Cerati: el silencio no es tiempo perdido

Cerati: el silencio no es tiempo perdido

Un retrato del artista integral; el ídolo capaz de inspirar

05 Septiembre 2014

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Cae una tardecita tucumana de otoño sobre el parque 9 de Julio. Estamos en 1986. Hay revuelo en el Gran Hotel por obra y gracia de Soda Stereo, muchos peinados que no son raros ni son nuevos en otras latitudes, pero que aquí siguen llamando la atención. De repente la banda cruza la avenida y sube a una belleza descapotable, aportada por algún coleccionista de autos. Hay un ocasional cuarto Soda en esa gira, Fabián von Quintiero. Los entrevista Florencia Flor. Gustavo Cerati toma la palabra y no la soltará más. Es el artista.

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Un apartado de Wikipedia describe las guitarras utilizadas por Cerati durante su carrera, empezando por la emblemática PRS que es parte de la historia de Soda. Hay modelos de Gibson, de Fender, de Rickenbaker. Pablo Sánchez se tomó el trabajo de rastrearlas a todos y sumó 28. Entre las múltiples facetas de un artista algunas suelen quedar de lado. Además de frontman, de cantante, de compositor, de animal de escenario y de estudio, Cerati fue un extraordinario guitarrista. Fino, inspirado, inconfundible en el fraseo y en las distorsiones.

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La muerte de Cerati coincidió con el trigésimo aniversario de “Soda Stereo”, el primer disco de la banda. Lo produjo Federico Moura. Esa tremenda reunión de jóvenes talentos enarboló la bandera de una necesaria ruptura cultural. Virus y Soda, en ese orden, pusieron a las vacas sagradas del rock argentino en la obligación de reinventarse. De repente, el concepto de modernidad cobró un sentido real y acuciante en un ambiente poco acostumbrado a las revoluciones. El pop-rock de qualité había llegado para quedarse y para dividir aguas. Nuevos y fulgurantes sonidos.

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Y entonces estalló el fenómeno. Las canciones de Soda subieron por el continente y bajaron en las FM de los más escondidos pueblitos mexicanos, se mezclaron con vallenatos, guajiras, cumbias y salsa. El portón de la masividad quedó abierto de par en par en una época en la que de transculturalidad sólo hablaban los sociólogos. Cerati llevó a Soda de gira una y otra vez, reventando estadios. Con él se moldeó el ídolo rockero multinacional y por la estela de Soda se movió el resto. Fue en Venezuela, una de las tantas plazas conquistadas por Cerati, donde se escribió el principio del fin.

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Arde la tribuna de “Todo x 2 pesos”. Presentado por Capusotto y Alberti, Cerati canta “Llamen a Moe que Larry está en cualquiera”. Lo flanquean tres chiflados de antología. Cerati es capaz de reirse a los gritos de sí mismo, a contramano del rockero pedante y en pose que Capusotto deconstruye lunes a lunes. De sensibilidad e infiernos privados está revestido el personaje. La coherencia del discurso, rico en ideas, es otro rasgo del artista.

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Hay músicos cerrados sobre su obra, exquisitos orfebres de la introspección. Genios impenetrables. Cerati encarnó el modelo opuesto. Fue un hombre generoso con su música y con los músicos. Aportó infinidad de arreglos, coros, guitarras por aquí y por allá. Un crossover en el que se apiñaron Shakira, Café Tacuba, Aterciopelados, Bajofondo, Mercedes Sosa, Emmanuel Horvilleur y muchos más.

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La de Cerati por escribir letras y música fue una compulsión lennoniana. Al artista infatigable lo sedujo, al mismo tiempo, la adrenalina del riesgo. Cerati se desató de las fórmulas exitosas cada vez que se sintió amenazado por el monstruo de la rutina. Por eso se sumergió, por etapas, en la electrónica, en el formato canción, en los sonidos sinfónicos, en el rock and roll clásico, en las mil variantes del pop. Volvió con su banda en el momento justo y para hacer lo correcto: una serie de conciertos multitudinarios, capaces de conmover a los fans. No daba para más.

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El artista integral entra al estudio y se codea con Roger Waters o con David Bowie. Con el mismo entusiasmo apela a sus amigos Richard Coleman y Daniel Melero para intercambiar y ajustar sonidos. Cerati alcanzó la madurez musical en plena juventud. Si la santísima trinidad del rock argentino respeta a Charly, Spinetta y Gieco, cada uno en su equilátera arista, nuestro pop cuenta con Cerati consolidado en el vértice superior. La popularidad (unas 200.000 personas escuchando a Soda en el microcentro porteño) se encastra con la exquisitez de un artista consciente de que la música de calidad puede y debe ser para el disfrute colectivo.

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Porque por encima de todo, y para siempre, estarán las canciones. Las de Soda y las solistas. Las minimalistas y las hiperorquestadas. Con bandas de todo pelaje alrededor. Cerati, desde los parlantes o desde el escenario, mira, dice y toca con una irrepetible mixtura de potencia y dulzura.

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El legado, finalmente, es una colección de música inspirada e inspiradora. Escuchando a Cerati el impulso de encerrarse en la pieza con la guitarra puede ser incontenible. Pero además, y ahí está el plus, la herencia del artista, hay un mandato implícito de hacerlo bien.

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