino Roca.
Hacer, más que decir
Roca era de mediana estatura. Calvo desde joven, usaba bigote y barba. Lo más notorio de su fino rostro eran esos ojos grises azulados, que emitían una mirada penetrante. Era hombre “de hacer más que de decir”. Odiaba el desorden y no le interesaba la popularidad.
Carlos Ibarguren afirma que “tenía un criterio realista; era escéptico: su alma llevaba un leve dejo de amargura acerca de los hombres y las cosas. No creía en teorías, ni en doctrinas, ni en principios que no tuvieran una realidad aplicada y viviente”.
Paul Groussac apunta que “decía cosas fuertes con voz suave”. Mateo Booz lo retrata como “militar genuino”, que “fue menos militarista que muchos civiles. Constituyó así, en suma, un tipo político y militar poco frecuente en las repúblicas sudamericanas. Fue un político de sonrisas y no de carcajadas; de frases certeras y no de apóstrofes iracundos; de síntesis y acción, no de divagaciones y perplejidades”.
Nació el 17 de julio de 1843, hijo del coronel José Segundo Roca y de doña Agustina Paz. Se discute si el alumbramiento ocurrió en la casa familiar (que se alzaba en la hoy calle San Martín 623) o en la finca de los Roca en El Vizcacheral. Una beca le permitió estudiar en el Colegio de Concepción del Uruguay. Fue un excelente alumno y allí despuntó su fuerte vocación militar.
En 1859 peleó voluntario en la batalla de Cepeda. Volvió luego al Colegio, y lo dejó en 1861 para luchar, siempre del lado de la Confederación, en la batalla de Pavón. Luego revistó en las acciones contra Ángel Vicente Peñaloza en La Rioja, en Córdoba y en San Luis. En 1866, marchó al frente de la Guerra del Paraguay. Vería morir a su padre y a dos de sus hermanos, en esa campaña donde se batió heroicamente, ganando ascensos y condecoraciones, en Estero Bellaco, en Tuyutí, en Yataytí-Corá, en Boquerón y en el sangriento asalto de Curupaytí.
Un joven general
Luego, en 1869, marchó al norte, que amenazaban las montoneras de Felipe Varela. Pudo entonces estar un tiempo largo, por última vez, en la ciudad natal, al frente del Regimiento 6 de Infantería. Corría 1871 cuando fue destinado a las operaciones nacionales contra Ricardo López Jordán. Se destacó en la acción de Ñaembé, donde fue ascendido a coronel sobre el campo de batalla, tras tomar a la bayoneta las baterías enemigas.
En 1874, al ocurrir la revolución mitrista contra el Gobierno Nacional, Roca derrotó al jefe rebelde José Miguel Arredondo en la batalla de Santa Rosa, lo que le valió el ascenso a general. Ya por entonces, el tucumano tenía nombradía nacional. Luego fue comandante general de fronteras en San Luis y Mendoza. Era la época en que los malones indígenas constituían el terror de las poblaciones. Roca era partidario de avanzar directamente sobre sus reductos de la pampa, criterio opuesto al del ministro de Guerra, Adolfo Alsina, quien preconizaba la estrategia de las zanjas y las trincheras.
Campaña del Desierto
En 1878, murió Alsina, y el presidente Nicolás Avellaneda designó a Roca para reemplazarlo. Tuvo así oportunidad de aplicar su criterio en la lucha contra el indio. Organizó y condujo personalmente, en 1879, la Campaña del Desierto, que hizo efectiva la soberanía nacional sobre 15.000 leguas del territorio, hasta entonces asolado por devastadores malones de indígenas locales y chilenos.
En 1880, su triunfante candidatura a presidente de la Nación, levantada por el Partido Autonomista Nacional, suscitó la revolución del gobernador bonaerense Carlos Tejedor. Luego de sofocada, ella permitió solucionar la trajinada cuestión de la Capital de la República, con la federalización de la ciudad de Buenos Aires.
Primera presidencia
Roca asumió la presidencia el 12 de octubre de 1880. Durante ese mandato creó el Consejo Nacional de Educación; promulgó la Ley 1420 de Educación Común y la Ley Avellaneda, que rigió durante seis décadas las universidades argentinas. Se le deben la creación del Banco Hipotecario Nacional; la ley de Moneda Nacional; la de organización de los territorios nacionales; la de construcción del puerto de Buenos Aires; la de creación de Registro Civil, para citar sólo algunos pocos rubros de una vasta lista.
Promulgó 32 leyes sobre construcción, ampliación y estudios de líneas de ferrocarril, que dieron lugar al tendido de 4.000 kilómetros de vías. Llevó la red telegráfica a 8.220 kilómetros. Las rentas del país ascendieron de 20 a 39 millones de pesos. La tierra cultivada se duplicó, llegando al millón de hectáreas. La nutrida fundación de escuelas -entre ellas 10 normales- hizo subir a 133.640 la cifra de niños matriculados. Todo esto en un marco de funcionamiento normal y pleno de todas las instituciones.
Al transferir el bastón a su sucesor, Miguel Juárez Celman, en 1886, pudo decir que le entregaba “el mando supremo de la República en medio de una situación próspera y floreciente, sin incertidumbres ni zozobras, sin temores interiores ni recelos exteriores”.
