Las utopías literarias y su literatura

Las utopías literarias y su literatura

Nusquama fue el primer nombre que Tomás Moro dio a su obrita de 1516. El adverbio latino significa “ninguna parte”. Tal vez lo desechó porque también significa “jamás”, lo que abatiría la esperanza para el ansioso de felicidad prometida en un lugar, ahora, inexistente.

UNA UTOPÍA ESCASAMENTE VISITADA. Maurois simbolizó en Un viaje al país de los artícolas lo riesgoso que es para el hombre vivir insularmente. losojosdecain.scoom.com UNA UTOPÍA ESCASAMENTE VISITADA. Maurois simbolizó en Un viaje al país de los artícolas lo riesgoso que es para el hombre vivir insularmente. losojosdecain.scoom.com
03 Agosto 2014

Por Pedro Luis Barcia - Para LA GACETA - La Plata

A Honoria Nader

Tomás Moro optó por el neologismo griego utopía, que Quevedo traduce por “No hay tal lugar”. Platón inventó el diálogo utópico, o “utopizó” la forma dialogal, en su República, que dibuja un estado posible, que se va construyendo a través de una disquisición filosófico política. También describió (Timeo, Critias) un país utópico: la Atlántida.

Los griegos hicieron algo más: crearon la primera ficción literaria de un viaje y excursión por una utopía; nace con ella el discurso utópico literario narrativo, de caudalosa descendencia en Occidente. El relato de Iámbulo (siglo III a. C.), conservado parcialmente por Diodoro de Sicilia (Biblioteca histórica, I a. C.), se apoyó en un par de motivos del imaginario popular humano: el viaje y la existencia de una isla maravillosa. Los asoció y bogó literariamente hacia allá. Así, Iámbulo se sacó de debajo de su clámide la primera ficción utópica literaria. Me detendré en este texto casi olvidado en los estudios utópicos, pese a su carácter fundacional. Iámbulo narra en primera persona, ficcionalizándose como protagonista. Emproado hacia Arabia, es atrapado por piratas que lo abandonan junto a un compañero, en plena mar. Después de cuatro meses, arriban a la Isla Feliz o Afortunada, habitada por hombres de 1,80 de alto, sin vello, dotados de una excrecencia en la nariz y de una lengua bífida, que les permite mantener dos conversaciones simultáneas (ideal de mujeres y políticos de doble discurso) sus huesos son elásticos y viven 150 años. Allí residieron por diez años, hasta que fueron expulsados y retornaron a Grecia. Hay una diferencia fundamental entre este relato isleño y las descripciones como la de la Isla Helixea, de Haquetaio de Abdera, o de la Isla Pancai, de Evémero: ellos no han hecho el viaje ni son protagonistas. Si con Platón estamos en el espacio filosófico, con Iámbulo estamos en la literatura; no en el discurso filosófico disquisitivo, sino en la ficción narrativa utópica.

El género literario “utopía” adopta diversas formas: un dominante discurso monológico, por parte de Moro, en Utopía; un diálogo, como en La Ciudad del Sol, de T. Campanella; una carta, como en la Christianopolis de J. Andrea; o el informe de un náufrago, o las peripecias de un viaje, etc. El discurso narrativo puede estar en boca de un visitante al país o en la de un utopiano nativo. Este género literario tiene dos subgéneros: la eutopía (“buen lugar inexistente”) y la cacoutopía (“mal lugar inexistente”). También podríamos distinguir por ámbitos: utopías urbanas, campesinas, mixtas (falansterios); por su eje de organización: políticas, religiosas, científicas, pedagógicas, etcétera, pueden virar hacia la sátira, como en los Viajes de Gulliver; utopías generales que comprenden en su diseño todos los aspectos de lo humano; o especializadas, que se aplican en un nivel dominante, como La Nueva Atlántida, de Francis Bacon, cuyo foco es la Casa de Salomón, una especie de Conicet del Siglo XVII, pues la ciencia es el pivote de esa utopía y es modernísimo su lema: “El saber es poder”.

