22 Agosto 2014
“La buena literatura ayuda a domesticar los fantasmas de la infancia”
El destacado escritor de libros para niños visitó distintos colegios y escuelas tucumanas, donde charló con los alumnos y firmó libros. “Hoy los chicos leen más, aunque la pantalla de la computadora es muy histérica”, señaló. Autor de más de 70 libros, Ricardo Mariño reivindicó la lectura como un ejercicio que permite reflexionar y despojarse de uno mismo
A VER, ¿QUÉ TE PONGO EN LA DEDICATORIA? Lectoras y lectores de la obra de Mariño se llevaron la firma del autor en sus ejemplares. la gaceta / foto de maria silvia granara
“Empecé a escribir cuentos para chicos casi por casualidad. No estaba en mis planes. Ni siquiera había leído autores infantiles antes de comenzar a escribir. Lo digo sinceramente”. Y lo dice sinceramente. Porque si algo tiene Ricardo Mariño, uno de los autores infantojuveniles más destacados de la nueva literatura argentina, es justamente sinceridad en grandes dosis.
Lejos de la frivolidad pero sin caer en lo solemne, este creador de historias divertidas que sorprenden a niños y adolescentes visitó distintas escuelas tucumanos donde pudo dialogar con los chicos y firmar libros. Muchos libros. “Fue una experiencia realmente sorprendente y cansadora, porque cuando llegué a cada uno de los colegios me encontré con una cantidad enorme de alumnos que sostenían mis libros en sus manos. Entonces, además de charlar un rato, me la pasé firmando”, reconoce.
Personajes imposibles
La historia de Mariño es bastante singular. A pesar de que comenzó a escribir cuentos infantiles sin proponérselo, una vez que lo hizo no pudo dejar de inventar personajes imposibles que viven situaciones absurdas y despiertan no sólo curiosidad, sino que provocan inquietudes en los jóvenes lectores. “Creo que un buen libro infantil tiene que jugar con las sensaciones primarias de los chicos. Tiene que ayudar a domesticar los fantasmas de la infancia”, sostiene. Y agrega: “una historia, además, tiene que estar bien escrita, porque los chicos no son tontos; se dan cuenta cuando algo está mal hecho. Si la historia no plantea algo original, que los chicos no conozcan, entonces ese libro no provocará nada en los lectores”.
Y es que, según Mariño, la imaginación del niño pasa por lo fantástico, por cosas ligadas al absurdo. “El miedo al abandono, por ejemplo, es muy común en los chicos. ¿Quién no tuvo de niño miedo a quedarse solo, a perder a sus padres? Lo mismo sucede con el miedo a lo desconocido. Y la literatura infantil juega con este tipo de miedos, por eso digo que se trata de domesticar los demonios”, enfatiza.
En este sentido, Mariño asegura que no tiene escritores preferidos. Reconoce alguna influencia de Lewis Carroll, que con su “Alicia en el país de las maravillas” sentó las bases de la escritura infantil con situaciones de lo más absurdas. Pero, en rigor, la mayoría de los cuentos clásicos hacen uso de este tipo de estrategia. “Creo que la imaginación de los chicos pasa por ese tipo de construcción fantástica, de cosas ligadas fundamentalmente a lo desconocido. Los niños se sienten atraídos por lo que no conocen y se divierten cuando leen algo que no se parece en nada a la realidad que los rodea”, enfatiza. Tal vez por eso, en los cuentos de Mariño hay desde chanchos voladores hasta jirafas de mar.
Sin embargo, el autor de la saga de Cinthia Scoch sostiene que los cuentos que escribe no son autoreferenciales. “A la hora de escribir no escarbo en mis experiencias como niño. Busco más bien jugar con el absurdo. Concibo personajes que se mueven en este universo. Y, sobre todo, trato de que lo que escribo no tenga nada que ver con lo que sirve para enseñar”, dice.
La tecnología
Eso no quiere decir, por supuesto, que el libro deje de ser un libro. “Yo no soy de los que piensa que, a causa de la tecnología, los chicos leen cada vez menos. Por el contrario: yo creo que leen más. Porque, cuando ellos chatean, juegan o buscan algo en internet, están leyendo. Es una lectura distinta, pero lectura al fin. Sin embargo creo que la pantalla de la computadora es muy histérica. Obliga a estar permanentemente saltando de un lugar a otro. Le pasa no sólo a los chicos, sino también a los adultos”, declara.
