Por Carlos Páez de la Torre H
16 Octubre 2014
ROCA Y ARREDONDO. En la caricatura de 1874, el tucumano tiene enlazado a Arredondo, tras haberlo vencido en combate la gaceta / archivo
Como es sabido, el triunfo de las fuerzas que mandaba el coronel Julio Argentino Roca en la batalla de Santa Rosa (29 de octubre de 1874) fue decisivo para conjurar la revolución mitrista que estalló en los finales de la presidencia Sarmiento, cuando acababa de elegirse sucesor a Nicolás Avellaneda. La victoria dio enorme prestigio al militar tucumano, quien fue ascendido a general en el campo de batalla. Tenía entonces 31 años.
El jefe rebelde, general José Miguel Arredondo, fue capturado y era muy posible que se lo condenara a muerte.
Sucedía que el vencedor Roca era amigo, compadre y viejo compañero de campañas, de ese militar al que había derrotado y capturado. El 25 de enero de 1875, escribió a Miguel Juárez Celman. “Aquí estoy mortificado, sin gusto para nada, viéndolo a Arredondo metido en un calabozo. Sólo me acuerdo de nuestra antigua amistad y de los servicios que le debo y lo que el país le debe. Será un acto de barbarie injustificada el que lo fusilen, como se dice. ¿Qué se va a ganar con matarlo? ¿Satisfacer solamente los odios de algunos miserables?”.
Roca había escrito a Avellaneda “pidiéndole, como un gran servicio, la vida de Arredondo”, contaba a Juárez. “Si no lo consigo, yo no sé por dónde estallaré de rabia e indignación. Las damas de San Juan y La Rioja van a hacer una solicitud pidiéndolo. ¿No se podría intentar algo parecido en Córdoba?…”
Semanas más tarde, el general Arredondo se fugó. Nadie pudo explicarse cómo había logrado burlar la vigilancia de los guardias que lo custodiaban. Igualmente, nadie dudó que Roca les había dado instrucciones expresas de mirar al costado cuando escapara su antiguo camarada.
El jefe rebelde, general José Miguel Arredondo, fue capturado y era muy posible que se lo condenara a muerte.
Sucedía que el vencedor Roca era amigo, compadre y viejo compañero de campañas, de ese militar al que había derrotado y capturado. El 25 de enero de 1875, escribió a Miguel Juárez Celman. “Aquí estoy mortificado, sin gusto para nada, viéndolo a Arredondo metido en un calabozo. Sólo me acuerdo de nuestra antigua amistad y de los servicios que le debo y lo que el país le debe. Será un acto de barbarie injustificada el que lo fusilen, como se dice. ¿Qué se va a ganar con matarlo? ¿Satisfacer solamente los odios de algunos miserables?”.
Roca había escrito a Avellaneda “pidiéndole, como un gran servicio, la vida de Arredondo”, contaba a Juárez. “Si no lo consigo, yo no sé por dónde estallaré de rabia e indignación. Las damas de San Juan y La Rioja van a hacer una solicitud pidiéndolo. ¿No se podría intentar algo parecido en Córdoba?…”
Semanas más tarde, el general Arredondo se fugó. Nadie pudo explicarse cómo había logrado burlar la vigilancia de los guardias que lo custodiaban. Igualmente, nadie dudó que Roca les había dado instrucciones expresas de mirar al costado cuando escapara su antiguo camarada.