El “Acuerdo”
Descontento con el nuevo presidente, Roca se alejó largos meses de la política activa, con un viaje a Europa. Al renunciar Juárez Celman tras la revolución de 1890, aceptó por poco tiempo ser ministro del Interior de Carlos Pellegrini. Cuando se acercaban las nuevas elecciones, en nombre de la agrupación que lideraba, el Partido Autonomista Nacional, arregló con sus adversarios, el general Bartolomé Mitre y la Unión Cívica, la política del “Acuerdo”. Esto determinó que se apartara la fracción de Leandro Alem, que constituyó la Unión Cívica Radical.
El “Acuerdo” dio por resultado la elección de Luis Sáenz Peña como presidente. Roca, senador nacional por Tucumán, asumió la presidencia del Senado. Actuó como comandante del Primer Cuerpo de Ejército para sofocar la revolución radical de 1893.
Tucumán lo reeligió senador y siguió presidiendo la Cámara. Al renunciar Sáenz Peña y asumir el vice, José Evaristo Uriburu, por enfermedad de éste ejerció la presidencia interina desde octubre de 1895 a febrero de 1896. En 1897, el autonomismo proclamó a Roca candidato a un nuevo período presidencial.
Segunda presidencia
Ganó las elecciones y asumió la primera magistratura en 1898. Su gran preocupación era la cuestión de límites con Chile, que ponía el país al borde de la guerra. Roca se trasladó al sur, donde se entrevistó con el presidente chileno Federico Errázuriz (el “Abrazo del Estrecho”), lo que preparó el terreno para los trascendentales “Pactos de Mayo”, de 1902, que solucionaron pacíficamente el conflicto. El importantísimo logro bastaría, por sí solo, para hacer memorable la presidencia Roca.
Solucionó también la cuestión de límites con Brasil. Siguiendo sus instrucciones, su canciller Luis María Drago proclamó ante Estados Unidos aquella célebre tesis (conocida como “Doctrina Drago”), que condenaba el cobro compulsivo de las deudas de un país, a propósito de los incidentes con Venezuela y sus acreedores Gran Bretaña y Alemania.
Una vasta obra
Las vías férreas pasaron de 16.000 a 19.000 kilómetros, gracias a las 79 leyes que promulgó Roca. Creó la Caja de Jubilaciones y Pensiones de los agentes públicos y promulgó la Ley de Quiebras. Llevó las escuelas primarias a 4.682, con una matrícula de 491.000 niños.
Presentó al Congreso un proyecto de Código de Trabajo, elaborado por su ministro Joaquín V. González y lleno de innovaciones, que no llegó a sancionarse. Organizó asimismo el Ejército, estableciendo el servicio militar obligatorio, y estableció el primer observatorio en la Antártida, mientras miles de inmigrantes europeos seguían llegando al país.
Al terminar su mandato en 1904, dejó la administración al día y pagada casi en totalidad la deuda flotante. En su último mensaje al Congreso de la Nación, expresó que “no hay una sola región de la República, por apartada que sea, en la cual no se haya inaugurado, o esté en vías de inauguración, una escuela, un ferrocarril, un camino, un puente, una línea telegráfica, un cuartel, un hospital. En todas las ciudades importantes hay costosas obras sanitarias. Hemos alumbrado nuestras costas y balizado nuestros ríos”.
Últimos tiempos
Afirmó, en el tramo final del mensaje: “sé a qué atenerme respecto del juicio de los contemporáneos, y esperaré, sin inquietud, el juicio de la historia, más tolerante con las flaquezas a que están sujetos los hombre públicos de todos los países y todos los tiempos”.
Entregó el mando a Manuel Quintana y se retiró a la vida privada. La Legislatura porteña le había obsequiado tierras en Guaminí, donde instaló la estancia “La Larga”. Su esposa, Clara Funes, había heredado otra en Córdoba, “La Paz”. Pasaba largas temporadas sobre todo en esta última, empeñado en practicar innovaciones en los cultivos y en la cría de hacienda.
Cuando regresaba a Buenos Aires, poco se lo veía en público. Su último servicio al Estado fue viajar al Brasil, en 1912, como plenipotenciario, para fortalecer las relaciones recíprocas. Cuando se inició la Primera Guerra Mundial, estudió detenidamente planos y movimientos, y profetizó que el Kaiser sería perdedor en la contienda.
No tuvo vejez. El viernes 16 de octubre de 1914, un súbito resfrío con ataque de tos, lo obligó a guardar cama. Tres días más tarde, el lunes 19, una embolia terminó con la vida del general Julio Argentino Roca.
Hacer, más que decir
Roca era de mediana estatura. Calvo desde joven, usaba bigote y barba. Lo más notorio de su fino rostro eran esos ojos grises azulados, que emitían una mirada penetrante. Era hombre “de hacer más que de decir”. Odiaba el desorden y no le interesaba la popularidad.
Carlos Ibarguren afirma que “tenía un criterio realista; era escéptico: su alma llevaba un leve dejo de amargura acerca de los hombres y las cosas. No creía en teorías, ni en doctrinas, ni en principios que no tuvieran una realidad aplicada y viviente”.
Paul Groussac apunta que “decía cosas fuertes con voz suave”. Mateo Booz lo retrata como “militar genuino”, que “fue menos militarista que muchos civiles. Constituyó así, en suma, un tipo político y militar poco frecuente en las repúblicas sudamericanas. Fue un político de sonrisas y no de carcajadas; de frases certeras y no de apóstrofes iracundos; de síntesis y acción, no de divagaciones y perplejidades”.
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