La tiranía del smartphone
Mal que nos pese, el brazo ya no termina en la mano sino en el celular. Ese pequeño tirano rectangular, que domina con un puño de hierro oxidado e invisible llamado “señal”, ensancha el abanico de sus poderes en cada nueva generación y esclaviza cada vez más al hombre moderno, que depende de él para todo: para informarse, para entretenerse, para organizarse y hasta para comunicarse con el que vive en la casa de al lado. El esclavo 2.0 no se da cuenta de su adicción hasta que sufre los efectos de la abstinencia. No sin vergüenza me tomaré como ejemplo: días atrás, una falla técnica me obligó a dejar el equipo en el “taller” durante 24 horas. Las primeras cinco fueron, probablemente, las más largas de mi vida. Constantemente me palpaba el bolsillo, y por un instante me sobresaltaba al notar que sólo tenía las llaves. Caminando por la calle, cada semáforo en rojo se me hacía eterno. Hasta llegué a sentir vibraciones en el bolsillo, como los amputados que aseguran sentir dolor o escozor en la extremidad “fantasma”.

Aproximadamente a las seis horas, el síndrome de abstinencia entró en la fase dos, marcada por la noción de “compartir”. De repente, sentí la necesidad de mandarle mensajes de WhatsApp a todo el mundo. ¡Ah, qué ganas de tuitear esta amargura! ¡Cómo quisiera poder postear en Facebook esta angustia que seguramente solo a mí me importa! Si tan solo pudiera bajar una aplicación que me explique cómo combatir esta ansiedad...

Con la fase 3, el delirium trémens tecnológico le da paso a un estado de aceptación, en el que se asimila que no se tiene celular y se recuerda que existen las personas y los libros. Se entiende que nada, o casi nada, es tan urgente que no pueda esperar hasta mañana. La desconexión resulta ser un saludable respiro, que conviene propiciar al menos de vez en cuando. En esa “democracia” de un día hasta me dormí una hora más temprano. Y al final, lo que más extrañé de mi celular no fue el WhatsApp, ni el Facebook ni el Twitter. Fue la alarma con la que me despierto todas las mañanas.

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