Por Leo Noli
06 Septiembre 2014
Si alguien las conoce a todas, esos son los tacheros. En su diccionario empírico encontrarás cosas de las buenas, de las malas; cuestiones transparentes, oscuras; historias que van por derecha, por izquierda. Y, olvidate, de amoríos prohibidos tienen una estatua de bronce regalada en vida gracias a sus relatos fantásticos, quizás reales o de ciencia ficción.
Los choferes de taxi, en su mayoría, son algo así como un juglar. Necesitan ser escuchados, hablarle al pasajero, entrar en un clima de primavera. Puede que tengas mala suerte -o buena, depende-, y que te toque uno en modo silencio. El viaje resulta un placer. O que te toque el mudo pero que va con la música a 10.000. Eso ya es una pesadilla. O que subas en el auto del campeón de Fórmula 1, que pisa el móvil medio fundido como si estuviera corriendo el Gran Premio de Mónaco. Qué horror.
Los tacheros son seres de otro mundo, ellos mismos lo aceptan y ríen de ello. Viven sentados en sus coches escuchando a veces en silencio pormenores del cliente. Fueron testigos de nacimientos, de fallecimientos, de peleas, de discusiones a muerte. De rupturas societarias, de divorcios, del primer beso, del sí de la novia. Todo tachero tiene licencia acreditada para escribir un liberto de película.
Para los charlatanes, subirse a un taxi es una sesión ad honorem de terapia. Los tipos te ponen el oído. Y cuando te bajes del auto, tu dolor, felicidad o tristeza entrará a los oídos de un desconocido. El tachero es todo menos reservado en ciertas confesiones. Es parte de su vida itinerante, eso de hablar hasta el cansancio o de poner su sentido auditivo a servicio del cliente. El tachero puede ser amistoso, alegre, cargoso; el tachero puede manejar encapsulado en su burbuja sin darte bolilla; el tachero puede ser un peligro, una garantía. El tachero puede ser tu amigo o quizás tu enemigo si se hace el pícaro con el reloj. El tachero será parte de la historia de tu recorrido. Como actor protagónico o secundario. Dependerá de vos y de él. ¿Si pudieras elegir, qué tachero elegirías para compartir indirectamente tu destino?
Los choferes de taxi, en su mayoría, son algo así como un juglar. Necesitan ser escuchados, hablarle al pasajero, entrar en un clima de primavera. Puede que tengas mala suerte -o buena, depende-, y que te toque uno en modo silencio. El viaje resulta un placer. O que te toque el mudo pero que va con la música a 10.000. Eso ya es una pesadilla. O que subas en el auto del campeón de Fórmula 1, que pisa el móvil medio fundido como si estuviera corriendo el Gran Premio de Mónaco. Qué horror.
Los tacheros son seres de otro mundo, ellos mismos lo aceptan y ríen de ello. Viven sentados en sus coches escuchando a veces en silencio pormenores del cliente. Fueron testigos de nacimientos, de fallecimientos, de peleas, de discusiones a muerte. De rupturas societarias, de divorcios, del primer beso, del sí de la novia. Todo tachero tiene licencia acreditada para escribir un liberto de película.
Para los charlatanes, subirse a un taxi es una sesión ad honorem de terapia. Los tipos te ponen el oído. Y cuando te bajes del auto, tu dolor, felicidad o tristeza entrará a los oídos de un desconocido. El tachero es todo menos reservado en ciertas confesiones. Es parte de su vida itinerante, eso de hablar hasta el cansancio o de poner su sentido auditivo a servicio del cliente. El tachero puede ser amistoso, alegre, cargoso; el tachero puede manejar encapsulado en su burbuja sin darte bolilla; el tachero puede ser un peligro, una garantía. El tachero puede ser tu amigo o quizás tu enemigo si se hace el pícaro con el reloj. El tachero será parte de la historia de tu recorrido. Como actor protagónico o secundario. Dependerá de vos y de él. ¿Si pudieras elegir, qué tachero elegirías para compartir indirectamente tu destino?
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