Utopógrafos y utopistas

La expresión literaria utópica es bicéfala. Por un lado alude a las ficciones utópicas que se han escrito y, por otro, a un plano intrautópico: la literatura que se produce en el reino de las utopías. Poco es lo que se apunta en las utopías acerca de esta literatura de segundo grado de irrealidad. En La Isla, de Aldous Huxley, se nos habla de la existencia de una literatura anglopalanesa (la isla es Pala) pero no se la caracteriza. La literatura dentro de la literatura en 1984, de George Orwell se fabrica en el Departamento de la Fantasía, donde se produce literatura para la plebe mediante una Máquina de Escribir Novelas, que no es otra cosa que un Caleidoscopio que combina un conjunto limitado de elementos y motivos, siempre los mismos, en diversas asociaciones. Con lo que se está señalando que la literatura de consumo popular se genera mediante la combinatoria de estereotipos básicos. En otra cacoutopía, anterior a la orwelliana, Nosotros (1921), de Y. Zamiatin, se nos habla de poetas que componen odas e himnos al Estado único. Moro ya había incluido poemas en lengua utópica en su obra. Podríamos nominar utopógrafos a quienes escriben utopías, y utopistas a los utopianos que se dedican a la literatura.

Quiero referirme ceñidamente a una utopía poco visitada por los lectores odiseicos: Un viaje al país de los artícolas, de André Maurois. Una pareja de navegantes -naufragio de por medio- arriba a una isla donde hay dos tipos de habitantes: los artistas y los beos (o beocios), encargados de satisfacer todas las necesidades de los creadores. Las calles tienen nombres de artistas y el pavimento está cubierto por una capa de caucho para amortecer los ruidos molestos de los carruajes perturbadores de la creación estética. Los teléfonos sólo funcionan una hora a medio día. Una Escuela de Silencio prepara a las futuras esposas de los artistas a respetar el de sus maridos (¿Dónde está esa isla?). La materia prima de las creaciones literarias se fue apartando gradualmente de la realidad debido al aislamiento en que los hombres vivían. Primero se nutrieron de los recuerdos que los artícolas trajeron consigo, luego, trataron los asuntos maianos (la isla se llama Maia); después, algunos corresponsales extranjeros enviaban temas a los isleños; más tarde, unos se ocuparon de otros, entre los artícolas, finalmente, la literatura se ha ido cerrando sobre sí, autofagocitándose, apartándose de la vida y generando creaciones de segundo, de tercero, o de cuarto grado: un autor escribe un diario íntimo, luego un diario del diario; después, un diario del diario del diario. (Se desató una herejía isleña, la de los biófilos: “la vida es más importante que el arte”, era su lema). La locura en aquel país consistía en considerar la vida como lo básico y real. Era una suerte de alienación invertida. Ya no veían la realidad sino estetizada y toda percepción estaba condicionada por el arte. Se había perdido todo adamismo posible.

Este librito de Maurois es un símbolo de lo riesgoso que es para el hombre vivir insularmente. La insularidad es nociva para el artista, para todo hombre. De allí el hondo sentido de solidaridad humana y sano realismo que revela la respuesta que dio Chesterton en una ocasión a un periodista. Le preguntó el reportero, en uno de esos manidos planteos iterativos de la gente del oficio (el hombre no era de LA GACETA), qué libro llevaría a una isla si se viera obligado a habitarla. Cuando se esperaba oír nombrar la Biblia, o las obras de Shakespeare, o cosa semejante, la respuesta fue toda una toma de posición frente a lo humano: “Un manual para construir botes”. Retornar al seno de la comunidad humana y desde él, insertivamente, trabajar hacia la utopía, renunciando a buscarla, evasivamente, en proyectos insulares.

© LA GACETA

Pedro Luis Barcia - Presidente de la Academia Nacional de Educación, miembro y ex presidente de la Academia Argentina de Letras.

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