De allí que la lectura debería ocupar, según Mariño, un espacio de contrapeso, es decir: ser todo lo contrario al entretenimiento sin esfuerzo. “No creo que sea un tema circunscripto a los chicos y a sus estímulos tecnológicos. Toda la sociedad tiene problemas con ‘ser’ en el lenguaje: los adultos también están tomados por el entretenimiento y les resulta difícil mantener una conversación o al menos escuchar a quien les habla. Hoy, de golpe, todo tiene que tener tono festivo. La literatura, en cualquiera de los casos, supone el ejercicio de salir de uno mismo, de despojarse de tanto narcisismo sin sentido”, finaliza.
Lejos de la frivolidad pero sin caer en lo solemne, este creador de historias divertidas que sorprenden a niños y adolescentes visitó distintas escuelas tucumanos donde pudo dialogar con los chicos y firmar libros. Muchos libros. “Fue una experiencia realmente sorprendente y cansadora, porque cuando llegué a cada uno de los colegios me encontré con una cantidad enorme de alumnos que sostenían mis libros en sus manos. Entonces, además de charlar un rato, me la pasé firmando”, reconoce.
Personajes imposibles
La historia de Mariño es bastante singular. A pesar de que comenzó a escribir cuentos infantiles sin proponérselo, una vez que lo hizo no pudo dejar de inventar personajes imposibles que viven situaciones absurdas y despiertan no sólo curiosidad, sino que provocan inquietudes en los jóvenes lectores. “Creo que un buen libro infantil tiene que jugar con las sensaciones primarias de los chicos. Tiene que ayudar a domesticar los fantasmas de la infancia”, sostiene. Y agrega: “una historia, además, tiene que estar bien escrita, porque los chicos no son tontos; se dan cuenta cuando algo está mal hecho. Si la historia no plantea algo original, que los chicos no conozcan, entonces ese libro no provocará nada en los lectores”.
Y es que, según Mariño, la imaginación del niño pasa por lo fantástico, por cosas ligadas al absurdo. “El miedo al abandono, por ejemplo, es muy común en los chicos. ¿Quién no tuvo de niño miedo a quedarse solo, a perder a sus padres? Lo mismo sucede con el miedo a lo desconocido. Y la literatura infantil juega con este tipo de miedos, por eso digo que se trata de domesticar los demonios”, enfatiza.
En este sentido, Mariño asegura que no tiene escritores preferidos. Reconoce alguna influencia de Lewis Carroll, que con su “Alicia en el país de las maravillas” sentó las bases de la escritura infantil con situaciones de lo más absurdas. Pero, en rigor, la mayoría de los cuentos clásicos hacen uso de este tipo de estrategia. “Creo que la imaginación de los chicos pasa por ese tipo de construcción fantástica, de cosas ligadas fundamentalmente a lo desconocido. Los niños se sienten atraídos por lo que no conocen y se divierten cuando leen algo que no se parece en nada a la realidad que los rodea”, enfatiza. Tal vez por eso, en los cuentos de Mariño hay desde chanchos voladores hasta jirafas de mar.
Sin embargo, el autor de la saga de Cinthia Scoch sostiene que los cuentos que escribe no son autoreferenciales. “A la hora de escribir no escarbo en mis experiencias como niño. Busco más bien jugar con el absurdo. Concibo personajes que se mueven en este universo. Y, sobre todo, trato de que lo que escribo no tenga nada que ver con lo que sirve para enseñar”, dice.
La tecnología
Eso no quiere decir, por supuesto, que el libro deje de ser un libro. “Yo no soy de los que piensa que, a causa de la tecnología, los chicos leen cada vez menos. Por el contrario: yo creo que leen más. Porque, cuando ellos chatean, juegan o buscan algo en internet, están leyendo. Es una lectura distinta, pero lectura al fin. Sin embargo creo que la pantalla de la computadora es muy histérica. Obliga a estar permanentemente saltando de un lugar a otro. Le pasa no sólo a los chicos, sino también a los adultos”, declara.
De allí que la lectura debería ocupar, según Mariño, un espacio de contrapeso, es decir: ser todo lo contrario al entretenimiento sin esfuerzo. “No creo que sea un tema circunscripto a los chicos y a sus estímulos tecnológicos. Toda la sociedad tiene problemas con ‘ser’ en el lenguaje: los adultos también están tomados por el entretenimiento y les resulta difícil mantener una conversación o al menos escuchar a quien les habla. Hoy, de golpe, todo tiene que tener tono festivo. La literatura, en cualquiera de los casos, supone el ejercicio de salir de uno mismo, de despojarse de tanto narcisismo sin sentido”, finaliza.
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