Por Carlos Páez de la Torre H
06 Septiembre 2014
ERNESTO PADILLA. El gobernador camina a la derecha, en una de las tantas giras rurales que efectuó en 1915 la gaceta / archivo
El doctor Ernesto Padilla (1873-1951) solía condimentar su correspondencia con oportunas anécdotas. En carta al doctor Francisco Padilla, de 1938, insertaba una de ellas, a propósito de las cuestiones de límites interprovinciales, que parecían importantes y al final no lo eran tanto.
Narraba que, en cierta ocasión, “fuerzas de una provincia vecina habían llegado a establecer campamento, en la región permanentemente discutida por uno y otro gobierno”. El caso empezó a publicarse con tono airado en los diarios, y se temió que pasara a mayores.
“Cuando se supo en Tucumán el avance, la autoridad policial creyó del caso ordenar la concentración estratégica e inmediata de comisarios y gendarmes, haciendo preparar al Cuerpo de Bomberos para enviarlo sin demora, en tren expreso, a defender ‘la soberanía’ de la provincia”. Con “alguna agitación” el jefe de Policía se presentó al gobernador para informarle del caso, y pedir “la orden definitiva para mover las fuerzas”.
El gobernador, curiosamente, ordenó que se retiraran todas las policías de los parajes contiguos al campamento; “que se quedara quieto el Cuerpo de Bomberos, que se cancelara la orden del tren expreso y que se esperase”.
La disposición causó asombro, pero se mantuvo. A los pocos días, se supo que la fuerza militar se retiraba poco a poco y, al final, sólo quedó el letrero que habían puesto como anuncio de la línea limítrofe que querían imponer.
“¿Qué había sucedido? Pues, que el lugar elegido, nudo de discusiones interminables, era centro de una región en que faltaba el agua, que debía ser llevada en bordalesas”. Como la provisión era difícil por la distancia, “la sed hizo más que lo que hubiera producido la contienda armada”.
Narraba que, en cierta ocasión, “fuerzas de una provincia vecina habían llegado a establecer campamento, en la región permanentemente discutida por uno y otro gobierno”. El caso empezó a publicarse con tono airado en los diarios, y se temió que pasara a mayores.
“Cuando se supo en Tucumán el avance, la autoridad policial creyó del caso ordenar la concentración estratégica e inmediata de comisarios y gendarmes, haciendo preparar al Cuerpo de Bomberos para enviarlo sin demora, en tren expreso, a defender ‘la soberanía’ de la provincia”. Con “alguna agitación” el jefe de Policía se presentó al gobernador para informarle del caso, y pedir “la orden definitiva para mover las fuerzas”.
El gobernador, curiosamente, ordenó que se retiraran todas las policías de los parajes contiguos al campamento; “que se quedara quieto el Cuerpo de Bomberos, que se cancelara la orden del tren expreso y que se esperase”.
La disposición causó asombro, pero se mantuvo. A los pocos días, se supo que la fuerza militar se retiraba poco a poco y, al final, sólo quedó el letrero que habían puesto como anuncio de la línea limítrofe que querían imponer.
“¿Qué había sucedido? Pues, que el lugar elegido, nudo de discusiones interminables, era centro de una región en que faltaba el agua, que debía ser llevada en bordalesas”. Como la provisión era difícil por la distancia, “la sed hizo más que lo que hubiera producido la contienda armada”.
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