Por LA GACETA
11 Septiembre 2014
Es la persona que enseña una ciencia, arte u oficio, o tiene título para hacerlo, según el Diccionario de la Real Academia Española. Curiosamente, esta definición de la palabra maestro, ocupa la tercera acepción y no la primera como podría esperarse. Domingo Faustino Sarmiento es el símbolo de la educación y en su homenaje que se celebra el Día del Maestro. En 1943, la Conferencia Interamericana de Educación, reunida en Panamá, estableció el 11 de septiembre la celebración, en consonancia con el aniversario de la muerte de Sarmiento.
Fallecido hace 126 años, en 1888 en Asunción del Paraguay, este hombre polifacético se fue de la vida, tan pobre como había nacido. Fue un luchador notable y una de las figuras más importantes y controvertidas de la historia latinoamericana. Maestro, subteniente de milicias, escritor, periodista, senador, ministro, director general de escuelas, sociólogo, diplomático, gobernador, presidente de la Argentina. “La educación primaria es la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización”; “los discípulos son la mejor biografía del maestro”; “cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de gobierno”; “fui nombrado presidente de la República y no de mis amigos”; “Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”; “puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de la mujer”. Son algunos pensamientos de este hombre que provocó admiración, resistencia y oposición desde las más diversas posiciones políticas en su época y a lo largo de la historia. Como hombre de acción, soñó un rol protagónico para nuestro país en el concierto de las grandes naciones del mundo.
Hasta hace unos lustros, el maestro era sinónimo de autoridad, cariño y respeto; no gratuitamente, se decía -ahora con menos frecuencia- que la “señorita” era la segunda madre. Alumnos y padres eran incapaces de cuestionar sus decisiones y exigencias. Pero los tiempos modernos, excepto en la zona rural donde aún sigue siendo el segundo padre o la segunda madre, le han hecho perder jerarquía hasta el punto de que en ocasiones, sufre agresiones verbales y físicas. Pese a que no siempre recibe la remuneración que le corresponde, el docente tiene la alta responsabilidad de formar a los niños y jóvenes. Sólo aquellos que poseen una verdadera vocación pueden lograrlo.
La educación es fundamental en la construcción de la sociedad. Una persona educada tiene la capacidad de pensar por sí misma; un pueblo con educación puede aspirar a romper con el sometimiento o la esclavitud y crecer siendo dueño de sus ideas, sus proyectos y esperanzas.
Es la principal herramienta para erradicar la pobreza y combatir las adicciones, la marginalidad, la delincuencia, flagelos que azotan a diario nuestra sociedad. Ayer, comentamos en esta columna el informe de una universidad nacional que indica que el 50% de la población de los presos tiene menos de 32 años, y la mitad de los internos no asistió a la escuela o solo llegaron a cursar el nivel primario. Ello significa que algo preocupante está ocurriendo en el seno no solo de la comunidad, sino de los mismos establecimientos educativos, donde se viene haciendo cada vez más frecuentes los episodios de violencia, como los casos de acoso escolar. No en vano se dice que ser maestro es una suerte de sacerdocio, más aún en los tiempos que corren.
Fallecido hace 126 años, en 1888 en Asunción del Paraguay, este hombre polifacético se fue de la vida, tan pobre como había nacido. Fue un luchador notable y una de las figuras más importantes y controvertidas de la historia latinoamericana. Maestro, subteniente de milicias, escritor, periodista, senador, ministro, director general de escuelas, sociólogo, diplomático, gobernador, presidente de la Argentina. “La educación primaria es la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización”; “los discípulos son la mejor biografía del maestro”; “cuando los hombres honrados se van a su casa, los pillos entran en la de gobierno”; “fui nombrado presidente de la República y no de mis amigos”; “Hombre, pueblo, Nación, Estado, todo: todo está en los humildes bancos de la escuela”; “puede juzgarse el grado de civilización de un pueblo por la posición social de la mujer”. Son algunos pensamientos de este hombre que provocó admiración, resistencia y oposición desde las más diversas posiciones políticas en su época y a lo largo de la historia. Como hombre de acción, soñó un rol protagónico para nuestro país en el concierto de las grandes naciones del mundo.
Hasta hace unos lustros, el maestro era sinónimo de autoridad, cariño y respeto; no gratuitamente, se decía -ahora con menos frecuencia- que la “señorita” era la segunda madre. Alumnos y padres eran incapaces de cuestionar sus decisiones y exigencias. Pero los tiempos modernos, excepto en la zona rural donde aún sigue siendo el segundo padre o la segunda madre, le han hecho perder jerarquía hasta el punto de que en ocasiones, sufre agresiones verbales y físicas. Pese a que no siempre recibe la remuneración que le corresponde, el docente tiene la alta responsabilidad de formar a los niños y jóvenes. Sólo aquellos que poseen una verdadera vocación pueden lograrlo.
La educación es fundamental en la construcción de la sociedad. Una persona educada tiene la capacidad de pensar por sí misma; un pueblo con educación puede aspirar a romper con el sometimiento o la esclavitud y crecer siendo dueño de sus ideas, sus proyectos y esperanzas.
Es la principal herramienta para erradicar la pobreza y combatir las adicciones, la marginalidad, la delincuencia, flagelos que azotan a diario nuestra sociedad. Ayer, comentamos en esta columna el informe de una universidad nacional que indica que el 50% de la población de los presos tiene menos de 32 años, y la mitad de los internos no asistió a la escuela o solo llegaron a cursar el nivel primario. Ello significa que algo preocupante está ocurriendo en el seno no solo de la comunidad, sino de los mismos establecimientos educativos, donde se viene haciendo cada vez más frecuentes los episodios de violencia, como los casos de acoso escolar. No en vano se dice que ser maestro es una suerte de sacerdocio, más aún en los tiempos que corren.