28 Septiembre 2014
CURSO EXPRESS. David intentó enseñarle el Haka a Hasel, su novia mexicana, en una de las tribunas del estadio de La Plata. El neozelandés se esforzó para hacerlo rápidamente; el partido ya empezaba.
LA PLATA, (de nuestro enviado especial Federico Espósito).- Sólo hay dos formas de no perderse en La Plata: vivir ahí o saber manejar bien un GPS. Y a veces ni con eso alcanza. Al foráneo le cuesta acostumbrarse a sus omnipresentes diagonales y a sus calles bautizadas con números en lugar de nombres de próceres, de fechas históricas o de batallas trascendentales.
De todos modos, ayer cualquier extravío era momentáneo, ya que todo el mundo iba hacia el mismo lugar: el Estadio Único, orgullo de la ciudad y del país. El gigante caparazón blanco que se eleva majestuoso entre las avenidas 25 y 32 convoca desde hace dos años, para la misma época, a un espectáculo insuperable en su tipo: la visita de los All Blacks, el mejor equipo de rugby del planeta. Su visita es un lujo que Argentina todavía no alcanza a dimensionar debidamente. Usualmente dividida en “pinchas” y “triperos”, la ciudad vuelve a ser una sola cada vez que juegan Los Pumas. Ese día, la única camiseta que vale es la que tiene el yaguareté que alguna vez un periodista sudafricano confundió con un Puma y bautizó sin querer al seleccionado argentino.
Favorecidos por el tipo de cambio, llegan colectivos llenos de turistas neozelandeses, a primera vista más correctos que australianos y sudafricanos, aunque con el mismo gusto por la cerveza. Ben, un treintañero calvo y ancho como un primera línea, no duda al momento de responder qué es lo que conocía de Argentina antes del Championship: “Hernández (Juan Martín) y Messi. Dos magos. Por suerte, Messi no juega al rugby, je”.
Poco más allá, David intenta inútilmente enseñarle el haka a Hasel, su novia mexicana. “Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en Argentina son bifes enormes y jugosos”, dice él, separando sus manos unos 30 centímetros. “Y por supuesto, Maradouna y la mano de Dios”, agrega. De todos modos, aclara que a diferencia de los años anteriores en los que vino a alentar a los “Blacks”, esta vez se quedará para conocer lo que le han contado “es un país magnífico, con toda clase de paisajes”.
Detrás de él, el público estalla porque los invitados de lujo han entrado en escena, listos para otra clase magistral. Al margen del resultado, tenerlos es casa ya es un honor.
De todos modos, ayer cualquier extravío era momentáneo, ya que todo el mundo iba hacia el mismo lugar: el Estadio Único, orgullo de la ciudad y del país. El gigante caparazón blanco que se eleva majestuoso entre las avenidas 25 y 32 convoca desde hace dos años, para la misma época, a un espectáculo insuperable en su tipo: la visita de los All Blacks, el mejor equipo de rugby del planeta. Su visita es un lujo que Argentina todavía no alcanza a dimensionar debidamente. Usualmente dividida en “pinchas” y “triperos”, la ciudad vuelve a ser una sola cada vez que juegan Los Pumas. Ese día, la única camiseta que vale es la que tiene el yaguareté que alguna vez un periodista sudafricano confundió con un Puma y bautizó sin querer al seleccionado argentino.
Favorecidos por el tipo de cambio, llegan colectivos llenos de turistas neozelandeses, a primera vista más correctos que australianos y sudafricanos, aunque con el mismo gusto por la cerveza. Ben, un treintañero calvo y ancho como un primera línea, no duda al momento de responder qué es lo que conocía de Argentina antes del Championship: “Hernández (Juan Martín) y Messi. Dos magos. Por suerte, Messi no juega al rugby, je”.
Poco más allá, David intenta inútilmente enseñarle el haka a Hasel, su novia mexicana. “Lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en Argentina son bifes enormes y jugosos”, dice él, separando sus manos unos 30 centímetros. “Y por supuesto, Maradouna y la mano de Dios”, agrega. De todos modos, aclara que a diferencia de los años anteriores en los que vino a alentar a los “Blacks”, esta vez se quedará para conocer lo que le han contado “es un país magnífico, con toda clase de paisajes”.
Detrás de él, el público estalla porque los invitados de lujo han entrado en escena, listos para otra clase magistral. Al margen del resultado, tenerlos es casa ya es un honor.
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