La naturaleza regala un tesoro que vale la pena descubrir

La naturaleza regala un tesoro que vale la pena descubrir

Desde el puente del río Jaya, en Alpachiri, hay que caminar más de seis horas. Es fundamental ir con un guía experto en trekking o baquiano.

COMO UN CUADRO. El paisaje parece la obra de un artista plástico. COMO UN CUADRO. El paisaje parece la obra de un artista plástico.
Hay un tesoro. Sí que lo hay. Pero muy pocos logran descubrirlo. No es fácil hallarlo. Se necesita esfuerzo para llegar; paciencia para esperar y tomar aire; vitalidad para subir el camino empedrado, osadía para sortear los obstáculos del río y espíritu aventurero para gozar de la naturaleza. Con esos ingredientes podrá disfrutar de una portentosa riqueza que parece oculta y que miles de tucumanos todavía no conocen.

No es fácil llegar, porque hay que caminar más de seis horas desde el puente del río Jaya, en Alpachiri. Los senderos de piedra, rodeados de alisos cubiertos con musgos le dan un aspecto fantasmagórico al trayecto. En algunos tramos, el silencio es tan fuerte que sólo se oye el crujido de las hojas secas bajo la planta de los pies. En otra parte del recorrido, el bramido del río Sonador llega con fuerza por el eco de las montañas. Sin un guía profesional o un baquiano es mejor no intentarlo.

Cambia, todo el paisaje cambia. Del verde musgo al verde agua. Del verde esmeralda y al verde petróleo. Se mezclan con tonalidades del amarillo brilloso por el reflejo del sol que se cuela entre las helechos. Jorge Kristal es el capitán y guía de la excursión a la Laguna del Tesoro. Con una mochila de 25 kilogramos carga en la espalda una carpa y otros víveres para hacer noche. Se necesitan dos o tres días para disfrutar de esta aventura y recuperar fuerzas por el trekking.

El guía señala el camino con la experiencia de quien ha hecho ese trayecto más de una docena de veces. Mientras se sube por la montaña, de pronto, la niebla envuelve a los visitantes y, otra vez, el silencio es tenebroso como si la naturaleza pusiera obstáculos para frenar a los intrusos. Cuenta la leyenda que, en los tiempos del imperio inca se llevaba oro a Cajarma (Perú) para pagar la recompensa de liberación del Inca Atahualpa. Pero al enterarse de que ya habían matado al emperador indio, las piezas de oro y todas las riquezas de la antigua ciudad se ocultaron en las profundidades de la laguna para evitar que los españoles se llevaran el tesoro. El relato oral sigue pasando de boca en boca y advierte que en el fondo del agua espera un toro agazapado con astas doradas para custodiar las invaluables riquezas. El gigante embravecido es capaz de enloquecer las aguas y salir al encuentro de quien osara un intento por extraer semejante tesoro.

Musgos y helechos
La caminata es agotadora. El esfuerzo se siente en las pantorrillas, se percibe en la transpiración de la frente, se oye en la respiración agitada, y puede verse en las zapatillas cubiertas de tierra y húmedas de tanto cruzar el río Jaya, en el primer tramo, y el río Sonador en la segunda etapa. Los musgos y los helechos crecen en los bordes de las piedras y en los troncos de los árboles. La humedad del terreno forma el escenario ideal para que florezcan hortensias, calas y azucenas.

Ángel Claudio Valdez es uno de los últimos vecinos, antes de llegar a destino. Su casa de madera negra y techo de chapas viejas parece endeble al viento, pero resiste al paso del tiempo. “Lito”, como lo conocen en la zona, vive a unas dos horas de caminata de la laguna. Con 67 años a cuestas tiene tanta vitalidad que todavía es capaz de correr por la montaña. “Aquí es más tranquilo porque no hay bulla, pero a veces falta para comer”, admite. A pesar de la escasez, le brota generosidad y ofrece “mate cocido” a las ocasionales visitas.

Después de cinco horas y media de caminata, Kristal dice que falta poco. Hay que cruzar la cuesta del desesperado -advierte- y listo. Le llaman así porque los caminantes no ven la hora de llegar y, al final, está la cuesta con una pendiente por trepar con las últimas fuerzas.

Después de la trepada aparece el espejo de agua del tamaño de dos campos de fútbol. Alisos, nogales, sauces y totoras rodean el paisaje. Los teros se pasean como dueños de casa y, antes del atardecer se oye el canto de las urracas.

Sentarse sobre una roca, en el extremo norte de la Laguna del Tesoro permite ver el cordón montañoso de los Nevados del Aconquija. Imponente, el Chimberí presume gigantesco con su cumbre de más de 5.000 metros de altura. Es un espectador milenario que se refleja en el agua, cercado por El Clavillo, el cerro Bayo, y al norte El Tipillas.

Imperturbables, las aguas forman un enorme espejo natural que no conviene interrumpir. Hay un tesoro. No hace falta buscar en las profundidades de la laguna. Sólo basta con abrir los ojos y mirar alrededor un tesoro que regala la naturaleza y que vale la pena descubrir.

EXCURSIONES
La visita guiada y las leyendas del lugar

Entre septiembre y octubre es la mejor época para una visita guiada. La flora estalla en colores y las lluvias son escasas explica Jorge Kristal, guía de turismo en “Norte Expediciones”. El experto define a la excursión con “dificultad media”.

El escritor Octavio Cejas, radicado en Concepción, en su libro “Tukma Mágico” describe una anécdota. “Una vez mandaron a un hombre algo inocentón a campear unos bueyes que se habían refugiado entre las malezas del bosque, en las lomas y cerrilladas de más arriba de Arcadia. A los días volvió con el cuento de que había dado con una laguna de gran tamaño; que él, oculto entre unos helechos gigantescos, vio en el agua, sentada en una piedra que sobresalía, a una mujer muy bella que se hacía pasar un peine de oro por sus cabellos que rebrillaban con luces de ese metal. Dijo el hombre que las aguas se habían agitado bravamente cuando comenzó a emerger un toro de astas doradas que llegó hasta la orilla arrastrando una pesada cadena de oro...

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