08 Agosto 2014
Los robos siguen golpeando en el barrio de Iván
Los vecinos del joven asesinado en 2011 recuerdan al universitario de 19 años como una persona amable. Uno de sus amigos contó que le gustaba reunirse en casas a ver películas y comer pizzas. Luego de su asesinato, la Policía puso una consigna que estaba de guardia las 24 horas pero, según dijeron, duró poco. Ahora, todo está como cuando sucedió el homicidio
SIN VIGILANCIA. La Policía puso una consigna policial en la esquina que mataron a Sénneke pero sólo duró seis meses. la gaceta / fotos de inés quinteros orio
La inseguridad continúa siendo la misma. Los arrebatos en las paradas de los colectivos, los robos y los tiroteos siguen estando presentes en las inmediaciones de Rivadavia al 2.200. O, al menos, esto es lo que sostienen los vecinos de Iván Sénneke, un universitario de 19 años al que asesinaron de un balazo en la cabeza para robarle la mochila en la esquina de Rivadavia y Delfín Gallo.
El asesinato sucedió la noche del 11 de noviembre de 2011. Sénneke volvía de trabajar. Se había bajado del colectivo y caminaba al edificio en el que vivía cuando fue interceptado por dos jóvenes (que serían José Manuel “Loly” Correa y Sergio Antonio “Cascarón” Alderete) lo interceptaron a sólo media cuadra de su casa. Para distraerlo, le preguntaron dónde podían esperar el ómnibus. Iván les contestó y, cuando se percató de que lo estaban asaltar, era demasiado tarde para escapar. Le apuntaron con un revólver, le quitaron la mochila y, a pesar de que no les ofreció resistencia, le dispararon.
La justicia piensa que “Loly” fue el autor del disparo homicida y que “Cascarón” fue su cómplice en el crimen. Ambos están siendo juzgados por los jueces Alicia Freidenberg, Marta Cavallotti y Alfonso Zóttoli.
Querido por todos
El edificio en el que vivía Sénneke domina con su altura los alrededores de Rivadavia al 2.200. En ese complejo habitacional, compuesto por dos torres divididas en 80 departamentos, las rejas grises del frente semejan la entrada a una pequeña fortaleza. María Agüero estaba sentada detrás de un portón de acero y miraba con desconfianza hacia la calle cuando la interrogó LA GACETA. Estaba esperando que la pase a buscar un taxi pero no se arriesgaba a pararse en la vereda. “Hace unas tres semanas me quisieron asaltar cuando esperaba el colectivo. Acá pasan y te roban por más que no estés sola”, explicó.
La estructura del edificio es vieja. Las rejas y los portones de acero se colocaron después del asesinato. Iván vivía en un departamento del primer piso de la torre que da hacia Rivadavia. Y, por lo que recuerdan sus vecinos, la sonrisa y la bondad eran firmas de su personalidad.
“A Iván lo quería todo el mundo. Era el hijo que toda madre quiere tener. Pero las cosas no cambiaron después de lo que pasó. Esto es tierra de nadie. Y muchas veces se escuchan tiros. Cuando fueron los saqueos esta zona era complicada. A mis hijas las asaltaron varias veces. Hacemos las denuncias pero ya estamos cansados de que nada cambie. Es por eso que a veces ni vamos a la comisaría cuando nos roban”, remarcó Ana Caprizz.
Lisandro Romano conocía a Iván desde que eran niños. Los dos hicieron la secundaria en el Colegio Nacional y a pesar de que era mayor que la víctima compartían una amistad. “Era impresionante. Fue muy duro para todo el barrio cuando murió. Él era demasiado bueno. No salía, no tomaba. Ni siquiera fumaba. Sus salidas consistían en juntarse en una casa a ver películas y comer pizza. Ese día yo estaba en el teatro Alberdi cuando me avisaron lo que pasó. De ahí me fui derecho al Padilla y me quedé hasta el final”, recordó.
Sénneke -según Romano- practicaba deportes en el club Tucumán y Gimnasia. Tras el homicidio la Policía dispuso que una consigna policial vigile las 24 horas la esquina del crimen, pero esa vigilancia duró poco tiempo. “La zona sigue siendo peligrosa. Pusieron unos policías hasta que la familia se fue de acá. Después, los agentes no volvieron”, dijo Romano.
Un peligro latente
En la esquina en la que sucedió el crimen funciona una carnicería. Juan Medina alquila ese local desde hace seis años y coincide con lo que dijo Romano. “Después del asalto de Sénneke pusieron una consigna policial que no llegó a estar ni seis meses y se fue cuando la familia del muchacho se mudó del edificio. Después nunca más tuvimos una consigna”, remarcó.
Precisamente, Medina renegó de la inseguridad en el barrio. “Esto es pura impunidad porque no se termina de resolver un caso y ya se producen otros. Acá la gente usa mi negocio para refugiarse porque todos tienen miedo de pararse en la esquina a esperar el colectivo. Siempre fue muy peligrosa y continuamente se ven robos. No sé por qué pasa esto, quizás porque es un lugar del que pueden huir rápido”, analizó.
Luego de disparar a Sénneke, los atacantes corrieron por Rivadavia, según la hipótesis judicial, hasta la esquina de Juan Manuel Estrada y Laprida. En esa esquina los esperaba el taxi en el que huyeron. Pero antes se deshicieron de la mochila que los podía involucrar con el robo.
La mochila cayó en el techo de la casa en la que todavía vive Alicia Rojas, que accedió a ser entrevistada sólo porque tenía la puerta abierta para que sus hijos pudieran jugar. “Esa noche, como casi siempre, estábamos encerrados porque esta zona es muy peligrosa. La Policía vino y nos pidió permiso para entrar y ahí estaba la mochila de este chico. Después nos enteramos de que el taxi había estado estacionado en la esquina de nuestra casa”, afirmó.
