Helen Livingstone - Columnista de la agencia DPA
El rechazo de Escocia a la independencia ha provocado la dimisión del ministro principal de esta región, Alex Salmond, y a la vez ha salvado al gobierno de Londres de una humillación y evitado que el primer ministro, David Cameron, tuviese que plantearse la dimisión. Pero aunque la votación haya acabado con las aspiraciones independentistas de Escocia, parece que desatará un importante periodo de turbulencia constitucional y descontento en Westminster (la sede del Parlamento). Varios diputados, entre ellos los conservadores de Cameron, han expuesto sus objeciones a las promesas de última hora hechas a Escocia por los líderes de los tres principales partidos si ganaba el “No”. Sus críticas se basan en la promesa de mantener la llamada “fórmula Barnett”, que determina el reparto de fondos regionales en el Reino Unido y que ha sido criticada por favorecer de forma injusta a Escocia. El alcalde de Londres, Boris Johnson -considerado un peligro para Cameron- aseguró que fue una promesa “imprudente”.
También pueden convertirse en campo minado los planes de Cameron de devolver a Escocia más poderes y a la vez encontrar una respuesta a la denominada “cuestión West Lothian”: es decir, el hecho de que los diputados escoceses puedan votar en Westminster cuestiones que sólo afectan a la región de Inglaterra mientras que los parlamentarios ingleses no pueden hacer lo mismo, ya que los temas puramente escoceses se dirimen en su parlamento regional.
El estrecho margen entre los unionistas y los independentistas que se perfiló antes de la consulta forzó al premier a “todo tipo de concesiones rápidas e imprudentes” hacia Escocia y le debilitó más de lo que ya estaba, dijo el politólogo Steven Fielding, de la Universidad de Nottingham. Muchos diputados conservadores ya eran críticos con Cameron por su apoyo al matrimonio homosexual y su rechazo a adoptar una línea más dura contra la Unión Europea. Y está a punto de concluir el mandato de un gobierno que para muchos se ha visto paralizado por la coalición con los liberaldemócratas. “Es difícil hacer cambios constitucionales en los mejores tiempos, y estos son los peores”, apuntó Fielding. Así, la mayoría de los analistas consideran extremadamente ambicioso el mensaje de Cameron, que espera definir las reformas en enero. No hay un acuerdo entre los tres principales partidos -conservadores, laboristas y liberaldemócratas- sobre qué debe estar en esa ley, sobre todo en lo que se refiere a los derechos ingleses. A los diputados conservadores les atrae la idea de un parlamento regional inglés, pues creen que tendrán posibilidades de controlarlo, mientras que los laboristas - más fuertes en Escocia y débiles en Inglaterra- se oponen a él por la misma razón.