Ya pasaron casi tres años del homicidio, pero para los vecinos de esa zona de la capital la seguridad no llega. El tiempo pasa, y sus reclamos no tienen respuesta y se van destiñendo igual que la descolorida foto que recuerda a Sénneke en el fondo de la descuidada gruta que se levantó en la esquina donde lo mataron.
El asesinato sucedió la noche del 11 de noviembre de 2011. Sénneke volvía de trabajar. Se había bajado del colectivo y caminaba al edificio en el que vivía cuando fue interceptado por dos jóvenes (que serían José Manuel “Loly” Correa y Sergio Antonio “Cascarón” Alderete) lo interceptaron a sólo media cuadra de su casa. Para distraerlo, le preguntaron dónde podían esperar el ómnibus. Iván les contestó y, cuando se percató de que lo estaban asaltar, era demasiado tarde para escapar. Le apuntaron con un revólver, le quitaron la mochila y, a pesar de que no les ofreció resistencia, le dispararon.
La justicia piensa que “Loly” fue el autor del disparo homicida y que “Cascarón” fue su cómplice en el crimen. Ambos están siendo juzgados por los jueces Alicia Freidenberg, Marta Cavallotti y Alfonso Zóttoli.
Querido por todos
El edificio en el que vivía Sénneke domina con su altura los alrededores de Rivadavia al 2.200. En ese complejo habitacional, compuesto por dos torres divididas en 80 departamentos, las rejas grises del frente semejan la entrada a una pequeña fortaleza. María Agüero estaba sentada detrás de un portón de acero y miraba con desconfianza hacia la calle cuando la interrogó LA GACETA. Estaba esperando que la pase a buscar un taxi pero no se arriesgaba a pararse en la vereda. “Hace unas tres semanas me quisieron asaltar cuando esperaba el colectivo. Acá pasan y te roban por más que no estés sola”, explicó.
La estructura del edificio es vieja. Las rejas y los portones de acero se colocaron después del asesinato. Iván vivía en un departamento del primer piso de la torre que da hacia Rivadavia. Y, por lo que recuerdan sus vecinos, la sonrisa y la bondad eran firmas de su personalidad.
“A Iván lo quería todo el mundo. Era el hijo que toda madre quiere tener. Pero las cosas no cambiaron después de lo que pasó. Esto es tierra de nadie. Y muchas veces se escuchan tiros. Cuando fueron los saqueos esta zona era complicada. A mis hijas las asaltaron varias veces. Hacemos las denuncias pero ya estamos cansados de que nada cambie. Es por eso que a veces ni vamos a la comisaría cuando nos roban”, remarcó Ana Caprizz.
Lisandro Romano conocía a Iván desde que eran niños. Los dos hicieron la secundaria en el Colegio Nacional y a pesar de que era mayor que la víctima compartían una amistad. “Era impresionante. Fue muy duro para todo el barrio cuando murió. Él era demasiado bueno. No salía, no tomaba. Ni siquiera fumaba. Sus salidas consistían en juntarse en una casa a ver películas y comer pizza. Ese día yo estaba en el teatro Alberdi cuando me avisaron lo que pasó. De ahí me fui derecho al Padilla y me quedé hasta el final”, recordó.
Sénneke -según Romano- practicaba deportes en el club Tucumán y Gimnasia. Tras el homicidio la Policía dispuso que una consigna policial vigile las 24 horas la esquina del crimen, pero esa vigilancia duró poco tiempo. “La zona sigue siendo peligrosa. Pusieron unos policías hasta que la familia se fue de acá. Después, los agentes no volvieron”, dijo Romano.
Un peligro latente
En la esquina en la que sucedió el crimen funciona una carnicería. Juan Medina alquila ese local desde hace seis años y coincide con lo que dijo Romano. “Después del asalto de Sénneke pusieron una consigna policial que no llegó a estar ni seis meses y se fue cuando la familia del muchacho se mudó del edificio. Después nunca más tuvimos una consigna”, remarcó.
Precisamente, Medina renegó de la inseguridad en el barrio. “Esto es pura impunidad porque no se termina de resolver un caso y ya se producen otros. Acá la gente usa mi negocio para refugiarse porque todos tienen miedo de pararse en la esquina a esperar el colectivo. Siempre fue muy peligrosa y continuamente se ven robos. No sé por qué pasa esto, quizás porque es un lugar del que pueden huir rápido”, analizó.
Luego de disparar a Sénneke, los atacantes corrieron por Rivadavia, según la hipótesis judicial, hasta la esquina de Juan Manuel Estrada y Laprida. En esa esquina los esperaba el taxi en el que huyeron. Pero antes se deshicieron de la mochila que los podía involucrar con el robo.
La mochila cayó en el techo de la casa en la que todavía vive Alicia Rojas, que accedió a ser entrevistada sólo porque tenía la puerta abierta para que sus hijos pudieran jugar. “Esa noche, como casi siempre, estábamos encerrados porque esta zona es muy peligrosa. La Policía vino y nos pidió permiso para entrar y ahí estaba la mochila de este chico. Después nos enteramos de que el taxi había estado estacionado en la esquina de nuestra casa”, afirmó.
Ya pasaron casi tres años del homicidio, pero para los vecinos de esa zona de la capital la seguridad no llega. El tiempo pasa, y sus reclamos no tienen respuesta y se van destiñendo igual que la descolorida foto que recuerda a Sénneke en el fondo de la descuidada gruta que se levantó en la esquina donde lo mataron.
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